Presente en Un certain regard, en el festival de Cannes del 2015, la última
película de Apichatpong Weerasethakul es tan rara como siempre, clásica
del estilo del tailandés cinematográfico más famoso de su país. Tiene sentido del
humor medio encubierto, hospitales, militares y algo gay (esa pierna deforme y
más chica de la viajante onírica Jenjira -Jenjira Pongpas- lamida por la
presencia femenina del sueño de Itt -Banlop Lomnoi-, el soldado guapo que es
como un hijo para Jenjira), retratos sencillos de su realidad, maquinarias/vehículos
(al estilo entomológico y bello del plano detalle), acciones pedestres (un tipo defecando),
objetos o detallismo “intrascendente”, pero generadores de estilo, y sobre
todo misticismo (bajo cierta dosis de incredulidad, juego y vida propia dentro
del ecran, como cuento, aunque tocando la identidad y superstición de su gente), donde la fantasía se fusiona con la realidad sin mucha separación (tal cual la luminosidad fantástica
del cuarto de hospital y las escaleras mecánicas de un centro comercial). Tampoco falta el onirismo
y los fantasmas, ahora con la presencia casual de 2 diosas vestidas de paisano,
hablando de cosas banales (ropa, comida, estética). Se explica que
bajo el improvisado hospital de una vieja escuela los soldados sufren de un
extraño mal del sueño y son tratados con una especie de cromoterapia, en la estética
a lo Wong Kar Wai. Yacen así producto de que debajo del lugar hay un cementerio
de reyes (léase también como metáfora política) que cogen la energía de los
soldados para sus batallas en otras dimensiones. Da la curiosidad no gratuita que donde se dice que hay un plan secreto en la excavación aledaña al hospital terminan jugando niños al fútbol o haciendo coreografías varias
mujeres –donde se mete un hombre, como un alter ego de Apichatpong- cuando una
voz en off lee una poética sobre cierta pared, implicando el mensaje de una
salida en la verdadera importancia nacional (el pueblo), en un optimismo lúdico
y algo gracioso.