A primera vista puede ser una historia más de represión
homosexual, de cierto descubrimiento de una distinta inclinación sexual a la
mayoría y por otro lado de un posicionamiento de quien uno es. Pero resulta
también la historia de un deseo irreprimible, de una notoria atracción, amor y
sensualidad entre dos mujeres, la experimentada y adinerada Carol Aird (Cate
Blanchett, obviamente talentosa, de las mejores actrices que hay, como hoy en
día medio mundo lo afirma, y es que la admiro desde Diario de un escándalo, 2006,
pero, ¡qué Dios me perdone!, a algunas
expresiones suyas se les notan las costuras, me parecen híper-dramáticas, y
hasta lucen como tics) y la jovencita medio tímida, o humilde y sencilla más
bien, más allá de trabajar como dependiente de un departamento de juguetes,
pero que no se retrae en absoluto ante sus deseos, llamada Therese Belivet (Rooney
Mara, a quien el papel le cae perfecto con su tipo y estilo).
La historia nos cuenta de Carol, que yace en trámite de divorciase
de su marido, Harge Aird (el expresivo y genérico Kyle Chandler), que a pesar
de todo no la quiere dejar ir y la castiga con la futura tenencia de la custodia
de su hija, aun sabiendo de la clara y fuerte inclinación lésbica de ella, ya
que parte trascendental de la ruptura es ocasionada por un affaire ocurrido hace
5 años con la madrina de su pequeña, con Abby Gerhard (Sarah Paulson, pequeño portento
de los papeles secundarios). Como también se trata de la historia de Therese,
donde el protagonismo esta balanceado y bien repartido, aunque como anuncia el título, nos hablan de
un amor que marca nuestras vidas y en ese punto recae la sofisticación y la mayor
edad de Carol, con lo que pudiera pensarse que se trata de la mirada, encuentro
de la identidad y crecimiento de Therese, pero es a su vez la lucha con la
moralidad de la época anclada a un hecho preciso que evidencia un manejo serio y
consistente aunque acorde con otro tiempo (notando que adapta el libro de la
muy famosa Patricia Highsmith de título
original “El precio de la sal”, publicado bajo el pseudónimo de Claire Morgan
en el año 1951, que será la década que utilice el talentoso director Todd
Haynes, maestro de las fantásticas Velvet Goldmine, 1998, trasunto libre sin concesiones
del lado icónico del glam rock de David Bowie; y de I'm Not There, 2007, todas
las caras, hasta lo ensayístico, de las contradicciones de Bob Dylan), como
indica una minusvalía y juzgamiento para la custodia de la niña, y esa es la
figura que promueve la separación matrimonial de Carol, los conflictos de
madre, viendo que la aceptación social no posee ningún gran revuelo en realidad
para ambas, o no se trata de reducirlo a ese tipo de melodrama, ya bien conocido,
sino invoca cumplir con reconocer a la otra persona y entregarse al compromiso.
Donde Therese enfrenta decisiones sencillas para ella, dejar de lado a un novio
y buen partido pero a quien no quiere, y a un pretendiente que le ofrece ayuda
en una profesión que desea alcanzar, la de fotógrafa.
El conflicto central es no perder el acercamiento con la
hija, por la orientación sexual que se está viviendo, porque de acomodarse no
tienen problemas, evitándose a sí efectismos lacrimógenos, pero igualmente teniendo
gran empatía con el espectador, porque es la implicancia del amor por sobre
cualquier otro sentido, con lo que la precoz Therese al comienzo es arrastrada
por la seducción y sensualidad de Carol, pero termina sabiendo bien lo que
quiere y exigiendo, por lo que el papel se invierte y más tarde es Carol quien
tiene que poner mucho de su parte.
La película de Haynes tiene una narrativa inteligente, que
despega del lugar común y el facilismo porque plantea mucho realismo y
normalidad, cierta tranquilidad explicativa en cuanto a la pasión de estas
mujeres, enfocándose en ser correspondido por el amor que aceptado por la
colectividad, no exagerando las trabas sociales, aun siendo los 50s su contextualización
(y en ello bastante conocido el impecable detallismo de Todd Haynes), noción
clara de que se ha filmado en el 2015 y son otros tiempos, fuera de un cierto
desliz de ser grabada la aventura para desacreditar a Carol y hasta generar un
chantaje, que lo hay sí –mejor- en lo emocional con la pérdida de la hija, pero
que rápidamente toma un vuelo más adulto, exigente y coherente, y es que el
personaje de Harge tiene conciencia y ciertos matices, apreciando que el conflicto
proviene de estar a punto de ser dejado de lado definitivamente y dolido por
quien tanto ama –como bien señala un diálogo de que ella se ha vuelto cruel-,
no siendo un fantoche a quien despreciar por tenerlo por enemistad de la
libertad gay, aunque tiene de (entendiblemente) patético.