La ópera prima del director brasileño Kleber Mendonça Filho,
ganadora del fipresci en el Festival de Cine de Rotterdam 2012, es una de las
favoritas para llevarse el premio del jurado a mejor película del 17 Festival
de Cine de Lima. La trama gira en base a la seguridad de un barrio residencial
con lo que denominan torres por edificios –como en una metáfora de lo que
acontece, la vulgarización del mundo, y a un punto la vaciedad, como en aquella
piscina abandonada y esa panorámica impersonal- que mayormente le pertenecen a un especie de Don todopoderoso que tiene a su familia, hijos y nietos en los
condominios.
Es lo urbano siendo intimidado por su propia realidad moderna, la que está lejos del ideal, la de la violencia y la inseguridad latente y el de la cercanía, reacción e influencia de la pobreza -cohabitan próximos gente humilde- ya que alrededor hay muchos ruidos que indican tensión. Es el retorno del pasado, en plano directo como un ajuste de cuentas, y en otro menos artificial pero algo gaseoso y más inteligente como dentro de lo que sigue siendo una comunidad entre el cacicazgo y la intromisión hegemónica de un ente foráneo al pueblo, en el avance del tiempo que es cíclico. De ahí que veamos una introducción de fotos del ayer detrás de éste barrio de Recife (algunas sugiriendo a la obra un halo positivo, como el que parece el voto femenino o la igualdad asumido desde la comunidad agraria que va a transpolar hacia lo urbano), un territorio acomodado pero que está a puertas del conflicto, del robo y el crimen que intenta dominarle, como en ese baño de sangre premonitorio –pero que también tiene de fantasioso, semejante a una historia de terror que aunque la presente película tiene sentido distinto nos recuerda a El Resplandor (1980) donde el hotel y los fantasmas se apoderan de la mente de Jack Torrance- o esa pesadilla de invasores y delincuentes nocturnos donde una niña lo prevé, una mirada inocente que tiene que lidiar con ello.
Es lo urbano siendo intimidado por su propia realidad moderna, la que está lejos del ideal, la de la violencia y la inseguridad latente y el de la cercanía, reacción e influencia de la pobreza -cohabitan próximos gente humilde- ya que alrededor hay muchos ruidos que indican tensión. Es el retorno del pasado, en plano directo como un ajuste de cuentas, y en otro menos artificial pero algo gaseoso y más inteligente como dentro de lo que sigue siendo una comunidad entre el cacicazgo y la intromisión hegemónica de un ente foráneo al pueblo, en el avance del tiempo que es cíclico. De ahí que veamos una introducción de fotos del ayer detrás de éste barrio de Recife (algunas sugiriendo a la obra un halo positivo, como el que parece el voto femenino o la igualdad asumido desde la comunidad agraria que va a transpolar hacia lo urbano), un territorio acomodado pero que está a puertas del conflicto, del robo y el crimen que intenta dominarle, como en ese baño de sangre premonitorio –pero que también tiene de fantasioso, semejante a una historia de terror que aunque la presente película tiene sentido distinto nos recuerda a El Resplandor (1980) donde el hotel y los fantasmas se apoderan de la mente de Jack Torrance- o esa pesadilla de invasores y delincuentes nocturnos donde una niña lo prevé, una mirada inocente que tiene que lidiar con ello.
Los ruidos toman forma, se amoldan y son
parte de la vida de sus habitantes, llegan a tener un sentido, y son
indicadores, rasgos y hasta entidades autónomas, vemos la lavadora que hace de
consolador, el ladrido del perro, primera señal de inseguridad y tensión, la
música del vendedor de la calle, el horror en el cine ruinoso, el mar, el juego
de los niños, las propias conversaciones intimas, y un sinfín de sonidos que
describen la realidad urbana y son una fuente de conocimiento, aunque muchas
veces no los escuchemos o nos molesten.
El filme tiene 3 partes, y se ciñe a la seguridad, porque la
violencia es ese ente oculto detrás de los ruidos y aunque en ésta clase acomodada de Recife parece algo aun
nimio y un poco indiferente ya hay síntomas de creciente preocupación, en
mención del perro guardián, los guardias de vigilancia de la zona y los
guardaespaldas. Clodoaldo y su equipo son los que proveerán de tranquilidad al
barrio, los que tienen su propia historia y sus tretas y trapos sucios. Desde
el inicio crean cierta desconfianza que a la postre es justificada
(tomando en cuenta su importancia ya que como se ve con el argentino extraviado
llegan a controlar la calle, aunque la última palabra sea del Don), siendo el
reflejo de lo tan complicado que resulta creer en la gente, otorgar
responsabilidad aunque sea necesario (la inseguridad planea en varios ámbitos,
y puede resultar paranoica), incluso en la familia (el primo rico que es un
delincuente engreído y descarado y roba aunque sin saber a la novia de su
pariente). Sin embargo no todo es recelo en el filme, hay rasgos de buena adaptación de
clases, como en la empleada negra que tiene buen trato y apaño de su jefe, y
están unidos en base a sentimientos nobles y verdaderos y por tal mucha
permisividad y hasta franqueza de por medio.
No faltan los acontecimientos
cotidianos y pequeños, los descriptivos, tratando de ubicarnos en esta
oportunidad en la realidad urbana y en la personalidad de sus inquilinos, por
lo que escuchamos recuerdos, vemos enamoramientos, intrascendencias, disgustos,
etcétera, es decir, convivencia (plano que es razón del filme); como la molestia
de indemnizar a un portero ocioso y ya viejo al que quieren botar antes de su
jubilación, o tratar con gente que limpia autos que ofendidos toman revanchas,
o con un cargador de bidones de agua que vende marihuana (cariz de notoria cierta corrupción
general). Son relaciones que me recuerdan como la sombra de un fantasma a un
latifundio y el orden por encima de los campesinos a El verano de los peces voladores (2013) y su idiosincrasia por resolver. Aquí como un pequeño reducto a punto de sucumbir
al cambio si bien lo ordinario ya está más que presente.
Bia es como la radiografía del prototipo de nuestra contemporaneidad (donde está lo llano y lo “culto” como en el estudio del mandarín), ya casi sin ningún tipo de oligarquía o como se suele decir de ciertos sujetos de aire privilegiado, como dice el Don. Su poder ya no está en el barrio sino a la distancia, en su ingenio de azúcar que también pasa por algunas amenazas, aunque esto último se adscriba a un tipo de cuento más que a un sentido analítico (en una parte que es un “thriller” adormecido), como un punto final que “rompe” con las metáforas y la ausencia de una trama (viendo el símil entre el ruido de los fuegos artificiales y las balas). Los líderes cambian, es normal, es implacable el poder de las masas. La contemporaneidad es el reino del pueblo, vivimos esa concepción mundial dominante de sociedad, la democracia, y suena actualmente un poco anacrónico (actualmente calmo) pensar con temor del socialismo (ideología que no debe faltar en cierta cantidad), porque Brasil supuestamente tiene mucho de gobierno de izquierda con Dilma Rousseff.
Bia es como la radiografía del prototipo de nuestra contemporaneidad (donde está lo llano y lo “culto” como en el estudio del mandarín), ya casi sin ningún tipo de oligarquía o como se suele decir de ciertos sujetos de aire privilegiado, como dice el Don. Su poder ya no está en el barrio sino a la distancia, en su ingenio de azúcar que también pasa por algunas amenazas, aunque esto último se adscriba a un tipo de cuento más que a un sentido analítico (en una parte que es un “thriller” adormecido), como un punto final que “rompe” con las metáforas y la ausencia de una trama (viendo el símil entre el ruido de los fuegos artificiales y las balas). Los líderes cambian, es normal, es implacable el poder de las masas. La contemporaneidad es el reino del pueblo, vivimos esa concepción mundial dominante de sociedad, la democracia, y suena actualmente un poco anacrónico (actualmente calmo) pensar con temor del socialismo (ideología que no debe faltar en cierta cantidad), porque Brasil supuestamente tiene mucho de gobierno de izquierda con Dilma Rousseff.
Estamos ante un filme audaz, en buena forma y ritmo, muy pensante, pero de
sutil carácter de autor, nada pretencioso en el sentido peyorativo que se le
suele dar a esa palabra; y en su infaltable cotidianidad, bastante entretenido
de ver. Se deja ver muy bien en sus más de dos horas de duración. Definitivamente,
un plato fuerte dentro del 17 Festival de Cine de Lima.