El segundo filme de la italiana Alice Rohrwacher se alzó con
el gran premio del jurado en el festival de Cannes 2014, segundo lugar tras la
palma de oro, y el de mejor guion en el festival de Mar del Plata del mismo año,
en que el meollo del asunto trata sobre el crecimiento de niña a mujer de su
protagonista, Gelsomina (maravilloso debut de Maria Alexandra Lungu), que vive
en un espacio rural en una pequeña población en Umbría, Italia, con un padre
posesivo y autoritario llamado Wolfgang (que destaca imponiendo figura, Sam
Louwyck) con quien tiene una pequeña batalla silenciosa, ya que el progenitor
la ve como el hijo varón que no tiene en una familia de 4 hijas, siendo la
mayor, de la que parece esperar que ella siga con su trabajo en el campo, en un
mundo que parece estar a punto de desaparecer por esa omnívora modernidad que
lo absorbe todo, tras la preocupación que generan verificaciones e intromisión
estatal, uno de tantos problemas. Escúchese el presagio que dicta Wolfgang a la
cámara de tv de un reality (aplicado a la búsqueda del mejor grupo familiar de
trabajadores artesanales de la zona) que involucra a todos los lugareños y a la
emocionada Gelsomina, de que se acerca un apocalipsis de lo pastoril, que destruirá
el sueño y la pasión de Wolfgang, que trabaja especialmente con la apicultura,
produciendo y vendiendo miel, con la ayuda de sus retoños, su esposa Angélica (Alba
Rohrwacher) y una mujer llamada Cocó (Sabine Timoteo, que invoca cierta
vulgaridad y ruda sensualidad), aunque Gelsomina ya con 12 años quiera más
seguir a esa mujer extravagante y bella del programa de televisión, en la
interpretación de Monica Bellucci, en un llamado de la femineidad, y lo que
ello significa, irse.
Nos contextualizamos en un “paraíso” que está luchando por
no desaparecer, como señalan aquellos gritos de Wolfgang que intentan imponer (su)
orden, en lo que luce un velado canto desesperado (relajado con momentos
familiares, especialmente estar echados todos juntos a la intemperie, aunque
haya sus conflictos entre ellos, por dinero, trabajo, responsabilidades o
placeres), mientras Gelsomina parece dar la sensación de sentirse metida dentro
de un pequeño espacio, y quiere volar hacia otras cosas, aun siendo pequeña. Tomemos
de punto la interrelación con el niño raro que no quiere que lo toquen y que
parece autista, y ella comprende, a través de una exhibición de juego, ternura,
de infancia aun, pero que ya depara/vislumbra el futuro como mujer, el romance,
la aventura, al mismo tiempo que las decisiones de la adultez, ya que Le
meraviglie es una mirada premonitoria en varios sentidos.
Por su parte el programa con aire mitológico y vestido romano
tiene también su peso determinante en la protagonista, a pesar de su superficialidad,
representa la válvula de escape a otra forma de vida. Observamos como la opción
lógica se ve muy clara, si tenemos al padre parecido a una dictadura, aunque igual
siempre será cuestión de un vuelo, donde no falta la voz de la libertad que yace
a la vuelta de la esquina, si bien como con la llegada del simbólico camello
(que parece algo salido del realismo mágico, semejante al hielo que llega a
Macondo; lo propio de un circo, pero más un elemento fuera de lugar, aunque se
entienda en un sentido más cercano a uno) esté la mirada de un padre hacia la
niña de sus ojos, de lo que en medio del enfrentamiento con el patriarca
sobrevive la valorización de la dulzura y el amor de una simple palabra: papá, que
ata a un punto e implica esfuerzo, voluntad; y en ello Alice Rohrwacher muestra
mucha sensibilidad (notemos cuando la niña se enternece, piensa maduramente,
con el regalo paterno), que yace en toda la película, habiendo también carácter,
o necesidad de tenerlo, en una propuesta que está muy cuidada, que es delicada
y sutil, en el retrato autoral de un mundo de mujeres, por encima de contar a la
directora (teniendo en cuenta que dependiendo se puede esquivar definiciones a
priori), pero que aun así sabe ir más allá del género, o mejor dicho, hacerse
igual de interesante para los varones, en medio de la apicultura, la ganadería,
la agricultura, la dura y ruda labor del campo, que genera un equilibrio,
gracias a la atmósfera.
Es notable aquel sencillo acto de poner una abeja en la boca
y verla moverse por la cara de uno desde la apacibilidad, ya que no solo es
bello, designa pensamientos, hasta una estética de la emotividad, siendo la apariencia de la simplicidad y un poco de la tontería lo que pretende ser maravilloso, aduciendo el respeto y estima por la labor
del campo, que perdura en la trama a pesar de todo, de lo que no asoman las
fuertes posturas ni los caminos únicos, sino los tempranos, los humanos, y la
dedicación y la austeridad que conlleva sobrevivir en lo rural; a la par que
como filme piensa en las prioridades temáticas, que no solo sea lo mítico (que
inclusive en la presente pasa a ser anecdótico, como con la mención de los etruscos y los milaneses), sino lo
próximo, la humanización.