Antes de que Oliver Stone se volviera un autor tan político
empezó como muchos, haciendo películas de terror, hizo 2, la segunda es de la
que hablaremos. Stone tiene un sentido del relajo bastante potente también, como se ve en The Doors (1991) o en Natural Born Killers (1994).
Tiene talento para los dos lugares, y puede manejar ambos en el mismo espacio, tipo su maravillosa Wall Street (1987). La
mano (1981) es entretenimiento, pero con un lado psicológico; Stone no se
conforma con solo divertirse. Puede que por esto el filme intenta ser más neuronal de la cuenta o narrativo que terrorífico, aunque tiene también mucho de básico. La escena donde pasa la mutilación de la mano tiene su espanto, su gore, eso sí; me agrada cuando la mano perversa empieza a arrastrarse y a fisgonear, a dejar rastros por ahí, a seguir a su amo. Sea con el anillo, la hierba o el gato, esa acechanza se percibe muy bien, te inquieta, genera suspenso, mucho más que con las performances de los asesinatos que lucen apenas cumplidores, poco impresionantes. A pesar de esto, Stone, con el giro final (a lo Carrie, 1976), muestra que disfruta(ba) del
género; también cuando se presta él mismo para una de las escenas de "terror".
La presente tiene de antecedente a Las manos de Orlac (1924) donde
un trasplante de manos, las de un criminal ejecutado por la pena capital,
mortifica la psiquis de un hombre idealista, el pianista Paul Orlac, interpretado
por el enorme Conrad Veidt, quien gesticula en su potente expresividad, es alguien que lleva prácticamente el cine en su teatralidad y plasticidad gestual.
Orlac cree ser poseído por las manos del criminal, y se siente destruido
moralmente. En el filme de Robert Wiene vemos la grandeza del expresionismo
alemán, del cine mudo, la de Veidt y la de Wiene. Orlac pasa por tremenda angustia
mental y de culpa. El estado de sufrimiento se nutre del expresionismo alemán en
gran forma y queda tremendamente sentido; vemos la daga incriminadora de Vasseur,
el estado de pesadilla, la perversidad de Nera y la entrega de la leal Yvonne que
llega al rescate. Hay un remake (de Hollywood) más sencillo, pero casi tan
genial como el original, Mad Love (1935), de Karl Freund. En éste filme nos
ubicamos en Francia con un tal doctor Gogol (el estupendo Peter Lorre) que toma
todo el protagonismo; él es en un tipo que no puede controlar el amor desmedido
que siente por la esposa del concertista Stephen Orlac (Colin Clive), una
actriz del Grand Guignol, a la que adora incluso mediante una estatua de cera. Gogol
obsesionado hasta el tuétano terminará dañado frente a unas palabras de
amargura –quedando golpeada su
genialidad como cirujano, uno amante de las ejecuciones- y nos dará una de las
escenas gloriosas de la historia del séptimo arte, con lo del trasplante de
cabeza (salido de la película de 1924, pero con una figura con propia
personalidad, aunque breve). También hay un segundo remake, de 1960, con Christopher
Lee (Nero El mago) y Mel Ferrer (Orlac) que al parecer no es muy bueno, aunque no he tenido oportunidad de verlo.
En la película de terror de Stone observamos que un exitoso realizador
de cómics llamado Jonathan Lansdale (Michael Caine) pierde una mano en un accidente
de autos y ésta mano mutilada cobra vida y viene a ejecutar todo el odio y
venganza secreto que siente el protagonista. Se dedica a poner en práctica sus
oscuros pensamientos. Lansdale pasa por problemas maritales, su mujer no lo
quiere más y desea a otro hombre, y esto repercute en volverlo un villano, un psicópata
(con pérdidas momentáneas de la memoria), quien tiene recurrentes pesadillas y
alucinaciones. El filme juega con la realidad y la fantasía, genera dudas sobre qué está pasando en verdad; en ello hay dos historias paralelas. No obstante es un filme
que llega a explicarlo todo con pelos y señales perpetrándose barato. A ratos pareciera haber inspirado al escritor Bret Easton Ellis y a American
Psycho (2000). La mano es una película curiosa en la filmografía de Oliver Stone,
aparte de ser muy atractiva la idea de una mano solitaria cometiendo asesinatos,
tras los deseos íntimos de un hombre frustrado y castigado, en su
hogar y en su trabajo, en el amor y la pasión.