La ópera prima, Reprise (2006), del noruego Joachin Trier, nominada a mejor película extranjera en los Oscars, es una propuesta popular, a un punto; del tipo amable, como tantas que yacen en los premios de la Academia Americana, que agradó a muchos, aunque no es todo lo conocida que uno creería. La hallo algo sobrevalorada, pero definitivamente es de apreciar. Los protagonistas son dos jóvenes amigos y escritores noveles. Uno sufre de problemas mentales y le dificulta sociabilizar, como compartir con su tímida y bella pareja, la que incluso llega a serle nociva por su enfermedad, mientras el otro escribe de la locura como intelectualización y pretende una carrera llena de alma en las letras, cuando vemos cómo se mueven entre amigos, novias, viajes, fiestas, empleos, descansos, sueños, conflictos y todo tipo de cotidianidad en Oslo, bastión de contextualización de Trier. Reprise es una película que toma forma en su interacción y es muy elogiable en su falta de grandilocuencia, rehuyendo explotar en gran parte los modelos de siempre. En el camino se inspiran en el escritor Sten Egil Dahl (tras la figura real de Tor Ulven). El tono es uno híper contemporáneo, muy cool, pero expuesto con educación y cierta sofisticación, sin dejar de ser cercano a la extravagante y relajada juventud.
Oslo, 31 de agosto (2011) es algo más desenfada que Reprise, pero sin llegar a la vulgaridad, en ello Trier exhibe mucha madurez; sabe retratar la rebeldía o lo simpático moderno, sin perder sus formas artísticas, en medio del buen entretenimiento que quiere ser y es. Oslo, 31 de agosto adapta la novela El fuego fatuo, del francés Pierre Drieu La Rochelle, y tiene de antecedente la hermosa película de Louis Malle, del mismo nombre, en el idioma original, Le feu follet (1963), que tiene una atmósfera más densa y gaseosa que la que tratamos ahora, de lo que luce más compleja y elusiva de comprender, gestionándose mayor profundidad, aunque depende de uno donde nos sentimos mejor, ya que Trier quiere ser más directo y fácil de entender, en medio de una notable calidad artística, lo cual le permitiría mayor cantidad de espectadores. No obstante hay que acotar que mantiene muchas de las mismas ideas, como el nihilismo, el suicidio o la figura poética y audaz del protagonista de la historia, mucho más vista en la de Malle, que tiene un aire cultural, filosófico y social de entre guerras más rico (desde el cuarto en el lugar de reposo mental, elegante y culto), con el actor Maurice Ronet que por sus maneras incluso puede implicar hasta inclinaciones sexuales varias que se pueden acoplar a la cavilación temática general de la depresión y la dificultad de interrelación con el mundo y lo existencial, porque ambas asumen el vacío, la soledad mental, el desarraigo con la pasión de vivir, aunque halla dinero, roce social, mujeres, amistades y hasta fama/popularidad por nuestra extravagancia.
En la película de Malle es como una aventura de despedida en París
con su cierto romanticismo, lujuria e intelectualización, mientras en la
noruega Oslo es al igual que en Reprise una ciudad de aspecto cotidiano, más
pedestre, aunque capital, donde el desenfreno es harto actual, con desnudos en
la piscina, drogas y fiestas electrónicas, que en lo personal prefiero la
estética y el tiempo de Malle. Trier aborda la enfermedad mental desde
la drogadicción de su protagonista (de lo que se aprecia que el tema le es muy
afín, y lo sabe manejar muy bien), llamado Anders (un bastante decente Anders
Danielsen Lie, hasta mejor que en Reprise; yace como un tipo notoriamente cansado, decaído,
aislado, afectado, aunque atento al mundo, mucho más allá de interiorizarlo), que
brinda un punto potente en cuando a causa, que el alcoholismo del Alain Leroy
de El fuego fatuo, de Malle. E igual eso disminuye una cantidad de peso filosófico, si bien
aproxima el entendimiento. Y es que Oslo, 31 de agosto como dice una línea comparativa,
quiere tener profundidad interna, que escuchamos en diálogos que mencionan a
Proust, lo musical, el arte, como antes en Reprise invadía el filme el mundo literario, siendo cine amable.
Es de resaltar que el final de Joachim Trier da la sensación de ser
mucho mejor que el de Louis Malle, intensificando lo poético, aunque el del director francés viene
en realidad desde bastante atrás y simplemente cierra. Anoto que son películas muy
diferentes fuera de compartir similitudes argumentales, trama y estar bajo un mismo
magma. Bien vale poner una al
lado de la otra y analizarlas, para ver cómo se hacen hoy las películas y cómo se hacían
antes, auscultando además dos miradas del cine de autor, no sólo en cuanto al tiempo.
Otro punto a remarcar en Oslo, 31 de agosto es que amplifica
la belleza del mundo como posibilidad frente al daño mental (que es un aporte distintivo
argumental, vistosamente trabajado, como en la apertura, una introducción característica
del director; o en el restaurante, como un contundente equilibrio), que lucha
contra una apatía tan fuerte, que recuerda en especial a El sabor de las
cerezas (1997) que es justo lo contrario que he dicho de ella, dando mucha
información, o mejor dicho la justa y necesaria porque tampoco se amplía
demasiado, aduciendo mayor teoría, estudio y elementos que la de Kiarostami, aunque
quizá sacrifique un poco de arte. Trier invoca mucho lo emocional, Malle prefiere
la reflexión. Una es nutrida, la otra fluida. Convergen en la
inquietud que tanto busca resolver el hombre, el sentido, y que peor que caer
en el extremo, donde empezamos perdiendo, nadando en la melancolía, en la
prisión psicológica, aun teniendo tantas armas.