Con Al filo de la ley (2015) se intenta hacer cine de acción
puro y duro en nuestro país, entre comillas, porque es una película de acción
sin acción, más se trata del lucimiento (supuestamente) cool de los otroras sex
simbol de las series de Iguana de los 90s, de Julián Legaspi y Renato Rossini
(ahora ambos en los 40s), éste último el productor de la obra y quien se
disputa la dirección y autoría de la propuesta, ya que tuvo mucha injerencia,
según se ha llegado a conocer. Legaspi y Rossini son dos tipos duros y
relajados a lo Miami Vice criollo, o como Starsky y Hutch, pero sin profundizar
en absoluto en las diferencias y vivencias de las buddy movies, a las que
remiten, quienes son un surfista peleador (Rossini), el que siempre está
soñando con su novia (la ex vedette Karen Dejo, aquí curiosamente sin exhibir
su anatomía, sino unos escasos dotes histriónicos); y un Rocky de postura militar (Legaspi), los que
ofrecen harto regodeo y jactancia con bellas modelos y un aura de seductores
inmediatos (hasta disfrutan de un inexplicable rave en un taller al final de
una pelea, y en general de un alarde bastante machista, que no menosprecio del
todo, porque puede ser signo de identidad), ellos son un imán para las beldades
(como con la físicamente impresionante Milett Figueroa, gancho cantado del
filme y a la que se le ve poco), a la vez que se circunscriben a una misión de
atrapar a un capo nacional (un afectado y exagerado, caricaturesco, Reynaldo
Arenas) para pagar una deuda de clandestinidad a la policía (Fernando Vásquez, más
que decente como jefe policial), en que lo chicha, mayor extravagancia y la
personalidad debieron ser lo dominante, como aquella huida final en ómnibus,
sin embargo se queda en la notoria falta de originalidad, en la sencillez de su
estructura y en la ausencia de verdaderos giros novedosos, habiendo
incluso una explosión bastante penosa como efectos especiales, con lo cual la
ópera prima de los hermanos Hugo y Juan Carlos Flores queda exigua y
fallida.
La idea
de un cine de acción nacional, como Al filo de la ley, es a
todas luces bueno y necesario, para tener diferentes ofertas cinematográficas, géneros,
goce cinéfilo y atraer distinto público nacional. No obstante, el resultado no es de los mejores, por lo que ver el filme paraguayo Luna de cigarras, de Jorge Diaz
de Bedoya, que se haya en Múltiples Miradas, del 19 festival de cine de Lima,
se hace de visión “indispensable” para por una parte conocer cómo manejar el
género, que tiene de comedia además, y aquello le da sabor a su realización, un
aire cool efectivo, aunque de forma sencilla y directa, a veces tonta e
inocente, y aclaro, no es tampoco espectacular,
sino tiene muchos defectos, es bastante simple, sin
embargo tiene lo que le ha faltado a la obra de los hermanos Flores, resulta
muy entretenida, su relajo logra ser competente y atractivo; de lo que en buena
lid no se le puede tomar en serio, como que el jefe máximo criminal es un tipo
llamado el Brasiguayo que es igualito al Kingpin de la Marvel, con lo que
tienes una propuesta ciertamente superficial, pero que te hace pasar un gran
momento.
Tiene un arranque potente, a un punto, que luego irá hacia
atrás, 24 horas, para ver cómo llegamos a ese estado donde de una burla surge
tremenda y por un parte ridícula matanza, donde miles de disparos se oyen en
negro. El encuentro definitorio del filme es con sus 5 principales
protagonistas y hampones en un lugar clave de negociación y traición, la que es
una banda y reunión que recuerda a Reservoir Dogs (1992); ellos son Gatillo, el
líder mesiánico y cowboy; Rodrigo, que parece retardado de lo que de todo se
anda burlando y quien es impulsivo y agresivo; Duarte, que carga un termo costoso
para todas partes, regalo de su abuela, y que engaña de pastor a una feligresía
para robarles; El chino, que es el cobarde del grupo, como quien no sabe cómo él
anda con criminales de alto vuelo, y parece un típico chiquillo drogo; y el
Torito, un tipo de mediana edad que es muy fogoso y es secuaz de Rodrigo. En la
línea de retroceder y conocerlos y a sus fechorías, el filme traza la trama de
un joven guapo americano que quiere comprar tierras de cultivo y el Brasiguayo
hace la sucia transacción, pero al recoger el dinero, Gatillo traza un plan y
busca convencer a los demás, con lo que surge una historia rocambolesca, donde
hay muchas líneas narrativas y personajes, pasando por momentos luminosos como
enamoramientos, pero más se trata de sacar provecho de la situaciones, con lo
que lo lumpen hace de bumerán para todos.
Es un filme que tiene su cuota de sensualidad, se ven
desnudos, coitos (hasta “vulgares” y bromistas) y mujeres bellas de putas, los
cuales aparecen sin afectación, de forma realista y dura, con lo que se hace de
personalidad al respecto, y aunque los sucesos tienen un fuerte aire cómico y
desmitificador de cánones solemnes, las acciones toman forma y hacen de pleno
divertimento puro y duro, donde poco importa si la credibilidad o la
exageración le cobra factura. Su conformación con matar el rato es tan evidente
que darle significado al título parece una ocurrencia más, de una mala broma de
creerla por un instante una obra de cine arte, de lo que le hubiera caído mejor
un nombre menos pomposo, como lo es el filme, que parece por momentos digno de
un cómic irreverente de gángster, con buena cantidad de aire falso, adrede, y mucho de
pedestre y típico del país, ya que por su lado se otorga identidad,
nacionalismo, hasta exudando chascarrillos, como que agredir a los turistas no es correcto ni para un
criminal, en referencia al hurto de órganos con el clásico gancho de la prostitución.
Es un lugar donde hasta hay mafiosos rusos involucrados, y
un tractor y cortadora de pasto para castigar errores, por lo que todo su
ambiente es bastante risible y su acción digna de espectáculo, por lo que no
será una película trascendental, pero sí un goce cinéfilo o un placer culposo de esos tipo trash en
cierta forma, aunque con muy buena factura, cuidado y con noción narrativa, pero donde brilla mucho lo light, el relajo naif y el
toque absurdo, como si estuviéramos viendo la adaptación de una novela gráfica
latinoamericana, aunque robe de aquí y allá, tenga lugares
comunes y ostente un desenlace supuestamente gracioso con un aire social en el
hallazgo de un panadero, mientras es digno de la ironía de la fe. Hay que
recalcarlo, es una película cargada de imperfección, pero su locura y vocación de aprehensión primaria la harán digna de un público enamorado de un sincero filme
comercial hecho en el idioma.