The Witch por una parte es la historia de una adaptación, de
cómo los colonos ingleses se aclimatan a la nueva tierra, a EE.UU, y la
brujería, el mal, es la representación de la dificultad de conquistar el
territorio, vencer sus miedos, y tener una vida plena, es la concepción de la
derrota. Ésta prosperidad se le niega a la familia de William (Ralph Ineson),
a su desilusionada y difícil esposa Katherine (Kate Dickie), y a sus 5 hijos, quienes
no logran sembrar fructíferamente, cuando pretenden la independencia, de la
colonia, habiendo sido desterrados del grupo, como una repetición alternativa
de esa mayor que es la conquista anglosajona, mientras el mal asoma, tienta,
pero se camufla, se esconde, ¿y dónde?, no solo en el alma y en la hipocresía y
la mentira, sino yace en el bosque, ese donde una bruja se baña con la sangre
de un niño no bautizado, en plenas tinieblas, porque The witch yace siempre
entre la sombras, como un llamado subterráneo en toda la película, tal cual ese
doble juego con The black Philips, que los niños cantan “inocentemente”, y
debajo se halla la implicancia de la posesión y de la compensación maligna, mostrándose
destellos de su verdadero rostro, como en el monstruo avejentado, promiscuo y
sucio que aparece intempestivamente en el granero, cundiendo la ilusión y el
deseo tras lo oscuro y cruel (el cuervo picoteando un seno en lugar del bebé
amamantado), en la labor de las brujas que esperan condenar a la gente,
sacrificarla, matarla o adoctrinarla.
El filme debut de Robert Eggers, que entusiasmó en el
festival de Sundance 2015, juega a la intriga
y al misterio, ¿quién es la semilla del mal en la familia?, y todo apunta a Thomasin
(Anya Taylor-Joy), aunque con ninguna prueba ni señal de su parte, que no sea
estar en el lugar donde ocurren los daños, articulándose la mutilación del
concepto de unidad, en una desintegración lenta, detallista, observando que Thomasin
incluso reza y pide perdón por sus pecados, al igual que parece dispuesta a
respaldar a su familia, una en que todos tienen puntos flacos, la madre que
todo lo juzga con desdén y autoritarismo, cierta falta de compasión, el hijo
que siente deseo sexual por la hermana, los gemelos que señalan burlándose o
negando a sus propios hermanos, o el padre que solo se dedica a cortar leña y
no puede sustentar su hogar. Todo preparado para que el demonio se acerque y
los corrompa, estando tan cerca.
Otro punto es la debilitación de la fe, a partir de que Dios parece que no apoya la prosperidad de éste hogar, ante no escuchar
sus ruegos, de lo que se pone peor cuando empiezan las desapariciones, teniendo
el ubico y temido folclore que simboliza el bosque por el tiempo en que nos
ubicamos, el siglo XVII, el lugar de los peligros y desvíos. El mal
tiene varias injerencias, una visualmente espectacular en el aquelarre volador
alrededor del fuego, y otra menos vistosa en el contexto natural, que es lo que
predomina, ese que se demora la película en ilustrar y tiene mucho de elíptico,
el de la pobreza, la carencia y la necesidad, el de la exigencia de los dogmas
y su silencio a cambio, cuando el otro pecaminoso ronda y efectúa. La maldad llega a grados muy altos, pero el quehacer
cinematográfico en ese horror es sutil, refinado y breve. Tenemos un filme muy
arduo, aunque narrativamente sencillo, en la figura de la casa de la fe a
puertas del bosque tenebroso y corruptor.