Ésta es una película sentimental, en el buen sentido de la palabra, contada en tercera persona por un Jorge imaginario y alter ego del director chileno
Jerónimo Rodríguez que va revisando sus recuerdos y entregando apuntes que surgen como en un hipertexto en medio de un diario personal de
viaje y búsqueda a través de la rememoración infantil, de cuando su padre lo llevó a ver
una estatua de un neurocirujano como lo era él y no recuerda bien la figura de
ese momento pero quiere atraparlo en su significación, que empieza con el
disparo de la memoria tras ver una película (Monos como Becky, 1999) y ser mencionado el neurocirujano
portugués Egas Moniz, que cree haberlo visto en aquella visita de pequeño con su progenitor, y con
ello salta a cada lado a describirnos su actual hogar en New York y sus raíces en Chile,
paseando por la cultura y política de su ascendencia y origen y esa aventura
que resulta hallarle razones de existencia a ciertas estatuas en ambos lugares, que yacen
abandonadas y son de lo más raras, albergan intimidad, afectos y un sentido
perdido, aunque haya quienes hagan vandalismo con ellas.
Es una película simpática y pequeña, enternecedora, bella, que resulta bastante espontánea, muy fresca, que da la sensación de ir
fluyendo en el camino uniendo cabos y siguiendo huellas casuales, teniendo un
material entre manos, creer algo de éste y encontrar otra cosa finalmente, como
esas tantas señalizaciones de socialismo que pululan por la historia de Chile,
en un sentir más que de frustración de no darle mayor importancia a algún tipo
de derrota o daño, habiendo la notoria presencia de la ideología social del
padre y gen de admiración y cariño, leitmotiv del filme, en el que es como un
homenaje a ese vínculo paterno (e inspiración, de lo que se dice que el padre “le
pidió” hacer un documental en su país, como forma de que regrese a Chile y este
a su lado), creando un sentir de tranquilidad y suma amabilidad en el ambiente,
alejado de todo conflicto, pero hablando de este, de tantas confusiones y hasta
matizándolo con el ingenio del séptimo arte de un cineasta capital chileno,
Raúl Ruiz, que se permitió bromear de las ideologías socialistas sin perder
identidad nacional, humanidad y esa genialidad que Rodríguez siente vive en él,
tanto como por el fútbol y hallar referentes didácticos en el camino.
Rastrear estatuas es solo un pretexto, anecdótico, curioso y
carismático (no esperen nada académico ni demasiado serio, sino dinámico y vital),
tanto como que solo sea una partida el hallar una estatua de Egas Moniz en Chile y
completar un recuerdo (que se logra contener, asociándolo con
valores y atribuyéndole sentidos afectivos), habiendo un culto a lo pequeño
pero a lo lleno de sentimiento, de tiempo, de historia, porque la cena está servida
en la aventura emocional e íntima de interpretar y (re)vivir lugares del
pasado, nacionales e individuales, mediante una entretenida y libre narrativa,
que tiene mucha alma mientras las verdades surgen de lo aparentemente intrascendente,
habiendo ingenio para generar tanta atención, huyendo de lo aparatoso. Se palpa el sentir de que cualquier ser humano puede tener en sí un
gran relato si sabe contarlo, trasmitir amor y enseñar la grandeza de lo que
nos define.