viernes, 8 de mayo de 2015

El país de las maravillas (Le meraviglie)

El segundo filme de la italiana Alice Rohrwacher se alzó con el gran premio del jurado en el festival de Cannes 2014, segundo lugar tras la palma de oro, y el de mejor guion en el festival de Mar del Plata del mismo año, en que el meollo del asunto trata sobre el crecimiento de niña a mujer de su protagonista, Gelsomina (maravilloso debut de Maria Alexandra Lungu), que vive en un espacio rural en una pequeña población en Umbría, Italia, con un padre posesivo y autoritario llamado Wolfgang (que destaca imponiendo figura, Sam Louwyck) con quien tiene una pequeña batalla silenciosa, ya que el progenitor la ve como el hijo varón que no tiene en una familia de 4 hijas, siendo la mayor, de la que parece esperar que ella siga con su trabajo en el campo, en un mundo que parece estar a punto de desaparecer por esa omnívora modernidad que lo absorbe todo, tras la preocupación que generan verificaciones e intromisión estatal, uno de tantos problemas. Escúchese el presagio que dicta Wolfgang a la cámara de tv de un reality (aplicado a la búsqueda del mejor grupo familiar de trabajadores artesanales de la zona) que involucra a todos los lugareños y a la emocionada Gelsomina, de que se acerca un apocalipsis de lo pastoril, que destruirá el sueño y la pasión de Wolfgang, que trabaja especialmente con la apicultura, produciendo y vendiendo miel, con la ayuda de sus retoños, su esposa Angélica (Alba Rohrwacher) y una mujer llamada Cocó (Sabine Timoteo, que invoca cierta vulgaridad y ruda sensualidad), aunque Gelsomina ya con 12 años quiera más seguir a esa mujer extravagante y bella del programa de televisión, en la interpretación de Monica Bellucci, en un llamado de la femineidad, y lo que ello significa, irse.

Nos contextualizamos en un “paraíso” que está luchando por no desaparecer, como señalan aquellos gritos de Wolfgang que intentan imponer (su) orden, en lo que luce un velado canto desesperado (relajado con momentos familiares, especialmente estar echados todos juntos a la intemperie, aunque haya sus conflictos entre ellos, por dinero, trabajo, responsabilidades o placeres), mientras Gelsomina parece dar la sensación de sentirse metida dentro de un pequeño espacio, y quiere volar hacia otras cosas, aun siendo pequeña. Tomemos de punto la interrelación con el niño raro que no quiere que lo toquen y que parece autista, y ella comprende, a través de una exhibición de juego, ternura, de infancia aun, pero que ya depara/vislumbra el futuro como mujer, el romance, la aventura, al mismo tiempo que las decisiones de la adultez, ya que Le meraviglie es una mirada premonitoria en varios sentidos.

Por su parte el programa con aire mitológico y vestido romano tiene también su peso determinante en la protagonista, a pesar de su superficialidad, representa la válvula de escape a otra forma de vida. Observamos como la opción lógica se ve muy clara, si tenemos al padre parecido a una dictadura, aunque igual siempre será cuestión de un vuelo, donde no falta la voz de la libertad que yace a la vuelta de la esquina, si bien como con la llegada del simbólico camello (que parece algo salido del realismo mágico, semejante al hielo que llega a Macondo; lo propio de un circo, pero más un elemento fuera de lugar, aunque se entienda en un sentido más cercano a uno) esté la mirada de un padre hacia la niña de sus ojos, de lo que en medio del enfrentamiento con el patriarca sobrevive la valorización de la dulzura y el amor de una simple palabra: papá, que ata a un punto e implica esfuerzo, voluntad; y en ello Alice Rohrwacher muestra mucha sensibilidad (notemos cuando la niña se enternece, piensa maduramente, con el regalo paterno), que yace en toda la película, habiendo también carácter, o necesidad de tenerlo, en una propuesta que está muy cuidada, que es delicada y sutil, en el retrato autoral de un mundo de mujeres, por encima de contar a la directora (teniendo en cuenta que dependiendo se puede esquivar definiciones a priori), pero que aun así sabe ir más allá del género, o mejor dicho, hacerse igual de interesante para los varones, en medio de la apicultura, la ganadería, la agricultura, la dura y ruda labor del campo, que genera un equilibrio, gracias a la atmósfera.

Es notable aquel sencillo acto de poner una abeja en la boca y verla moverse por la cara de uno desde la apacibilidad, ya que no solo es bello, designa pensamientos, hasta una estética de la emotividad, siendo la apariencia de la simplicidad y un poco de la tontería lo que pretende ser maravilloso, aduciendo el respeto y estima por la labor del campo, que perdura en la trama a pesar de todo, de lo que no asoman las fuertes posturas ni los caminos únicos, sino los tempranos, los humanos, y la dedicación y la austeridad que conlleva sobrevivir en lo rural; a la par que como filme piensa en las prioridades temáticas, que no solo sea lo mítico (que inclusive en la presente pasa a ser anecdótico, como con la mención de los etruscos y los milaneses), sino lo próximo, la humanización.