Porque no solo de trascendencia intelectual y profundidad vive el
hombre, sino también de entretenimiento superfluo en toda regla, en donde el
terror es un placer perpetuo. En esta película canadiense de bajo presupuesto
tratamos con un policía ocioso y aficionado a la bebida que ha caído en un rito
satánico donde lo han convertido en hombre lobo en una temporada especial en el
pueblo donde recuerdan muertes memorables con alguna relación con eclipses
lunares. Lou Garou (el novato Leo Fafard, y no es que descolle como interprete,
en un filme que tiene actuaciones básicas y otras apenas aceptables, pero igual mantiene
su cierta simpatía) inicialmente tiene destellos de recuerdos de
destripamientos salvajes y un secuestro con sacrificio y pentagrama satánico
tallado en la piel incluido (en flashbacks que tienen una construcción medio
cutre y no tan clara, a ratos bañados en un solo color y medio en collage o
bien fragmentado), pero no figura del todo lo que le ha pasado ni viene
sucediendo, hasta que contacta con el loco del pueblo que cree en lo paranormal y en especial en los hombres lobos, y da con que Lou es uno, con lo
que transformado empieza a cuidar de la zona.
Aparece de acompañamiento marcado la música de rock pesado del
grupo canadiense Shooting Guns, haciéndose notar y creando
un ambiente cool, surgiendo como parte de un relajo narrativo y argumental,
pero a veces el director Lowell Dean se excede en el uso de este elemento y cae
algo disonante. El humor es otro componente de distinción, no pretendiendo ser un
filme muy serio, más bien uno divertido, como que tiene un tono contemporáneo
de seducción juvenil, aunque los interpretes no son chiquillos, con la chica
guapa en tacos altos que es barman y le quita el sueño al protagonista habiendo
atracción mutua, o con el despertar continuo perdido en el alcohol y
acompañado de una bella mujer ocasional.
El filme tiene más de una ocurrencia como que intervengan
unos reptiles humanoides que pueden cambiar su apariencia física –hay algunas transformaciones y descubrimientos que
tienen su buena ironía, su lado grotesco, en que la película intenta ser descarnada
cuando necesita, tanto como irreverente, pero cuidada en lo posible- con una pequeña
conspiración a cuestas, que hacen una mezcla bastante extravagante, perdiendo
la idea de terror en gran parte, pero convirtiéndose en una especie de
adaptación de novela gráfica, como que Wolfcop resulta un antihéroe y
superhéroe a partes iguales enfrentando enemigos sobrenaturales.
Los efectos especiales son más que decentes, sobre todo
siendo tan vitales para solventar al protagonista, aunque tampoco extremadamente laboriosos en todas partes,
pero sí que sorprende el realismo con la transformación plena, variante y
continua a hombre lobo, donde un babeo grosero y un carácter sucio y pegajoso generan
su gran toque de verismo. Uno sucede justo cuando Lou está orinando
y se da inicio desde la particularidad del cambio de su miembro, en un hombre
lobo visto con pelos y señales, que tiene credibilidad moviéndose normalmente en
pantalla. Al igual que el gore de las muertes tiene su lado lúdico y su
creatividad (con alguno que otro momento medio defectuoso, como cuando le quitan un
ojo a un pandillero y lo clavan en la pared, en el trabajo esquemático de la
banda criminal que luce como pretexto funcional), donde se arrancan fácilmente los
rostros, siendo cimiento principal del goce general.
No es que sea un filme especialmente dotado, de lo que Wolfcop
tiene resonancias del tipo de Lobo de la DC Comics, la narrativa tiene aires de
básica, le falta mucha densidad y originalidad a muchos personajes y los
sucesos son interpretados algunos con bastante simplicidad y hasta cierta
limitación, pero tiene su gracia, como que logra ser entretenida, con un hombre
lobo luchando paradójicamente contra el mal, siendo melómano, bebedor, sexual y
peleador.