Bone tomahawk (2015), el debut celebrado de S. Craig
Zahler, es una película que mezcla el western con el terror, algo que casi no existe o no suele trascender, específicamente con el
subgénero del canibalismo, donde es como si John Ford tuviera que lidiar con Ruggero
Deodato. La mayor parte del metraje, casi hora y media, es típico western, de
bajo presupuesto, pero saludablemente serio y muy bien hecho, incluso hay un
rescate que recuerda a Centauros del desierto (The Searchers, 1956) y un vaquero
(anti)héroe a William Munny de Los imperdonables (Unforgiven, 1992), el vanidoso
y dandy John Brooder (Matthew Fox) que cuenta haber matado más de 100 indios
incluyendo mujeres y niños, y que no demora en cargarse en el trayecto a 2
mexicanos sin saber a ciencia cierta si son o no asaltantes en esta tierra de
nadie que es en buena parte el oeste. Brooder es uno de los cuatro hombres
civilizados y del lado de la ley que tienen que salvar a una mujer y a un joven compañero de una tribu de indios
sin mayor identificación que considerarlos trogloditas, ellos son: el inválido Arthur
O'Dwyer (Patrick Wilson) que tiene una pierna rota y es esposo de la bella dama
que van a rescatar, por lo que le urge ir y nada le detendrá; el anciano, viudo
y ayudante bonachón Chicory (un irreconocible Richard Jenkins); y el sheriff Franklin Hunt (Kurt Russell), el
hombre de acero.
El filme en la última media hora se transforma en una
película de terror, con el antecedente de que han profanado un cementerio indio
(con la breve participación de esa leyenda del cine explotation y del terror,
Sid Haig, El capitán Spaulding), y que los salvajes hayan ido al pueblo por
venganza, o simplemente se vieran arrastrados por la curiosidad de los rastros
del vagabundo y ladrón que hace David Arquette en una endeble performance. La
propuesta vira en el gore y en la lucha desigual entre el bien y el mal de la
forma más violenta, fría e impiadosa, pero a la vez inteligente (sumado a que
casi no existe score o banda sonora y se imprime una sequedad narrativa, que
aporta al filme más bien, aunque a sacrificio de disminuir los fuegos
artificiales), contra unos extraños indios espolvoreados de blanco y dueños de un
esperpéntico silbido producto de una joya incrustada en la tráquea, de lo que a
ese respecto se ha trabajado una figura bastante básica, pero que acentúa la
brutalidad de sus acciones. El filme previo al terror ahorra espectacularidad y,
desde luego, imaginamos que gastos, con un western que es muy sencillo, pero
formal, habiendo ese ámbito donde los héroes son gente ordinaria, no muy culta
y se percibe en las conversaciones, no vulgares pero sí bastante humildes y
algo inocentes adrede, habiendo también cierto humor negro en esos diálogos, y
esa audacia de hablar de algo intrascendente pero curioso, típico de buenos
guiones, en ese sentido hay mucha palabra, y no resulta ni ridícula ni pesada,
sobre todo cuando yace muy presente, como las que discuten las relaciones de
matrimonio y la inteligencia o como leer en la bañera sin mojar los libros.
El filme en gran parte es como que no pasara nada importante,
en el recorrido que lleva a interrelacionarse al grupo del sheriff en medio del
desierto tras los trogloditas, en ese punto puede que a muchos les parezca una
propuesta sosa y larga, sin embargo toda esta descripción, aventura y comunión de
la banda yace bien formada (el viejo, el cojo, el Billy de Kid dandy y el “bruto”
idealista recio líder), va creando un background y una aclimatación que habla de
trabajo individual por sobre la forma del contexto que es bastante austera, y
de la solvencia y sumo peso de las interpretaciones, todas destacadas en el
orden de la necesidad. El aspecto rudo y firme de Kurt Russell que dibuja al
clásico cowboy héroe o de excepción (pero que tiene momentos de tocar piso que
dan cierto balance), el engreimiento y la fría supervivencia de Matthew Fox (hasta
ese final a lo teniente Dan Taylor, Forrest Gump, 1994, con esa línea cáustica
y políticamente incorrecta de “soy demasiado vanidoso para vivir lisiado”), el
cariz de granjero tipo clase media de Patrick Wilson (el americano promedio
haciendo lo correcto, convirtiéndose en héroe frente a las circunstancias,
producto de un intrínseco aire poético y romántico, como el de la carta para la
amada, donde no es la estética, sino los sentimientos y las emociones
lo que cuenta), y el tipo humilde, gracioso, leal y simpático de Richard
Jenkins, el Walter Brennan o el Thomas Mitchell de la película, donde en el
trayecto pelean, se ayudan, ríen juntos, se admiran mutuamente, en un trato sin
demasiados adornos, pero lleno de momentos “especiales”, formando una banda
entrañable de alguna forma, provocando esa magia que plasma confabulaciones y
emociones y es tan vital para soportar hora y media de “simples” correrías,
sumado a que la brutalidad de los indios tiene sentido (aunque la propuesta no
es que busque lo políticamente correcto, sino se afirma en su creatividad,
humor negro y verosimilitud, teniendo sus propias reglas), de lo que estos
indios no resultan insalvablemente incongruentes con el conjunto, aunque no sean
típicos del western por su exageración y gore en el primitivismo y la deshumanización
absoluta de los contrincantes, más allá del eterno cliché de secundarizar como
enemigos bárbaros y poco justificados a los indios, de lo que en este filme son
producto de la imaginación y el género del terror, monstruos salidos de oscuros actos
primarios, asesinos por naturaleza, crueles caníbales (profesando un sentido
de comunidad, en aquel silbido, y creer en la espiritualidad), peligrosos,
magnificados y temidos incluso por sus propios congéneres.