Llamada Expediente Warren: El
caso Enfield en España, dirigida por James Wan, quien ya es uno de los grandes
directores contemporáneos del terror, que plantea un cine de apoteosis, un
espectáculo del cine de terror, alejado de la pequeñez y la intrascendencia que
consume al género (más allá del cine de terror de autor, y el entretenimiento
puro y duro bueno que salta la valla), en un cine comercial tal cual las
películas de los superhéroes, una cita con la grandilocuencia que invoca la
sala de cine, vía el dominio de Hollywood en el mundo. Pero también un cine de
terror clásico, con las armas modernas a su disposición. Y aunque lo comercial
le cobre falta de originalidad, sabe aprovechar otras virtudes. Como esos sobresaltos
e imágenes abruptas acomodadas audazmente por la cámara y en especial gracias al
sonido violento, al que siempre cae uno, en alguna de estas recurrentes trampas,
perpetradas a ratos con buena
preparación (el camioncito de bomberos), y otras con burdo efectismo (el viejo
fantasma apareciendo detrás del televisor). Esto dependiendo, abruma o
divierte, pero es un complemento que funciona con el público, como un goce
primario e inmediato, en esta oportunidad no es del todo malo como en otras
películas menos ingeniosas en su aplicación.
La película se sostiene por sus
múltiples vínculos sentimentales, bien convocados, como en los que relacionan a
toda la familia Hodgson entre sí, desprotegidos por varios flancos, económicamente
(viven en medio de la crisis de los 70s, a puertas del neoliberalismo y de la
labor de “La dama de hierro” Margaret Thatcher), sin la figura paterna y ahora
atacados por una presencia fantasmal de un antiguo inquilino.
Los Hodgson llegan hasta tener lazos sentimentales con vecinos e investigadores
paranormales locales. Como con los vínculos del matrimonio Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), con el miedo a una premonición de la
muerte del amado marido, bien definida en aquella transformación de freaks y
solitarios incomprendidos, creer y sufrir tempranamente lo paranormal, a
convertirse en investigadores, serios estudiosos, exorcistas y conferencias de
lo sobrenatural, demoniaco y espiritual, bajo el soporte de la iglesia; de lo
que queda la pregunta ante los detractores: ¿por qué no tener una fe cristiana
y tener nexos con la institución eclesiástica?, cuando el filme es todo lo
clásico que quiere ser. Lorraine por su parte sufre también de agotamiento e
intimidación por la persecución de los demonios, teniendo gran injerencia en el
filme al ser la que viaja internamente a ese limbo de fantasmas. Por lo que
tenemos un background bastante sólido con ellos, que tienen sus propios temores
e inseguridades, albergando además a una hija involucrada por su trabajo.
El filme es uno completo, lleno
de accesorios (como su antecesora, aunque no demasiados de terror), a pesar de
no poseer una historia memorable, de lo que mucho es el juego que los fantasmas
en general permiten, y donde Wan mete hasta un susto con The Crooked Man (El hombre
torcido), una especie de Boogeyman, salido de un zoótropo, y que recuerda a The
Babadook (2014). El filme se presenta con una buena introducción, una que “roba”
el meollo del asunto de la historia real de Amityville. También el caso Enfield
es basado en hechos reales, que suscitaron controversia si era invento de esta
familia de clase humilde, o verdaderos, como se ve en el filme cuando la
chiquilla miente y se advierte el interés de que el estado les subvencione una mejor
casa, pero es ahí que Wan hace otro alarde de ingenio, un quiebre.
En la interesante historia de Amityville,
que se recoge, un joven veinteañero llamado Ronald DeFeo mató a sangre fría con
un rifle a toda su familia mientras dormían, confesando más tarde que una voz oscura
indeterminada lo incitó a hacerlo, por lo que la posesión en El Conjuro 2
invoca el posible homicidio, como cuando la hija, llamada Janet, de 11 años,
es poseída (algo recurrente que va y viene en ella), y coge un cuchillo de una
mesa apuntándolo a cualquiera que se le acerque, pero esto es solo sugerido
brevemente, más implicado en la premonición que tiene Lorraine de una monja
endemoniada (una “irreverencia” justificada, y que se dice tendrá un spin-off),
ese otro nivel al que se pliega la propuesta cuando agota una primera etapa
bajo la sombra del fantasma del sillón, quien se presta de pretexto para casi
cualquier susto (el mejor, el de la mordedura entre la podredumbre), diciéndose
luego, de una pequeña preparación, que peor que un espectro enojado que no se
quiere ir, es un demonio, y aparece uno alrededor de una pintura –por algo los
Warren son coleccionistas de raros objetos demoniacos- en la casa de los Warren
en EE.UU. (dicho de paso, que ridículo susto el del cuadro en movimiento, igual
a la imitación de Elvis con la canción “Can't Help Falling In Love”, la cual se
perdona solo porque es el momento familiar, tierno, de la película y el lugar
de trasmisión de afectos de la pareja).
La historia se contextualiza en
el norte de Londres, en Enfield, como bien se ve al poco de una presentación fulgurante
tipo pop turístico, pero con la música del grupo punk rock The Clash con la
canción “London calling” de fondo, para pasar a la precariedad dominante de la
Inglaterra setentera, que gracias al cielo no pretende emular al cine social,
sino sugerirlo, como en la presencia y lenguaje de los Hodgson, en especial
detrás de la bella actriz Frances O'Connor, convertida en mujer humilde al
cuidado de 4 hijos y la pesadilla del poltergeist y el exorcismo.