No se hacen muchas películas ecuatorianas, por lo que encontrarse
con la ópera prima de Ana Cristina Barragán genera entusiasmo. Es una película
que trata sobre una niña que vive con su madre separada que yace enferma,
débil, postrada en una cama. Cuando ésta empeora y es trasladada al hospital,
tiene la niña que ir a vivir con su padre, al que no conoce mucho. Este es un
hombre de pocos recursos económicos, a diferencia de su ex esposa, además es
una persona cohibida y de expresión pobre, con lo que pasa por raro y
antisocial, pero por encima de las apariencias es un hombre decente y quiere
formar un mejor vínculo con su hija. Alba (Macarena Arias) tiene 11 años y se
parece a su progenitor, es también percibida como rara, no encaja muy bien con
sus compañeritas del colegio, y como todo niño anhela integrarse, por lo que sacrifica pensamientos,
donde los otros niños suelen ser crueles y superficiales. El filme trata de
como la niña va a encontrarse a sí misma y va cimentando su propia
personalidad. Es una historia de crecimiento.
La película exhibe a la niña en variedad de pequeñas primeras
experiencias, está el temido despertar sexual (viendo desnudarse a su padre; besando en un juego a un niño; en ponerse bonita, agrandada, para una fiesta),
la incómoda llegada de la menstruación (que se maneja con madurez), la
aparición de vellos en la axila y la sensación de no ser atractiva. Esta la
lucha por aceptarse, y en ello entra a tallar la situación económica (Alba teme
ser marginada por vivir en una casa humilde con su padre). Macarena Arias hace
un buen papel, puede que sostenga más de la cuenta un estado de fuera de lugar
algo monotemático, como si no pudiera ser encantadora y natural también, y se
explote el lugar común del afecto por los insectos, pero también tiene sus virtudes
y una buena estructura, tal es su estado de cierta independencia (va y viene
por calles desconocidas, hasta de noche), aun a corta edad, como contiene su parte de astuta, aunque no sea un ser firme, para lo que siempre está
atenta, observadora de su entorno, como quien está buscando respuestas, salidas.
El filme comparte sus estragos por la aceptación personal
con la relación con su padre, que va de fondo, con el que hay un juego de
espejos (te quiero, me quiero). Este tiene su sensibilidad y mucha humildad, manejando
pequeños gestos, que no abruman con sentimentalismos, aunque el padre (Pablo
Aguirre Andrade) tenga una apariencia lastimosa marcada (que no lo anula). El
filme resulta ser sutil en los muchos detalles, mientras remarca el sentir general
de la rareza e inadaptación que gobierna (habiendo dosificado romanticismo). El
personaje de Alba tiene materia, esencia, de lo cual se sostiene la película y
compenetra, aunque existe cierta rigidez.