Ésta cinta juega mucho a la fantasía alcanzada en
la búsqueda de las huellas de una doble vida, el lado oculto de una mujer
fallecida, y en otro caso la ilusión eterna intocable del romanticismo del
verdadero amor. No se regodea en ningún contexto penoso, aunque tiene de
hiriente, de revelador, en sus dos relatos, aunque en tono de cuento,
entretenimiento, aventura y relajo.
Lino (Reynaldo Miravalles) debe aprender a apreciar a su
mujer en toda su esencia (en primera mirada como si se tratara de otra persona); a un punto en
su liberalidad, fue secretamente bisexual aunque rechazó dejar a su
esposo a quien le llegó a ocultar su lado fiestero y sexual; y en su pasión nocturna
de canto de bolero, un ambiente bohemio.
Una vez que Lino conoce a un hombre extravagante de múltiples
nombres y disfraces a quien le gusta que en especial le llamen Larry (Enrique
Molina) irá tratando de comprender y conocer lo que su esposa le escondió de
forma perfecta. No es que la cinta pinte de estricta en la complejidad de
semejante hazaña nunca descubierta en vida de ella, pero como se nota, es algo
que quiere ser más una historia que tener cualquier otro sentido.
Una particularidad de éste filme cubano-peruano es que
justamente los protagonistas son mayormente ancianos, pero llenos de intensidad
y ocurrencias tal cual cualquier persona joven. Son llanos, sin esa imagen
preconcebida de excepcionalidad intelectual, calma, madurez o inexpresividad
vivencial; son tan pedestres y vivos como el más imaginado. Y aunque Lino sea
formal y cargue una pesadez física (sufre de incontinencia
urinaria) y mental (se siente viejo) éstas irán desapareciendo a través de su adaptación y prueba (entendimiento) de vida donde el interior surge por encima de nuestro exterior. Serán los descubrimientos los que le
dirán a él y a todo ser humano sin importar su edad que el juego es importante; lo entenderá hasta
adoptar la locura de la efervescencia que todo hombre necesita para ser
verdaderamente feliz; explayar las emociones, expresarse, vivir con libertad. Esto se encuentra en varias películas del 17 Festival de Cine de Lima, el aceptarse tal cual y ser, siendo la vejez un tema importante y la rebeldía una naturaleza
general que también puede anidar en ellos como un faro de luz y para la propia
plenitud, todo tiempo la merece.
El camino tiene su lado de efectista y vacío, siendo chocante
dentro de lo ligero, y es que su calidad de entretenimiento le vale denotar una
notoria imperfección, siendo abrupto y luego olvidadizo, siendo argumentalmente
breve y poco justificativo. Se trata de atrapar el interés del público con
nuevas revelaciones, sólo que son un cúmulo de experiencias efímeras, pero, claro, representan una aventura tras otra, con algún picor intencional aunque realmente
intrascendente, que es irse a un extremo criticable. El filme es una propuesta para pasar el rato, con escenas no todas limpias, algunas
feas, como los mismos diálogos, limitados. Sin embargo, la comedia a
ratos funciona siendo sencilla, y si se ve de esa manera mejora la película, toma sentido y se disfruta, no debe verse demasiada pretensión, adjudicándose el rótulo de goce amplio de recepción, o puede que de placer culposo para el
cinéfilo.
La profundización vela por su claridad, el mensaje salta a
la vista en su transparencia, la locura no es tanto locura sino vida, y la
gracia que se trasmite aun con mostrar situaciones tácitamente dramáticas es la
concentración simbólica de lo que enarbola argumentalmente el filme. Es ante
todo una comedia o esa es su mejor lectura, aun sin ser todo lo cómica que
debiera ser, y eso en este caso deja espacio a cierta reflexión aunque no tan
compleja o ardua, pero precisa (muy centralizada) y quizá útil.
A lo que aunaría su notable simpatía, su mejor carta de presentación aun siendo
algo áspero el trayecto. Tiene un corte de edición y narrativo que da la percepción de ser incompleto en la unión de sus destellos de
ocurrencias, aunque sin anular el ritmo, viéndose como una carretera de alta
velocidad con baches pequeños.
Destaca especialmente el carisma del nonagenario Reynaldo
Miravalles quien con su sonrisa ilumina nuestra complicidad más fiel, el mago
como se le apoda en la película tiene encanto fuera de ser un personaje fácil de digerir,
amable aun con rasgos de algunos enojos; mucho más que la figura de Larry,
aunque éste se vista de Mefistófeles bufonesco y sea el vehículo fácil en la
broma. Sin embargo esto resulta algo en buena parte notable en la
interpretación –aunque hay que reconocer una dosis pequeña de ineficacia en derredor
de la empatía- porque Larry tiene lados oscuros, desagradables, y eso genera un efecto en el espectador. La amistad brilla para ver los defectos, enmendar la
personalidad (algo trágico sobre este punto, pero más tarde reivindicado) y
para provocar soluciones. No solo interesa Lino sino todos esos viejitos
que versan en una cierta original sensualidad y extravagancia,
teniendo algo especial que contar o mostrar, por sobre su apariencia.
Esther en alguna parte (2013) del director cubano Gerardo Chijona
es un filme que juega las reglas del cine de entretenimiento y como tal el
resultado de la alegría y placer que brinda es lo más importante, y por lo
tanto cumple satisfactoriamente con su “sencillo” cometido.