Se ha hecho mucho cine en el mundo y hay lugares que
se repiten constantemente en el séptimo arte que sorprender al espectador con
cierto background cinematográfico es complicado, por lo que muchas veces más
importante se torna el tratamiento de la película que su originalidad, aunque
aparezca de otra forma. En ese punto cae precisa El incendio, del argentino Juan
Schnitman, donde se nos habla desde el título, de un estado de conflicto perenne
que raya en la destrucción de una relación, la de los guapos treintañeros Lucía
y Marcelo que a 24 horas de esperar pagar por su nueva casa no pueden contener
la erupción del volcán en sus vidas y pelean por casi todo, desde el préstamo de
parte de la cuota de pago del nuevo lugar por parte del padre de la chica,
pasando por saber guardar con seguridad el dinero del banco, hasta al parecer desconfiar
del otro, no contar sobre una enfermedad o sobre un ataque de menores a nuestro
auto, en sí estar distanciados afectivamente, como en el dudar de dar un simple
abrazo de reconciliación y un sinfín de pequeños detalles que van minando su
situación, y van exponiendo una y otra vez que algo se quema, se muere.
Es un filme bastante bien trabajando, que tiene un arranque
muy misterioso y curioso, sale la pareja guardando gran cantidad de billetes en
unas bolsas sobre su ropa interior, con lo que uno se imagina un robo o que están
pasando algo ilegal por algún lugar policial, sumado a que cruzan rejas de
seguridad eléctricas, no habiendo identificación del espacio en que están, en
lo que Schnitman muestra su ingenio para seguir alimentando la novedad de una historia
aparentemente fácil de llevar, muchas veces vista, la que implica por cierta
costumbre visual el agotarse rápidamente, pero que sin embargo siempre está
generando algún impacto y atención, desde varios espacios como no solo la
propia casa que están por abandonar, sino el trabajo de cada uno y los
compañeros o jefes que tienen, uno como maestro escolar de chicos
problemáticos, la otra como chef de un restaurante.
Puede que haya momentos carentes de verdadera creatividad,
pero se trata mucho más de lugares de pequeña sorpresa común, además de que la
narrativa y exposición es muy competente, quizá algo híper dramática y
exagerada, como todo el filme (e igual ¿no nos hablan de un incendio?), pero saludablemente
interesante y decente en general, como la llamada de atención en la escuela que
crea una gran incógnita sobre algo grave y sumamente reprochable, y luego se
descubre como algo menor en realidad, y en sí el filme no presenta más que discretos
detonantes en sus problemática, pero acumulándose y dándole una perspectiva
personal, como sobredimensionar una supuesta agresión a un chico de 16 años
mimado pero delincuencial por una madre sobreprotectora, consigue el esperado
convencimiento. Sobre todo en la relación, que tiene un cariz ligeramente violento,
donde se juegan a las manos frecuentemente, son muy sensuales e intensos, en
ello el incendio es también el fuego de su vitalidad, en que llegan a bajar la
marea con una escena poderosa de sexo rudo que puede que recuerde a Relatos
salvajes (2014), pero en sus formas descuella personalidad, en que ejercen brutees
propio del calor de sus cuerpos y apetito nacido de tanta frustración, enojo y
ausencia.
El incendio, que está en el 19 festival de cine de Lima, tiene a dos actores en completo estado de
gracia, a Pilar Gamboa y Juan Barberini, que está demás decir que todo el peso
lo llevan a cuestas, ella llegado un momento siempre al borde de tirar todo por
la borda, proclive al llanto y cansada, pero aun dudosa con respecto a él, quien
sensible y excesivamente analítico confunde los actos de Lucía y juzga
bruscamente sin tregua su inconsciencia, se toma todo demasiado en serio, aparte
de que como todo hombre piensa que como mujer exagera las cosas, con lo que no
se percata de todo lo que le sucede, propiciando generar mayores dificultades, hasta
estar contra las cuerdas y sentir el fin tan cerca y recién reaccionar, en las
que son dos almas resentidas uno/a con el otro por nimiedades, cosas de toda
pareja que magnifica errores y estados de ánimo, habiendo cierta soledad aun
conviviendo, mientras yacen contenidos o fuera de sí, continuamente cambiantes,
si bien llegado a un punto en el filme solo vibran los estados explosivos y
emocionales, en la pugna de la desilusión y el querer aguantar, escapar un rato
o para siempre, en eso la imperfección de ambos es desde toda arista palpable,
que además consumen drogas de lo más orondos, en la naturaleza de la edad (otro
motivo general).
Recrear muy fidedignamente y sostenida cada disputa es todo
un logro del filme, dolor, pequeñez, esencialidad, anécdota y justificación otorgan
mucho realismo y solidez al producto. No menos es la fuerza de los disgustos de
Marcelo, es todo un espectáculo, en unos arrebatos desmesurados e increíbles (asoma
incluso el desequilibrio, teniendo un arma, curiosamente un regalo nostálgico, y
varias situaciones amenazantes en proyecto o entre manos, como algo latente y
silencioso). Las discusiones son muy bien argumentadas y prolongadas, y aunque continuas,
no exentas de seducción para con el espectador, que siente que es todo un largo
trance, tanto que el tiempo, 24 horas, parece una eternidad, yendo de pequeño
instante de conflicto a otro en una vida cargada de actividad al milímetro, en
que se valoriza cada segundo y no se ve forzado, ya que están en plena cuerda
floja, generando la gran expectativa de la pregunta hiperbólica que es el filme
¿seguirán como pareja, es decir, sellaran su amor con la compra sacrificada y compleja
de su nueva casa, o cada uno tomara rumbo por separado?