Ópera prima
de Jonatan Relayze Chiang que nos retrata como una mujer policía llamada Rosa Chumbe (Liliana
Trujillo) lleva una vida caótica signada por el azar, hasta la desesperación cuando recurre a su última carta de salvación tras la mayor culpa que llega a acarrear tras constantes faltas y desinterés personal, que puede tener de casualidad pero más
de lección de vida y ahí anida un buen argumento de porque creer en la
religión, un lugar para ser mejor ser humano, que de milagros y resguardo espiritual.
Rosa Chumbe es una policía torpe, ociosa, mal vista en su comisaría, cuando la fuerza policial nacional no es que sea exigente con los atributos de su personal, seca (apenas habla),
malhumorada y aficionada al “buen” ron y a los tragamonedas, quien en su hogar tiene la carga de cuidar a su nieto ante tanta
ausencia de la madre, su hija Sheyla (Cindy Díaz, con una sub-trama a cuestas), que
debe hacerse cargo de su también silenciosa, depresiva y conflictiva vida.
El filme tiene una narrativa donde nada
extraordinario parece pasar que no sea la clara imperfección de Rosa, sus monótonas
y enfáticas fallas y carencias, sin que por ello sea unidimensional o maniquea, aunque es cierto que no es ningún ejemplo de amabilidad y
sensibilidad, ni siquiera consigo misma. Resulta evidente que Rosa tiene una frustración
existencial, un descontento general en sí, como se ve hacia su trabajo –con el
mandato de hacer de empleada de la esposa del jefe de su dependencia policial- y
hogar –con la hija que siente le es un dolor de cabeza-. Sin
embargo Jonatan Relayze le pone a su vez cierta humanidad que crea
misericordia del espectador hacia Rosa, como verla renegar y gritar pero finalmente cuidar,
sonreír, besar y cuidar de su nieto, más allá de su indiferencia natural. Pero sobre todo, el meollo, es observarla caer en el abismo absoluto, esperando lo peor de su próximo acto, y ver llegar el gran giro de su vida y de la propuesta.
El clímax y desenlace es ingenioso porque otorga sentido, y es que se ve venir, dicho en lo positivo, porque éste sentido nos tiene aguardándolo. En Rosa existe más que antipatía, brilla un lado conmovedor, que viene de un grito silencioso que se ve de lejos, hasta la conmiseración mayúscula que llega con el callejón sin salida, un dolor tremendo que cargar hasta la apoteosis, y a esa vera la potencia del mensaje de fe expuesto -más bien, y mejor- en un fuera de campo.