Unas gaviotas se
estrellan contra los dos motores de un avión comercial y los malogran apenas
salen del aeropuerto quedando en muy mal estado el vuelo. El piloto Chesley “Sully”
Sullenberger (Tom Hanks) que cuenta con 40 años de intachable experiencia,
junto a su copiloto, Jeff Skiles (Aaron Eckhart), decide amerizar en el río
Hudson, New York, como medida para salir intactos, salvar a sus 155 pasajeros y
a la tripulación, rehusando no aterrizar en ninguno de los 2 aeropuertos más
cercanos, como le indican por radio. Esto es el filme, Eastwood vuelve con un
filme elemental, tras la pésima y propagandística El francotirador (2014). Y lo
que hace de buena calidad al filme es su estructura y su forma de exposición,
donde mediante varios flashbacks se palpita el momento clave del vuelo de
Sully, se discute si fue apropiado su amerizaje o en realidad puso en peligro a
los pasajeros con su acción, sabiendo que el Hudson es un río helado además y
pudo haber hipotermia o congelación, por lo que la ayuda de los guardacostas y
demás grupos de rescate hicieron lo suyo también.
Se pone en duda el profesionalismo y el sentido común del
piloto, al que en New York lo creen un héroe, y él humildemente no celebra, lo
llama una acción colectiva, apreciándose como situacional, de reacción rápida y
de temple, mientras busca tratar de pensar bien que sucedió, y defender con
juicio pleno que hizo lo correcto, que un momento de este tipo puede implicar
romper con el reglamento, que el factor humano implica una decisión más real,
más eficaz, y a pesar de las apariencias mucho más segura, porque ir hasta los
aeropuertos significaba por el contrario no llegar ilesos. Esto puede
entenderse que es también la premisa de El Francotirador, pero cambia un
contexto, añádele otros elementos y el panorama, la decisión, la empatía y la
respuesta es totalmente distinta. Partamos de que es inconcebible y muy ligero,
no es el mismo peso ni la misma condición, comparar al antihéroe de un western,
la fantasía de un entretenimiento puro y duro, con una figura real e histórica,
muy fácil de identificar y que hay que asumir y aprobar, el nivel de abstracción
y compromiso es distinto, como lo que proporciona una guerra reciente como Irak
y sus agentes de acción, el aceptar sacrificar vidas humanas –niños y mujeres,
ciudadanos civiles, seres humanos, vistos todos como salvajes- toma otro vuelo
cuando tenemos la noción de querer perpetrar una justificación con algo mucho más
próximo y tangible, la proyección y el entendimiento asume otro nivel y el espectador
lo siente y lo procesa/atiende de otra forma, cuando lo que uno observa ya no
es un juego o simple ficción.
Decir que Eastwood repite la misma esencia y constantes en sus películas es verdad de
alguna forma, pero cuando el nacionalismo y el patriotismo por sobre el resto se
desbordan es menester señalar ese extremismo, egoísmo, empobrecimiento humano y
unilateralidad, como también el sentido de la ira y la falta de meditación
total. En cambio Sully prefiere pensar en lo humano, asumiendo a esos 155 pasajeros
como el mundo y no solo como norteamericanos, o es por eso que uno se
identifica y ama lo que ve. El filme de Eastwood pone a pensar el incidente
llamado “El milagro del Hudson” desde distintos ángulos –que no son muchos- y
momentos, es el sistema reclamándole a un agente, distinto a El Francotirador
donde el sistema impulsa y justifica ese comportamiento bélico y ultra defensivo y cerrado de lo nacional y
lo premia y lo eleva como héroe oficial. Sully hace un gesto por los demás, se
“sacrifica” o desobedece (en realidad solo hace lo que cree lo más razonable
para salvar a todos), manteniendo su moral y ética, actúa fuera de la
cuadratura para salvar hasta el último pasajero, hace de su experiencia y
lucidez una bandera de justificación. Lo inteligente del filme de Eastwood es
que no se trata de ir en contra de los reglamentos, de aceptar que cualquier “loco”
puede creer que debe reaccionar a su regalado gusto, Sully demuestra que lo que
decide es lo más inteligente, y además hace uso de una opción del manual, el
amerizaje. Pende de un hilo su reputación
y se juzga su profesionalismo, como se dice toda una intachable carrera puesta
en vilo por 208 segundos de reacción, en que Sully demuestra su buen manejo,
donde la mayoría hubiera fallado. Es realmente un héroe.
El filme no cansa por más que se articula mediante lo
elemental, aun cuando los componentes son muy pocos, el contraste de la decisión
–e investigación- como el de la introspección personal –que llega hasta soñarse
en la catástrofe, que repiten los simuladores, creando la idea del horror que
pudo ser, sin grandilocuencia alguna- y el revuelo y la reacción de cara al
público –un taxista, un barman, gente común, que muestran admiración- y a los
familiares –que muestran preocupación por el estado emocional de Sully- , no
hay mucho que contar, pero el ingenio del director hace que el filme presente momentos
interesantes alrededor del vuelo (explican puntos contrarios pero, desde luego,
Sully es el protagonista y se entiende a donde apunta la balanza). La película
posee una narrativa solvente y delicada, se siente emoción dentro de un tono
elaborado (recurriendo a la otra cara de la moneda, el triunfo, no el horror,
que por lo general no se estila, sino más bien el espectáculo, la tragedia, y ahí
el tribunal también yace muy comedido), que no se agote a pesar de la
omnipresencia de esos intensos y decisivos 208 segundos –que sentiremos en todo
el metraje de distintas maneras, el vuelo es una constante en nuestra mente- , sin
buscar sentimentalismos, ni celebraciones heroicas altisonantes, como en su anterior
película, lo cual parece una enmienda a cierto punto, no obstante se puede ver
que Eastwood recurre a varios lugares suyos comunes, como un director que tiene
una manera de narrar el cine.