Éste cine griego de Athina Rachel Tsangari es una comedia,
de esas ingeniosas y extravagantes para hacernos reír y de paso hacernos rascar
la cabeza con su especial ironía, que involucra a 6 amigos acaudalados que se
hallan de submarinismo en un yate en el mar Egeo. Con ese único escenario
pronto el aburrimiento y el sentido competitivo o de selección natural de todo hombre aflora y
el ego pide que se nos denomine de especiales, por lo que estos amigos deciden
competir entre sí en un juego propio, por el anillo Chevalier (Caballero), un premio
imaginario para el mejor hombre del grupo. Donde la audacia de la propuesta
yace en el tipo de pruebas que deciden hacer, desde test de sangre, hasta quien
limpia mejor alguna parte del yate. Sorteando pruebas de todo tipo, muchas
ridículas, como quien tiene el mejor tono de llamado de celular, o quien exhibe
mejor la belleza de una erección, juzgando fallas, molestias y hasta gustos,
habiendo de paso pruebas arbitrarias que implican la subjetividad de
ciertas clasificaciones, como las artísticas, pero estando todos ellos
dispuestos a ganarse ese banal e insignificante anillo, aunque "tan" simbólico.
En todo el asunto sobrevuela el chascarrillo, el cariz
infantil, el absurdo, y aunque algunas pruebas son estéticas y físicas, tienen
un asidero, el sentido es jugar con las clasificaciones, como si estos hombres
fueran más unos simios que complejos seres humanos con razones válidas o
altruistas de ejercicio y auscultación, como las deportivas, de supuesta salud
o de desempeño laboral. Se trata de una propuesta bastante clara y enfática en
sus postulados, hasta redundante o monotemática finalmente, pero entretenida,
inteligente y curiosa –muy digna del actual cine griego, sobre todo porque el
guionista es Efthymis Filippou, quien ha trabajado en varias ocasiones con el
atractivo Yorgos Lanthimos- en la
interrelación a la vera de competir todo el tiempo, como hasta en la forma de
cómo dormimos o perder puntos por un vicio (que implica las exigencias que
solemos hacer de los otros en la consumación y longevidad de una relación
afectiva), y un sinfín de ocurrencias, en una vigilancia mutua continua en
aparente relajo, de lo que en medio asoman pactos, deslealtades y conveniencias,
que remiten a la ociosidad existencial de la vida privilegiada, que incluye más
tarde a los empleados del yate en el mismo juego, cambiando el discurso de
clase por el del entretenimiento, la hilaridad curiosa, y el centro humano en
general, como quien dice que todos somos iguales en cuanto a compararnos y
querer opacar, dominar o vencer al resto. Generándose más tarde peleas, burlas,
bailes risibles (llamar la atención) y acciones descabelladas, en medio del empaque
de bromear con nuestra naturaleza, hacer un estudio más del comportamiento
humano dentro de un quehacer original y distintivo, aunque todo se reduce, como
en el caso del corte de hermandad que propicia uno de los favoritos, a nuestra
banalidad, o a tratar de escapar de ella. Invocando todos la excepcionalidad de
alguna forma, cuando en realidad somos al fin y al cabo millones y tan
parecidos.