Sobresalía dentro de la competencia oficial de documental del
17 Festival de Cine de Lima, una laudable ópera prima, una hermosa elegía de la
directora brasileña Petra Costa a su hermana Elena, que se suicidó a los 20
años de edad con una sobredosis de pastillas. Una trama en que brilla la fusión
entre ellas en donde Petra decide sanar curando su recuerdo en una catarsis mediante
el concretar una historia tangible y eterna en un tributo de amor, como en el
agua, donde un cuerpo literario afín termina su recorrido, se perenniza como en
una pintura, pasa a ser otro estado mental en uno, mientras nos dejamos ir en
la misma agua para que se limpien nuestros sufrimientos, como en el interior de
la barriga embarazada de una madre en donde surge la metáfora de volver a
empezar, dentro de un halo de paz, ya que ambas llegan a padecer una fuerte
depresión, la primera más grave y aunque mucho sin poder explicarlo, por culpa
de no realizar su sueño de convertirse en actriz, siendo al arte una pasión
existencial; la segunda a raíz de la
muerte de su ser querido, con la que tuvo un vínculo muy próximo aun separadas
por la edad, ella tenía 7 años cuando murió.
El filme es bastante simple, a penas la perspectiva de la
inmersión en el agua provee de algún tipo de cierta originalidad, pero que se
basa en un cariz dominante de emotividad sin ser sensacionalista o lacrimógeno,
siendo austero, controlado, calmado, respetuoso, y ante ello yace lejos de verse
una propuesta limitada, sobre todo en su expresividad tanto que se convierte en
una experiencia intima, solo que expuesta sin grandilocuencia sino con mucha naturalidad,
en una realización abierta pero dejándose ver en realidad a grandes rasgos ya
que parece no haber tanto material ni luce una historia exuberante sino al
contrario; mediante el uso de videos caseros, el diario de Elena, cartas, tomas
de apoyo de lugares, la voz de familiares como la madre, el padre o la propia
Petra, junto con alguna recreación, lo que resulta suficiente como para calar
en nosotros sin ahondar en complejas cavilaciones o en demasiados datos
biográficos, no estamos ante alguien complicado de retratar aunque podemos constatar
que internamente fue un mar de conflictos, que no llegan a profundizarce, ya que Elena
misma los encontraba hasta absurdos de señalarlos pero ¿quién nos entiende
realmente?, ¿qué mueve a la mente hacia la infelicidad, muchas veces?
Una propuesta de suma transparencia sin llegar a lo
escabroso o inconveniente, o inmiscuir la ambigüedad, sino que busca llanamente tocar la fibra sentimental
de cualquiera sobre una pérdida importante en una vida que solía admirarla y
adorarla, al punto de recordar frases suyas a temprana edad que no reñían con
ella aun teniendo la posibilidad sino confabulaban, eran cómplices e
indulgentes, se hacían querer. Se trata de conocer a la persona, de apreciarla -en
lo posible desde la distancia de una butaca pero con la fuerza del séptimo arte
y del propio relato- a través del ecran, a Elena, y su simpatía, personalidad y metas,
su amor por el teatro, su entusiasmo con poder ser llamada para actuar de extra
en una secuela de El Padrino (1972), su viaje a New York tras un sueño de actriz de cine,
sus ratos en su hogar con sus allegados, el modelaje y finalmente su dura
depresión clínica en que atendemos una especie de poema sobre su sencilla vida,
sin juzgarla sino atendiendo a plasmarla en una memoria visual.
Como su paso fue efímero e inconcluso, el arte que tanto amo
se encarga de reivindicarla, de hacerla inmortal en un aura de sentimientos
familiares, que trasciende hacia nuestra sensibilidad para con ella, y sentir la
crueldad del acontecimiento -como dice la voz en off- que atraviesa Petra con
su suicidio y sus padres en su pérdida (a lo que cualquiera puede rápidamente
identificarse siendo una esencia universal y algo tan común a todos los hombres
pero al mismo tiempo algo muy difícil de superar), expresando y conteniendo afecto,
dolor, incomprensión, una ausencia que nunca se llenará sino que habrá que
adormecer internamente en el tiempo, viviendo la humanidad de ese símil con una
Ofelia enloquecida (y hay una mención plural en la película), del mítico Hamlet de Shakespeare, por un amor
no correspondido (el arte) o en el caso de la hermana menor de una ausencia
envuelta en una tragedia, que adscribe la autora a su historia, pero que lleva
nombre e identidad real en el documental, siendo el sentimiento más fácil de
comprender, y para ello Petra Costa ha hecho un filme conmovedor y a esa vera
seguro, honesto y claro, que brilla por su historia en lo que es en sí, una
común a todos, y por ello tan dolorosa y empática.
No es una obra de arte, es un filme discreto, pequeño, pero
que al reflejarse sincero y humano sin complicaciones –no da esa sensación aunque
ha tenido más que seguro trabajo- en tratar de acaparar la atención salvo algún
toque de autor secundario que se amolda al conjunto tiene mucho atractivo para
el espectador sensible, y por tal tiene ganado nuestro respaldo. Después, al
ser una historia que acontece mucho en el ser humano, la subyugación al vacío,
de la mente enajenada, sirve como una auscultación (personalizada) a una realidad,
y queda como documento. Pero lo más importante es aquel espíritu que
sobrevuela el filme en la nobleza del amor incondicional y la rememoración
audiovisual, un homenaje al ser amado, que deja de ser solo de Petra y pasa a
ser de todos, en donde tras la pantalla Elena sonriente seguirá danzando en la
calle para siempre.