La ópera prima del rumano Corneliu Porumboiu, 12:08 al este de Bucarest (2006), era una película que exhibía a un cineasta atractivo y que
auguraba un futuro muy prometedor, alguien a seguir creciendo, y cimentando un
buen nombre en el cine, y con su segundo largometraje de ficción, Policía,
adjetivo (Politist, adjectiv; 2009) para quien escribe llegó artísticamente a
lo más alto, logrando una pequeña obra maestra, una película perfecta, con la
mezcla de la gramática-semántica rumana (una de las lenguas más estrictas/poco-maleables
que hay) y la fuerza de la ley, a través de un caso chiquito, sobre un policía que
duda bajo su propia moralidad de arrestar a un chiquillo por hacerse del hábito
de fumar marihuana, cosa que está fuertemente penado en Rumania, con hasta 7 años
de cárcel, por lo que éste joven policía siente que va a destruir la vida de un
muchacho por casi nada, sin embargo el filme se encarga de valorizar la
situación desde no solo ese ángulo sentimental y de propia experiencia (el policía
ha estado en Praga donde se dice que la ley se hace de la vista gorda al ver fumar
marihuana), sino a la vera de la firmeza de la ley y el ejercicio disciplinado de
la policía, conteniendo a un lado la
metáfora del orden público desde lo policial en la historia de Rumania, que,
como se sabe, tuvo la dictadura de Nicolae Ceaușescu, entonces es también el
juzgamiento y expurgación de la policía a esa sombra ineludible, y por otra
parte estudia el sistema por el que el hombre yace sometido en la sociedad.
Todo desde lo más cotidiano, real, aparentemente más ínfimo, como estila el
cine rumano, por lo que vemos la figura harto humana, de a pie y total de este policía
protagonista. En pocas palabras, una verdadera maravilla, sobre todo de la
condensación y la iluminación de la vida práctica.
Todo lo que nos lleva a El tesoro, una propuesta que no es para
nada una mala película, pero si una que pasa sin pena ni gloria, aunque estando
muy bien hecha, siendo decente, dentro de los estándares típicos del cine
rumano, y hasta parece repetir a un
punto la fórmula de Policía, adjetivo, no obstante no consigue el mismo efecto
ni igual alcance que su predecesora. Aun conteniendo una mirada tan dulce y
luminosa (pero también cándida), si se quiere, queriendo a su vez ser redonda
con aquel final de la figura de un buen padre haciendo del duro mundo material y
restrictivo un lugar bello, optimista, lúdico y soñador para su pequeño e indefenso
hijo, afirmándolo con una sub-trama de bullying, y un anhelo discreto de
ganarse el entorno.
Es la historia de una aventura típica de los cuentos, querer
encontrar un tesoro en el jardín de una vieja casa de campo familiar, según la
sospecha de algunos diálogos pasados de una otrora familia acomodada y una
época revolucionaria, donde el vecino de Costi (Toma Cuzin) le pide que sean
socios de la búsqueda, a cambio de que compre un detector de metales, ya que
Adrian, el vecino, no tiene dinero, solo deudas, y puede perder su casa, por lo
que el foco está en la clase trabajadora, luchadora y más austera de Rumania. Por
algo la idea de Robin Hood sobrevuela, lugar en que se suele ver Costi y quiere
ver a su pequeño, donde Porumboiu nos habla de la sociedad ideal, la que vela
por el pueblo, por los necesitados y oprimidos económicamente, desde una
sutileza enorme, de un cine social camuflado. Agregando que Costi es un hombre
intachable, ultra honesto, incluso en lo romántico, salvando la distancia de
generarle una ilusión y un background sólido emocional a su hijo de cara a un
mundo tan duro, en el que te sueles ahogar en las responsabilidades y cuentas
que hay que pagar en el día a día.
En el filme prima lo realista, trabajándolo con ingenio, siendo
impredecible. A pesar de la idea de hacerse ricos con un tesoro salido de lo
improbable, lo endeble e ilusorio, donde Costi y Adrian también, como los niños,
mantienen esa saludable fe en lo maravilloso. En ese sentido Porumboiu consigue
superar lo literal de lo fantástico, teniendo presente el mundo práctico del
cine rumano, querer solventar credibilidad y entretenimiento con la ligereza de
un tesoro, creyendo en una humanidad más sana y feliz, por encima de la vulgar,
deslucida y fría ordinariez vivencial.