Ambientada en el 2017 a 100 años de la conmemoración de la
revolución rusa, la obra dirigida por Aleksey German Jr., hijo del creador de
la laboriosa y portentosa Qué difícil es ser un Dios (2013), es una película
curiosa e interesante, aunque medio difícil de sobrellevar, pero por lo mismo muy
seductora, a lo que agrego que resulta entretenida, en sus 2 horas veinte de
tiempo, trabajada en 7 capítulos donde cada uno pareciera tener su propia historia
interna (como si fuera un acumulado de cortos), pero es finalmente tal cual se
le nombra a su distribución, la fragmentación de un conjunto, y así se entiende
el filme, por pedazos y bajo un sentido del “incompleto” propio y general. Perviven narrativas de cierta
independencia, sumado a diálogos ocurrentes y particulares que agregan
complejidad. Se habla de Elfos, se menciona a Metallica, Pepsi, Caravaggio o a
Cyborgs, existiendo la presencia fútil e irónica de un pequeño robot amo de
llaves, aparte de harto referente ruso histórico, cultural, político y
literario. Yace medio fuera de la convención narrativa clásica para armar
siquiera un pasaje pleno. Queda a veces como algo en buena parte
gaseoso, mínimo y sin demasiadas conexiones a la vista, creando un conjunto para
el cual hay que unir muchos cabos y trabajar la mente para formar un panorama
“absoluto”, aunque sí se llega a tener una visión saludable, y hasta su aspecto
de thriller, con pandillas, gángsters, asesinatos en la nieve o inmigrantes in
situ llega a tomar cuerpo, por lo que el filme resulta en parte trabajoso para
el espectador. No obstante yace fijo en la sombra de la URSS o el gran elefante
blanco de la revolución rusa que se imprime como un pasado tan grande que no ha
desaparecido aun del todo, apuntando a un presente caótico, melancólico y no muy
exitoso, pero con vistas optimistas al futuro, esperar grandeza, aunque haya
muy poco indicio.
El filme trabaja mucho con la idea del arquitecto (el
hombre), de distintos tiempos y clasificaciones, protagonista y sentido de la
propuesta, con la presencia de uno con una mancha en la cabeza que recuerda a Mijaíl
Gorbachov, así como con el edificio inconcluso, metáfora de la Unión Soviética.
Y es que Bajo nubes eléctricas (2015) tiene mucho de soñador, como aquel abogado que
recuerda constantemente 1991, un lugar común perenne en la mente del actual pueblo
ruso, en una lucha por vencer al pasado, a partir de un ilustrativo mundo post
apocalíptico, de colores pálidos. En ese aspecto se confunde a un padre (al país)
difunto entre la nobleza y lo criminal, pero quien quería resarcirse de sus
pecados, mientras un personaje escapa de la violencia y el pasado, y camina como
representando a un colectivo junto al esqueleto de un amado caballo que va
hacia adelante, en la promoción de un futuro mejor, mientras se deja atrás al
cementerio de estatuas, de expresiones de ira y dolor, como de la figura de
Lenin, donde, valga la curiosidad y no tanto la ocurrencia, un personaje, la inteligente
y sensible jovencita de la sombrilla fucsia, que hace de recurrente contraste y
que representa a las nuevas generaciones, hace gimnasia, y antes apenas habla,
heredera de oscuras circunstancias, pero limpia ella de cualquier señalamiento
de culpa, como menciona otro personaje, en un color que destaca dentro del
contexto de un clima gélido y que predomina en el celeste claro tirando para un
gris suave (como el espíritu reinante), en medio de la omnipotente neblina. Éste es un sci fi tan natural, como poco creativo futurísticamente en lo visual, acotando
que su intención es otra, la de intelectualizar sobre el estado actual de
Rusia, pero aun así logra entretener, de paso, muy bien. La propuesta posee una magnífica
fotografía, dentro de una elección estética que resulta bastante competente, con
una ciencia ficción tan próxima a lo contemporáneo, enarbolando un espíritu
joven, como reflejo de un llamado, un tipo de heroísmo de a pie, inmerso en un compromiso
existencial, vencer la inutilidad, como la que siente como estribillo el personaje
del guía del Museo, ante manejar el lugar sin ser un verdadero húsar histórico (o sea, ningún tipo especial). Bajo nubes eléctricas tiene unas formas narrativas en continuo simbolismo,
con la palabra país –y hasta Europa- por todas partes, y que se pliegan
perfectamente al epígrafe y técnica de Paul Cézanne (donde no se trata de la
línea, del modelado, sino del contraste).