Último trabajo cinematográfico del admirado y querido
cineasta iraní Abbas Kiarostami, recientemente muerto el 4 de julio del 2016.
Es un corto de 16 minutos de duración. El filme es muy sencillo, minimalista, sin
trampas ni sobredimensiones ajenas, de lo más transparente, sobre una pelota de
futbol que un niño deja en la entrada de su casa que se encuentra en una zona
de elevación y que se rueda y empieza a caer por las escaleras, de forma
interminable, y que es el juego de la presencia de la pelota y las distintas
maneras de exhibirla y apreciarla a través de la flexibilidad de la toma, que
de una distancia y altura real, ya que hay cantidad de distintas escaleras, más
de lo aparentemente lógico, junto a unos cuantos pequeños callejones y rellanos, por donde la pelota rebota como frontón
y sigue su curso, va cayendo y cayendo y cayendo, con una lúdica y armoniosa música
de acompañamiento. A nuestros ojos parece un pinball natural, de lo que en realidad
su dinámica es propia de efectos especiales. Uno se puede preguntar: ¿es todo
casual?, ¿es todo divino? Las escaleras simbolizan al mundo, el movimiento es la
felicidad. O como puede implicar el título (en segundo plano), la caída como
golpe y querer ser llevado a un lugar cálido y seguro. O, simplemente, ya jugué,
ahora vámonos a casa.
Se puede ver a la pelota en sombras o en medio de ángulos y
estéticas curiosas. El corto recuerda a El globo rojo (1956) con su lógica caracterización
de movimiento, ya que en el hermoso mediometraje de Albert Lamorisse el globo
parecía más una mascota. La pelota incita
a pensar en la simbolización de la búsqueda
de la libertad o la gloria de tenerla. Es un filme tierno y ultra positivo, “infantil”
y bello. Kiarostami muestra su sensibilidad y esa grandeza de lo pequeño, en su
eterno canto a la niñez. La pelota no deja de caer, pero nunca se pierde, el
niño la halla con facilidad. Se trata de un juego y entretenimiento
netamente visual, ver las cuantiosas caídas, apreciando a las escaleras
semejantes a una "interminable" hilera de dominó, rebotando a cada peldaño como
derribando cada pieza, generando la idea de la perfección. La pelota logra
seguir moviéndose siempre entrando en alguna lógica. Es ante todo un descanso
visual, algo que no necesita profundas elucubraciones. Invoca -primeramente- la
relajación y la alegría de existir, todo lo contrario a la complejidad y muchas
veces crueldad del mundo. Que mejor despedida que esta, con la pasión por la
sencillez y la emotividad del séptimo arte.