viernes, 8 de enero de 2016

Videofilia (y otros síndromes virales)

Todo un logro e hito para el cine peruano, que ésta película de Juan Daniel F. Molero ganara uno de los Tiger Awards, máximo premio, del festival de Rotterdam, evento que apuesta por lo más extravagante, independiente y experimental del cine mundial en primera o segunda obra. Ésta es una película que se posiciona históricamente como lo mejor que se ha hecho en el cine alternativo nacional hasta la fecha, un logro de ésta apuesta cinematográfica de composición austera, que en lugar de competir con NN por el puesto de la mejor película del año se debería de ver como un empate técnico donde se trata de dos opciones de un cine de autor de gran nivel, aunque distintas en formas y tipo de complejidad, donde luce obvio que Videofilia se alza con mayor originalidad, personalidad y atrevimiento, pero su estética y expresividad luce mucho menos cuidada, defectuosa, pero habiendo la notoria noción de que las formas de Videofilia más bien aportan a su mundo y aquí lo hace de manera ingeniosa en ese aspecto, propiciando una cierta suciedad especial, viendo que hay muy buen manejo de la llaneza expresiva formal pero buscando en la trama enseñar a una Lima particular, distinta, curiosa, extravagante y digna de una mítica de distinción (juvenil), una que ostenta cualquier parte del mundo reflejando lo cool y lo irreverente, y a la que Perú con lo propio en la presente se inscribe, en medio de drogas, pornografía y supuestas simulaciones de asesinatos, digamos que dentro del juego de cierta perversidad, valiéndose de las nuevas tecnologías como que el uso de drogas luce como un virus, mediante la pixelación, una visualización incoherente, ilegible y la proliferación de iconos e imágenes inconexas, extrañas y audaces, que dan una impronta que otorga el sentido de vivir en un mundo virtual, en la videofilia, una enfermedad dependiente.  

De otra forma existe una línea narrativa central, la del encuentro sexual y aventura, el amor es otra cosa, que viven Junior y Luz (la prometedora Muki Sabogal), que tiene de juego loco, osado, imaginario y extremo terminando en cierta telenovela u ortodoxia de trascendencia (el llamado a lo oscuro, hasta la muerte, el asesinato consentido, en el fin de todo exceso), a la vez que de aprovechamiento muy bien tratado (que vuelca en “amistad” colectiva, un intimar social y no resulta incongruente), como que Junior quiere vender el sexo con ella en esa videofilia que respira por todas partes, y una sexualidad tan abierta y anhelante (tratada con una exposición directa, indie si se quiere). En ello hay una frescura alejada de lo naif que de verdad sorprende dicha madurez en el realizador, cuando no abunda en nuestro cine; que tiene de vulgar y de negatividad, pero funciona a la perfección, habiendo un panorama acorde con la sordidez humana del mundo, dentro del relajo argumental y el criollismo (habiendo rasgos que tienen su buena impronta), no exagera figuras ni amoralidades, no llegamos a lo patético ni aborrecible, se toma de forma natural, en donde la propuesta tiene un lado desatado (a veces demasiado notorio), algo ridículo y llamativo, como con esa fiesta de disfraces de animes, o con los tantos encuentros con gente ordinaria libertina, caustica y corrupta que pulula por el filme, inmersa en la inconsciencia, siendo interesante ver la descarnada lujuria en la vida de los jóvenes peruanos (fáciles lesbianismos aparte), que se mueven en la época de las cotidianas y omnipotentes tecnologías, pero yacen eternamente básicos en sus necesidades.