Ópera prima del actor peruano Salvador del Solar que adapta
La Pasajera, novela corta del compatriota Alonso Cueto, sobre la historia del
encuentro clave de un taxista, interpretado por el mexicano Damián Alcázar como
Harvey Magallanes, que se ve efectivo como un peruano cualquiera, uno que fue soldado
en la época de la guerra con el terrorismo. El choque sucede cuando se
topa con una mujer apodada la ñusta que muchos años atrás fue raptada en una intervención
casual en Ayacucho y convivió sexualmente a la fuerza con un coronel (Federico
Luppi) cuando aún era una menor de edad. Ella ahora mayor, Celina (Magaly
Solier), pasa por necesidades económicas y es cuando Magallanes quiere ayudarle,
chantajeando y secuestrando al hijo de éste coronel, en la que es una historia bastante conocida de nuestra idiosincrasia, aunque
definitivamente no mal narrada, pero carente a cierto punto de mayor originalidad,
que se vale de cierta gravedad para dar con un mensaje sobre el abuso en la etapa
de ésta guerra, señalando el maltrato a una chica humilde en la piel de la muy talentosa y apasionada Magaly Solier
que ganó el premio de mejor actriz en el 19 festival de cine de Lima.
El filme tiene un mensaje recordatorio loable que juega como
trascendencia en buena parte enfática. Como bien dice
una sentencia desdeñosa de Celina, “haga como el coronel, olvídese de todo”,
que, desde luego, implica el inverso, algo que debe quedar en la
memoria y en la reflexión sobre un tiempo importante en nuestra historia
nacional como país, que en su deseo de profundidad ideológica queda por un lado
un poco fuera del logro artístico, en una película que entretiene, pero hace
más sopesar un pensamiento crítico. Se convierte aunque de forma
sencilla en una propuesta de marcada política y cariz social, que una obra de
mayor creatividad, libertad y complejidad. El ritmo a veces pasa por lento, pero más adelante se torna trepidante en su noción de thriller,
con los intentos de Magallanes de sacar dinero a la familia rica del coronel.
Es de elogiar que tiene formas narrativas de
relajo y no queda asumida en la solemnidad, habiendo como una perpetua y sutil válvula de escape general en su
estructura que resulta bastante saludable, sin caer en absoluto en
la pérdida del realismo, la seriedad y la atención dramática, sobre todo porque
tiene sus buenos momentos a ese respecto y no se recargan ni se vuelve un panfleto
(mal que pudo caerle encima, notando que el mensaje es tan importante para el director), como las confrontaciones de Magallanes
con Celina y en especial con el hijo rico que hace Christian Meier, en que ella
explota y se expresa en quechua, quedando la rabia ante la injusticia, el carácter y el orgullo en el aire, sin necesidad de ser especifico, que ya ha quedado bien expuesto en toda la propuesta y es como el
remate, tras las explicaciones y desentrañamientos que hace Magallanes como eje
de exhibición, tanto como de introspección personal.
Está el choque de hallarse con el pasado, reencontramos
con la memoria, en el emblemático correr de una toma larga hacia el cerro oscuro,
iluminado sólo por las luces lejanas de la ciudad (hay gran dominio de la explotación
visual de las zonas populosas y populares, no de una Lima embellecida, sino de humildad urbana), que es toda una catarsis en
medio del grito del dolor simbólico, frente a la vejación e impotencia.
Magallanes (2015) tiene también ratos poco inspirados, pero son los menos, aunque implica algo de sequedad, para bien y para mal, como en una supuesta
violación que queda como rato irrisorio en su caminar de dolor, una pésima broma. De lejos mucho mejor la de la requisa y el helado, en una obra en
la que no abunda no obstante el humor, que es una buena decisión, ya
que muchos tiemblan cuando no oyen risas en las salas, además de que como
peruanos somos propensos a reírnos de todo. Mucho tiene que ver que el personaje del también ex soldado, amigo de
Magallanes, el que le alquila el taxi, interpretado por Bruno Odar, es excesivo, caricaturesco, al que le sobrevuela la ambigüedad sexual. En éste debió ser menos
marcada su corrupción para pasar por un señalamiento menos burdo de la
repudiable figura del ser envilecido por la guerra, donde incluso la golpiza
que le dan es hasta innecesaria. Ambos son lo peor del filme,
uno por demasiado austero, básico (Meier), y el otro por exagerado, subrayado (Odar, que se pasa de
vueltas). El
resto se podría decir que está en estado de gracia, principalmente Damián
Alcázar y Magaly Solier, que hacen un dueto de competitividad escénica. Mención especial de Federico Luppi que con sus exabruptos y estado de inconsciencia
aunque en un papel chico logra sobresalir. El reparto es sólido en general, dando actuaciones sensibles y explosivas, en medio de
la intensidad de la acción, como la de Polvos Azules que marca el ingenio del
director novel, en el quehacer contra la impunidad. Es ahí que se puede perdonar la reiteración. La historia tiene una atractiva línea de crimen, en el juego de policías y
delincuentes, con un antihéroe balanceado entre la nobleza y lo repudiable, en
no saber de dónde viene el mal.