El director mexicano Nicolás Pereda es un exponente del cine
avant garde, que ha marcado su mayor reconocimiento con su filme Verano de
Goliat (2010), con el que obtuvo el premio Orizzonti en el festival de cine de
Venecia 2010, y el Cinema of the Future en el festival de cine independiente de Buenos Aires
2011 (Bafici), que nos recrea algunas pocas historias rurales que nos hablan de
cotidiana sobrevivencia, principalmente la del periplo emocional de una robusta
mujer (Teresa Sánchez), abandonada por su marido, y el de su hijo soldado (Gabino
Rodríguez), vago y hasta con algún aire delincuencial, dentro de un juego de
apariencias.
En Verano de Goliat, Pereda, hace una docuficción sumamente austera – que incluye harta espontaneidad, como en aquellas entrevistas y sonrisas de los primos de Goliat, o con una mujer con sus tantos hijos- donde el título de Goliat es el sobrenombre de un chiquillo de aspecto ordinario que cuenta con la leyenda y el misterio de haber matado a una novia, sin que nos remita a ningún castigo. El filme es sumamente libre en su ordinariez narrativa, sobrellevando una gran falta de trascendencia expositiva, salvando la de recordar de memoria una carta de pendientes que revela toda una problemática común de subsistencia, que resulta en escenas repetitivas, morosas y típicas de cierto cine arte, que no por ello no es que carezca de naturalidad y hasta de belleza escénica.
En Verano de Goliat, Pereda, hace una docuficción sumamente austera – que incluye harta espontaneidad, como en aquellas entrevistas y sonrisas de los primos de Goliat, o con una mujer con sus tantos hijos- donde el título de Goliat es el sobrenombre de un chiquillo de aspecto ordinario que cuenta con la leyenda y el misterio de haber matado a una novia, sin que nos remita a ningún castigo. El filme es sumamente libre en su ordinariez narrativa, sobrellevando una gran falta de trascendencia expositiva, salvando la de recordar de memoria una carta de pendientes que revela toda una problemática común de subsistencia, que resulta en escenas repetitivas, morosas y típicas de cierto cine arte, que no por ello no es que carezca de naturalidad y hasta de belleza escénica.
Es un retrato que
esconde en su sencillez el mito de la oralidad y dígase además el primitivismo
de un pueblo, el de Huilotepec, donde su gente yace abandonada a su suerte como
en aquellas ventas infructuosas de libros didácticos, o en ese cargar por la
zona de una maleta de ropa que simboliza la de un pesado, agotador y doloroso
mundo a cuestas, donde por más que uno quiere termina como perdido, olvidado,
tal cual implica ese río donde Teresa llora desconsolada. Verano de Goliat
tiene mucho cuajo y relajo expositivo, a la par que se adscribe al cine social,
pero desprovisto de una contextualización canónica, habiendo por su parte crueldad y amoralidad en la comunidad (de lo que no todo se juzga), tanto como alegrías
y mataperreo, a la vez que muestra sufrimiento (alrededor del abandono por otra
mujer, donde no nos entrega Pereda ninguna justificación).
Los Ausentes (2014)
Todo filme de Nicolás Pereda es un esfuerzo para cualquier
espectador, como en Los Ausentes (2014), un cine social minimalista y arty, en
que se trata simplemente de un anciano y de su otro yo joven que deben dejar su
humilde hogar a orillas de una bella playa (tras ese simbólico esfuerzo, descenso
y desnudo, destinado a plasmar el tiempo), con lo cual el cariz fantasmal sobrevuela
hasta en ese estar juntos del joven (Gabino Rodríguez) y el viejo en el desenlace,
sentados a la mesa alcoholizados, sin poder remediar nada, sin un futuro a la
vista, como si ellos fueran toda la comunidad, olvidada e invisible al otro, o
el último despojo, viviendo en la soledad de los quehaceres mínimos, siendo tan
importante la pertenencia de una vaca, donde todo se ve tan humilde y simple,
pero representa una vida, varias existencias (¿una falta de unidad?, ¿un
llamado?), mientras la ley dictamina y los deja de lado, en una playa que exhibe
chiquillos haciendo surfing (alegrías), mientras aquella demolición se hace tan
detallista y expresiva, como ese armado supuestamente militar de un arma, una señal de poca
fuerza, de aun bajo la apariencia de poder matar, implica más bien algo viejo y elemental, frente al cambio.
Minotauro (2015)
Éste filme es apenas un esqueleto narrativo, en donde se pueden
percibir tres lecturas, la de unos cuerpos que se echan a dormir de forma
extravagante, con unos jóvenes protagonistas que yacen cansados en posiciones ociosas
y poco ordenadas, como que se han desplomado como sea, y que dan a entender una
abulia política, social y especialmente afectiva, dibujando una generación apagada,
sin fuego en la sangre, una juventud sin apasionamiento.
Por otro lado yace la
frustración, representada en esas lecturas de rechazo en concretar un
enamoramiento, darse tiempo de separación, no reconocer al otro, lo cual hablan
de una línea general de detención del nacimiento de la acción, léase nuevamente
política, social, partiendo de lo afectivo, lo cual es culpa, desde luego, de ese
cansancio crónico que vemos en el rol de Gabino Rodríguez y sus compañeros de
vivienda, que empieza con no recoger el vuelto de una pizza, en una exposición
argumental de lo más simple.
Por último tenemos a una empleada y a su hija
cuidando de sus patrones, que parecen minusválidos, o son parte de otro tipo de
ociosidad, abulia (¿un liderazgo o el Estado mediocre?). Los dueños duermen todo
el tiempo, no importa el ruido, mientras todo el trabajo lo hacen los empleados
(mismo Pasolini; donde solo ellos están despiertos y funcionales, pero son quizá demasiado
secundarios, o así lo creen), hasta verlos caerse y no poder levantarse, recogerlos,
que indica a pensar en las clases sociales, donde todo el esfuerzo es del
pueblo, que deben sostener a unos cuerpos débiles y dormidos, de lo que también
asoma la perplejidad, la falta de comunicación, la pequeñez o el éxito en medio
de ese letargo.