El tunecino radicado en Francia Ismaïl Bahri filma un papel en blanco durante 31
minutos, sí, aunque usted no lo crea, y eso es todo lo que verás en este mediometraje
en cuanto a aspecto visual. Un fondo blanco movido por el viento. Un viento e
iluminación que produce algunos leves tonos y sombras, nada más. Detrás de ese
papel Bahiri sale a la calle y empieza a deambular filmando su particular
película. En el camino abundan los curiosos que le preguntan que qué hace, se
autoproclaman cinéfilos y le hacen comentarios, hay conversaciones, aunque
nunca veremos a nadie ni a nada.
Se trata de dilucidar de alguna forma qué es el cine, cuales
son las pretensiones propias y las de los espectadores con respecto a este. Se
da el encuentro entre el cine comercial y el cine más personal, extravagante y
experimental. La gente común que se acerca es amable y simpática, no desestiman
a Bahri, más bien tienen la mente abierta o son diplomáticos. En algún momento
se acerca la policía, y se puede apreciar un tono político en el filme. ¡Sí! (risas),
todo esto sucede tras un simple papel en blanco. Sin duda, el filme reta al
espectador común. Es un filme que seguramente molestaría, aburriría y
frustraría a miles de espectadores. En su aspecto político, ese papel en blanco
puede simbolizar muchas cosas, algo se oculta o se le oculta a la sociedad
tunecina (todo quema, como el potente sol que siempre acompaña a Túnez), o
implica la noción de que usted debe poner las imágenes a lo que oye, las conclusiones.
En ello se habla de una Túnez problemática, difícil, pero no se especifica nada
(al final, el filme irá a parar a una piscina, según se oye). Se siente además
el peso de Francia, la sombra de Europa en la ciudad.