Ópera prima cubana de Carlos Quintela que se alzó con uno de
los tres premios Tiger, del festival de Rotterdam 2015, actualmente presente en
la competencia oficial de ficción del 19 festival de cine de Lima. Es una
película que mientras nos narra su historia principal digamos que convencional van
en paralelo aunque en menor cantidad imágenes de apoyo tipo documental que
remiten al tiempo del filme, ubicado en las Olimpiadas de Londres 2012 de lo
que vemos el desfile de deportistas y campeones cubanos, y de otros temas (en
que mucho aflora el color, en la exhibición de lo radiante), como el de una magna
obra nacional de viviendas en enormes bloques habitacionales, cumpliendo además
con otras necesidades mayores, llamada la obra del siglo, como a su vez se ven
trabajos en un edificio que hace un símil con un cohete (fantasía e ilusión),
habiendo mucha mención de los viajes espaciales, como de la guerra fría y la
lucha por conquistar primeros el espacio, aparte de que no todo es de aire documental,
sino hay creación imaginaria en el visionado de esos pequeños recuadros menores
al tamaño de la pantalla general, que es el estilo escogido de soporte, donde
hay background ficticio de acuerdo a la trama, en qué anticipan momentos o complementan la
historia central. Es una forma creativa de decir subtextos, y dar un alcance
mayor al relato tradicional, con lo que apela
a contextualizar el filme en la ciudad nuclear de Juraguá, provincia de
Cienfuegos, que invoca cierta nostalgia por un mundo perdido, creando una
especie de universo alternativo en su narrativa, que al inicio en su dominante blanco
y negro pareciera que fuera a contarnos una de ciencia ficción, y algo queda en
el ambiente, cuando los protagonistas pasan el rato en un bunker de la central
electronuclear, que es como un pasadizo a otro mundo, donde juegan en el
abandono (como lo hace el filme), un tiempo que va desapareciendo. Es un pequeño aspecto político sutil en el
filme como quien le tenía fe al socialismo, y puede que al fin y al cabo sea la
declaración de una claudicación, el final, desde el respeto por el pasado, en
la otrora igualdad de combate entre dos frentes mundiales, y el seguimiento de
la población cubana, al punto de que una mujer pide caliente que le hablen en
ruso, y ahí por su lado hay un buen toque de humor.
En su epicentro está una familia, abuelo, padre e hijo, que
articulan una vida austera en Cuba, peleándose sobre todo porque el anciano es
molesto y no se guarda ninguna ocurrencia. En ese aspecto es algo natural,
sencillo, que fluye como un retrato típico de los habitantes cubanos contemporáneos,
con problemas menores como por conflictos de interrelación, donde se llora por una mujer, cuando se hacen
alusiones irónicas a preferir una buena cocinera más que una fémina bella, o
que se peleen por el control de la casa en común, en un espacio de hombres que
tienen mucho de niños. En este lugar no hay nada espectacular que recordar,
pero mantiene nuestra atención con su cotidianidad y su chispa, por la audacia
como relator de simplezas que tiene Carlos Quintela, tanto que un pez llega a
ser parte de los personajes, y es que uno disfruta con su frescura y ligereza,
en su aparente superficialidad ya que los intersticios que yacen paralelos van
fomentando mayores profundizaciones, haciendo ver una lectura íntima y una
social y nacional, con lo que es un triunfo de la creatividad, aunque tampoco
el producto sea algo sobremanera imponente como arte, es algo discreto pero
valioso, y poco más, en la que es como la película experimental del grupo de la
competencia oficial del 19 festival de
Lima, con su toque cool a la cubana, donde se dice de todo sobre su realidad,
desde el atractivo de lo ordinario.
La mezcla es potente y perfecta, sobre todo porque los
efectos lucen muy primarios, en que tenemos a una ciudad fantasmal como dicen
los personajes, un mundo perdido, olvidado, semi-destruido, ayudado por el
blanco y negro que da la sensación de precariedad, pero otrora cargado de
sueños, como la propia mirada de Cuba. De esta manera van surgiendo las ideas
inteligentes en el filme cuando estamos cautivados por la vagancia de estos
tres familiares, ya lo dice una línea, en lugar de estar rodeado de mujeres
tengo a dos negros que ni son deportistas, ironía por doquier, pero desde lo
poco percibido, un sentido del humor y una sapiencia muy encomiable para hacer
un retrato con tantos matices y aristas, donde el ingenio va de la mano con lo
sencillo, con el trato siempre novedoso o curioso aun en algo tan fácil como
creer muerto al abuelo y luego enterrar a un perro, o decir que la gordura es
la gran entrega a la nación por un trabajo sedentario, como un “alarde” de lo
que no existe.