Va a sonar cruel de arranque pero lo que llama la atención en
el acto de la cuarta película del argentino Ezequiel Acuña es que fácilmente pudo ser la historia
de un grupo como Menudo o Parchís, y no cambiaría mucho, en su vocación marcada
de ser enternecedor y cálido con el público, proveyéndoles de una trama que más
se basa en simplemente tocar canciones dulzonas, suaves, movidas de tipo pop melancólico
y sencillo, con letras y musicalización muy cortos y austeros como en un
diálogo se dice de lo fácil que es tocarle. Se inspira en el grupo uruguayo La
Foca adaptándose a su estilo sonoro, y es la historia de una banda homónima joven
que tras la pérdida y desaparición de uno de sus integrantes deciden romper,
sin embargo con el tiempo que intenta curar heridas luego vuelven a unirse con
la idea de lanzar el disco que hicieron durante su antigua época musical, que
empezó hace 10 años.
En el medio tenemos una historia de amor melódica y de espíritu
dulce y ñoño si se quiere amparada en la iniciativa femenina y el cariz
despreocupado e intrascendente de él que vive recordando (sojuzgado) al entrañable
amigo ido, que queda mucho en mera superficialidad verbal, como leitmotiv del
filme que tiene de inspiración además al baterista y fundador de la banda argentina
de postpunk Los pillos, Pablo Esau, que desapareció en 1990 en un viaje con su
novia al Amazonas, como también en Eddie and the Cruisers (1983) en que
comparten dejar un precedente musical una vez que el tiempo olvida sus tocadas
y surgen los conflictos, donde en La vida de alguien, título que alude a Nico y,
claramente, al anonimato, se conjuga con la amistad de sus miembros musicales y
la melomanía de pura y autentica filia que cimentaron en sus inicios (por
encima del aplauso masivo, un lugar común en la trama).
La pareja que hacen Guille (Santiago Pedrero), líder de la
banda y escritor musical, y la joven tierna y naturalmente cool Luciana (Ailín
Salas), que se roba el show, sobre todo cuando canta que tiene muy bella voz, y
me recuerda a la mexicana Julieta Venegas, yacen en un tira y afloja que
recorre el largo del filme por destellos de delicada sensibilidad habiendo
buena química entre ellos, aunque en Salas más que todo porque es muy
carismática y luce especial sin ser impresionantemente atractiva, digna de una belleza
atípica anclada a su seguridad y canto, en una relación que se pospone a menudo
ante escuchar la banda sonora diegética de La foca ficticia, sonido que
predomina tanto casi como si tratase de un documental musical. Los desacuerdos
blandos pero capitales son por novias y contratos, desde algo humilde, un
pequeño grupo que suena en tocadas discretas, da entrevistas locales y tiene un
manager muy joven que se deja llevar por las ofertas como ola del mar.
Un defecto es que se verbalizan mucho las historias y los sentimientos,
aunque el actor Santiago Pedrero no lo hace mal, desde un gesto autosuficiente,
contenido, tranquilo, de poca expresión, lo cual es bueno por su lado porque no
requiere de extravagancia (que suele ser recurrente en el retrato cinematográfico
musical, algo que atrae bastante la atención), como pasa con la banda que es muy formal
en general.
Aparte de ello, en la película, que se haya en Múltiples
Miradas, del 19 festival de cine de Lima, casi está ausente el relato, prima
tocar, hacer como que se están promocionando y reconstruyendo como grupo, preparándose
y ejerciendo equipo, de lo cual si no te agrada mucho su tono musical, no eres
propenso a quedarte escuchándolos por largo tiempo, además de que es melosa
como narrativa y argumentación, en la pena del amigo jamás reencontrado y en la
lealtad a su tocada fuera de llegar lejos, o al romance y seducción entre bambalinas
de tono naif, pues el resultados será una pequeña tortura, pero si por el
contrario todos estos elementos te sintonizan tendrás la otra cara de la
moneda, tu pequeña gloria cinéfila, con lo que la obra de Acuña bascula entre
los puntos contrarios, producto de tener una esencia demasiado subrayada, y un
estilo para mi gusto de poética inocente, en una ternura dentro de lo
minimalista que no hace mucha novedad, salvo reinterpretarlo nuevamente, y
ponerle un cierto sello romántico y a un punto lacrimógeno de nostalgia a
prueba de balas, a pesar de que más tarde el misterio será destruido, por un
final que, aunque suene irónico, me recordó el juego en la playa de A los 40 (2014),
y hasta ahí llegamos, porque no faltarán esos recursos de empatía sumamente primaria,
en que se extraña ver a los amantes del cine-arte sentirse atraídos por ella,
cuando en Hollywood se hace este tipo de filmes muy a menudo, en esencia, y
suelen ser rechazados, diciéndoselo a quienes lo hacen ya que si eres asiduo fan,
desde luego el resultado será de inmediato enganche.