domingo, 5 de junio de 2016

Chevalier

Éste cine griego de Athina Rachel Tsangari es una comedia, de esas ingeniosas y extravagantes para hacernos reír y de paso hacernos rascar la cabeza con su especial ironía, que involucra a 6 amigos acaudalados que se hallan de submarinismo en un yate en el mar Egeo. Con ese único escenario pronto el aburrimiento y el sentido competitivo  o de selección natural de todo hombre aflora y el ego pide que se nos denomine de especiales, por lo que estos amigos deciden competir entre sí en un juego propio, por el anillo Chevalier (Caballero), un premio imaginario para el mejor hombre del grupo. Donde la audacia de la propuesta yace en el tipo de pruebas que deciden hacer, desde test de sangre, hasta quien limpia mejor alguna parte del yate. Sorteando pruebas de todo tipo, muchas ridículas, como quien tiene el mejor tono de llamado de celular, o quien exhibe mejor la belleza de una erección, juzgando fallas, molestias y hasta gustos, habiendo de paso pruebas arbitrarias que implican la subjetividad de ciertas clasificaciones, como las artísticas, pero estando todos ellos dispuestos a ganarse ese banal e insignificante anillo, aunque "tan" simbólico.

En todo el asunto sobrevuela el chascarrillo, el cariz infantil, el absurdo, y aunque algunas pruebas son estéticas y físicas, tienen un asidero, el sentido es jugar con las clasificaciones, como si estos hombres fueran más unos simios que complejos seres humanos con razones válidas o altruistas de ejercicio y auscultación, como las deportivas, de supuesta salud o de desempeño laboral. Se trata de una propuesta bastante clara y enfática en sus postulados, hasta redundante o monotemática finalmente, pero entretenida, inteligente y curiosa –muy digna del actual cine griego, sobre todo porque el guionista es Efthymis Filippou, quien ha trabajado en varias ocasiones con el atractivo Yorgos Lanthimos-  en la interrelación a la vera de competir todo el tiempo, como hasta en la forma de cómo dormimos o perder puntos por un vicio (que implica las exigencias que solemos hacer de los otros en la consumación y longevidad de una relación afectiva), y un sinfín de ocurrencias, en una vigilancia mutua continua en aparente relajo, de lo que en medio asoman pactos, deslealtades y conveniencias, que remiten a la ociosidad existencial de la vida privilegiada, que incluye más tarde a los empleados del yate en el mismo juego, cambiando el discurso de clase por el del entretenimiento, la hilaridad curiosa, y el centro humano en general, como quien dice que todos somos iguales en cuanto a compararnos y querer opacar, dominar o vencer al resto. Generándose más tarde peleas, burlas, bailes risibles (llamar la atención) y acciones descabelladas, en medio del empaque de bromear con nuestra naturaleza, hacer un estudio más del comportamiento humano dentro de un quehacer original y distintivo, aunque todo se reduce, como en el caso del corte de hermandad que propicia uno de los favoritos, a nuestra banalidad, o a tratar de escapar de ella. Invocando todos la excepcionalidad de alguna forma, cuando en realidad somos al fin y al cabo millones y tan parecidos.