sábado, 31 de diciembre de 2011

Las mejores películas del 2011


No tienen orden alguno entre sí.
  1. Medianoche en París (Woody Allen)
  2. El árbol de la vida (Terrence Malick)
  3. Melancholia (Lars von Trier)
  4. Un método peligroso (David Cronenberg)
  5. El niño de la bicicleta (Jean-Pierre y Luc Dardenne)
  6. Habemus Papam (Nanni Moretti)
  7. La piel que habito (Pedro Almodóvar)
  8. Drive (Nicolas Winding Refn)

viernes, 30 de diciembre de 2011

Habemus Papam

El cine italiano ya no es el de Fellini, Antonioni, Visconti, Pasolini o De Sica que tanto impactaron al mundo, sin embargo todavía mantiene algunos nombres que representan dignamente su séptimo arte; entre ellos está Nanni Moretti, que en ésta realización hace de maestro de orquesta actuando, dirigiendo y co-escribiendo el guión.

El retrato que nos trae es el de un Papa que teme acceder a semejante responsabilidad, proponiendo dudas con respecto a su vocación, en ese trance se ve a un hombre y no a la mítica imagen de la representación del cargo. No resulta tan fácil para él sentir que hay un designio divino detrás de su persona, y es que ser Jesús es algo excepcional.

No solo es un adulto mayor buscando su identidad en el planeta sino que no teme revelarse ante la voluntad de su gremio sin que esto sea la verdadera razón; sino que yace en la disyuntiva que lo alberga desesperado por rehuir a una vida de entrega a la religión en el máximo lugar en la tierra. Recuerda haberse inclinado de joven por el teatro aunque falló al no ingresar a una academia con lo que el sueño desapareció. En la actualidad recita con pasión una obra de la dramaturgia de Chejov mientras corre a esconderse en una puesta escénica de aquella autoría.

Michel Piccoli nos describe a un sumo pontífice meditabundo y entristecido por su próximo rol que desestabiliza su seguridad individual; presentándose algo perdido y con la memoria frágil. Quiere cumplir ya que sabe que su negativa quiebra el estatuto e imagen de su iglesia pero a su vez no desea vivir enclaustrado en un título que siente no lo es idóneo para sí. Es sensible y compungida su expresión en constante vaivén huidizo, a ratos muy infantil en parte, porque no pensamos que un anciano pueda todavía no saber quién es en realidad. Moretti lo humaniza, le hace decir que de pequeño solía irse de manos con las niñas o se le ve gritar a sus dóciles compañeros ante la presión de que asuma las votación en su nombre.

El entorno es muy tranquilo, parece una vida pasiva sin emociones grandes a la que los sacerdotes acceden sin cuestionarse y en ese lugar el que sería el futuro Papa pretende mucho más o es que el vacío lo ha alcanzado sin miramientos distintivos en su ser. Otra pregunta sería ¿es el santo padre proclive a desear placeres terrenales? Quedan tantas hipótesis en el aire.

El tema provee de varias interrogantes pero es en un tono sutil en que se nos presentan, no es una cinta imponente sino más pegada a lo discreto con una comedia medida que más parece dar espacio al pequeño drama, no obstante bastante bien hecha que se hace agradecer que no busque congraciarse con los más crédulos o quienes solo aspiran a la polémica que la hay pero en justo equilibrio o buen gusto. Y quizás habría que ponerle algo de picante al tema que tampoco se trata de apagarle las luces al espectador o ponerle el panorama muy bonito.

Tiene un desarrollo de aspecto algo opaco empero el leitmotiv del filme está claro y la irreverencia está servida como plato suave pero contundente. Se ve convencional en su estructura pero con la salvedad de que el temor papal es una audacia del cineasta que interpreta a un psicoanalista que de igual forma no se toma en serio y en su relajo de figuras nos despierta la complicidad emotiva primaria. El sumo pontífice brinda esa trascendencia que de otra forma sería poco curiosa y es de rescatar que Moretti guarda respeto por el catolicismo aunque se permite sus libertades con éste.

El centro es la indecisión, es que nuestro protagónico no sabe qué camino tomar, la confusión lo agobia y no hay que menospreciar el sentimiento que nos gobierna, somos seres humanos anclados a deseos, sueños, afinidades y voluntades, nadie se excusa de la emotividad, ni siquiera el representante de Dios en la tierra que también se presta para la discusión fuera de su edad o que se deba a millones de personas. Y ahí está el mensaje para quien lo quiera “descubrir”, al fin y al cabo únicamente somos hombres.

martes, 27 de diciembre de 2011

Satantango

El húngaro Béla Tarr es un cineasta no tan conocido a nivel del público masivo, pero contiene una identidad muy propia, siendo la presente película la más famosa dentro de su filmografía, dura 7 horas y media y maneja conceptos visuales muy distintivos. En ella asistimos a los vaivenes que sufren unos campesinos de una granja colectiva que tratan de engañarse mutuamente para hurtar el dinero recolectado en un año de trabajo. Irimias es el líder del grupo que debido a su inteligencia maneja con habilidad a sus semejantes, también sobre su persona hay un especie de mito que lo destaca del resto, ya que parece haber vuelto de entre los muertos y en medio de su retorno hay una defunción que incrementa la dependencia hacia él.

Alrededor de un ambiente lúgubre, melancólico, solitario y muy pobre el gobierno comunista vigila a sus ciudadanos, hay un control poderoso incluso sobre éstas personas tan sencillas, para lo que para su causa manipulan a Irimias que sirve dócilmente al estado por sobre el perdón de sus fechorías, producto de que se le ve como cabeza de posibles revolucionarios.

Béla Tarr es avalado, entre varias cosas, por mencionar una, por la fama de la escritora americana y cinéfila hardcore Susan Sontag, que dijo que veía una vez al año ésta película. Ésta nos muestra una estética bastante destacada, única de alguna forma; las tomas son raras y a ratos pesadas, la propuesta se enfoca mucho en ángulos muy cerrados; la cámara se pasea despacio por detrás de la infraestructura ocultando el paisaje o nos hace escuchar desde la espalda de los protagonistas.

El panorama intensifica las sensaciones o participa simbólicamente con la demostración recurrente en toda su amplitud ante su exhibición pormenorizada aún desprovista de suntuosidad sino recubierta por la simpleza de su territorio que refleja el sentimiento que reina entre su gente, siendo la emotividad de los protagonistas algo bastante sutil y cuidado.

Como parte del estilo de Tarr está que si vemos a alguien caminar lo veremos hasta llegar a su paradero, el húngaro en múltiples ocasiones imita el tiempo real en su relato; si estamos ante una acción la miraremos acaecer hasta el final de ella sin apremios ni salvedades. El director se rige a su completa arte y perspectiva alejado de obligaciones como el ritmo; emula el mundo amparado en su creatividad fílmica mientras maneja sus reglas individuales. Le son indiferentes las convenciones, esas que relajan la visualización del cine, en eso no hay concesiones de parte de éste cineasta. Tendremos que aguantar toda la exposición sin el más mínimo apuro; el filme está muy ralentizado, mucho más de lo que se acostumbra, es un cine lento y contemplativo hasta la exasperación, y será una tortura si estamos muy acostumbrados a otro tipo de cine.

Las escenas se quedan congeladas en repetidas ocasiones, que a ratos podemos creer que hemos colocado pausa al control remoto, incluso los gestos de los personajes se quedan inertes, creando una tensión que linda hacia el crepúsculo, que nos jala hacia un desenlace cada vez más extendido y que crea expectativas de su resolución ante la cierta independencia de sus partes, donde cada trozo parece un pequeño cuento. No obstante termina dentro de una mirada mayor.

La belleza está en mostrarnos con total apertura la idiosincrasia del contexto, la carretera con la lluvia, los parajes desolados, la humildad del entorno o el desenfreno prolongado de un baile entre borrachos. Hay varios diálogos muy potentes, se ha dado prioridad al texto, como con el capitán cuando nos descubre quien es en el fondo Irimias o con el magistral capítulo (todo, completo) de los funcionarios detallando el seguimiento de los pobladores.

No es un filme fácil, puede ser soporífero, ya que su método es muy particular, muy entregado a sí mismo; agota bastante y exige mucho, pero no deja de ser muy interesante, es algo distinto al cine que más se prodiga o a cualquier otro. La historia se puede resumir con sencillez, donde se ha podido hacer algo más accesible, sin dificultad alguna, pero hubiera quitado su verdadera gracia, su genio, su arte o su sello distintivo que es la configuración ornamental y física, por lo que gracias a la estructura que ostenta se crea mayor complejidad. Su mayor virtud es rotundamente la forma, como cuando el doctor tapia una ventana y queda la pantalla en negro, imitando la oscuridad, y sigue la voz en off que en varias oportunidades completa la trama; o cuando participamos del monólogo de Irimias, en convencimiento de sus compañeros, para entregarse a un nuevo convenio, éste monólogo es sumamente extenso, aunque dicho con mucha soltura histriónica, el que dura un capítulo entero de los 12 en que está dividida la realización.

Los actores son de una maestría digna de aplauso mayor, mucha intensidad se debe a ellos, Tarr hace hincapié en sus expresiones y estos se desenvuelven con naturalidad; esa es otra característica del filme, su contundente realismo explotado al máximo, porque cuando comen parecen recrear la vida misma, hay una autenticidad exacerbada por la cámara. Una escena en especial, la del gato con la niña, parece tan verídica que hasta produce terrible escozor en la piel.

Hay una putrefacción, pasividad e indolencia generalizada; cobardía, promiscuidad, vagancia o falsedad son los síntomas de las personalidades por las que se mueve ésta comunidad como perdida en el infierno y que parece realmente el canto de un baile con el demonio; es el desenfreno que incita a no pensar en mayor moral que la conveniencia nuestra que se ve limitada solo ante la falta de astucia. El tango, un baile sensual, se mueve sin límites en una sala de almas medio vacías condenadas a la iniquidad inconsciente y a la falta de escrúpulos o de remordimiento. La música envuelve, el acordeón es implacable y cuando se ven los gestos o la efusividad reina una ascendiente complicidad conmiserativa. Tarr perdona a sus criaturas, éstas se humillan pero se les comprende ya que simplemente están viviendo, no se compra la imagen del Dios implacable sino abierto a escuchar.

La película también recurre a colocar la trama desde diferentes puntos de vista para enlazarlos, como con la niña empequeñecida y cruel que carga el veneno para ratas y el doctor enfermo en busca del alcohol que lo está matando; o la despedida de Irimías y el caminar de los desvalidos pobladores, tenemos la ruta que sigue el grupo derrotado y luego el cabecilla calculador y aprovechado.

Satantango (1994) es un filme trágico en esencia pero calmo, con un blanco y negro hermoso; asistir al visionado de ésta propuesta es una oportunidad de que los más valientes, tercos y resistentes, apasionados por las mayores novedades, pero con sustancia y trascendencia, se dejen llevar por un cine distinto; cómo dicen algunos, al menos una vez cada cierto tiempo, vale la pena.

sábado, 24 de diciembre de 2011

¡Qué bello es vivir!

Realizada por Frank Capra en 1946, con un James Stewart excepcional. Su rostro puede variar con rotunda facilidad siendo su alegría y simpatía contagiosa; luce fresco con un aire relajado pero sin perder su estilo elegante y clásico. En ésta oportunidad nos retrata a George Bailey, un hombre bondadoso pero con carácter que siempre antepone la felicidad de los demás a sacrificio de la suya propia; dispuesto a dejar pasar sus sueños si alguien le necesita, no solo dentro de su familia como con la pérdida de la escucha de un oído a raíz de salvar a su hermano menor de la hipotermia sino de todo el pueblo de Bedford Falls donde es muy querido y admirado, a contraposición de Henry F. Potter (Lionel Barrymore), el tipo rico que solo quiere sacar ventaja de los demás, de los pobres a los que no les guarda ninguna confianza ni respeto.

Capra hace una bonita historia navideña con personajes muy al estilo de las obras de Charles Dickens realzando virtudes y defectos, colocando figuras bastante identificables bajo rasgos gruesos y no por eso no estimables en sus personales formas; el retrato no es básico porque alberga muchas ramas derivadas y mantiene complejidad en su deambular que por simpático y actualmente popular –aquello de ver qué hubiera pasado de no existir el héroe de nuestra narración que para el caso no se valora en toda su grandeza- no cae en absoluto en lo monótono y anodino. Sin embargo sus personajes muchas veces son poco más que básicos ya que buscan acompañar más que verdaderamente resaltar aunque llevan cierta independencia –sea el dueño del bar, el farmacéutico, el policía, el taxista, el tío Billy, el amigo adinerado o la chica fácil entre otros secundarios que marcan una personalidad global optimista muy influenciada por el protagónico- creando a pesar de su funcionalidad un trabajo de conjunto que llena el pueblo de identidad y solidifican el panorama del contexto ya que permiten ver en toda esencia el alma y la repercusión que genera George Bailey, un tipo aparentemente común y frustrado -por no ver lo que es, lo que ha hecho o lo que hará-.

La mirada de la película es inocente, hay que admitirlo y no quita respaldo asumirlo, pero es porque cree en el ser humano, un ideal que bien vale llevarlo en alto a toda causa fuera de que en la realidad no sea tan razonable muchas veces. El espíritu que reina en la realización tampoco se queda en lo hueco ni en lo simplemente sentimental, salvo en la predominancia del canto a la convivencia digna del amor en todo terreno, sino que además tiene perspectiva porque George Bailey no solo es un hombre de palabras y buenas intenciones –porque sería poco francamente- sino de soluciones (de llevarlo a la práctica) y es que su inteligencia permite burlar la iniquidad del capitalismo más violento que solo ve dinero y astucia más que respaldo o bien común en el prójimo, pero sustentándose en el trabajo duro y evolutivo -las casas compradas son la prueba- aunque arriesgándolo todo en el compromiso que pretende ampararse en el cumplimiento del deber de uno en relación con el ajeno.

Es la resolución de un mensaje probo de pies a cabeza que buscar creer y dejarse llevar por la fe en la humanidad (¿por qué será tan difícil?), como con las hipotecas o los prestamos en la oficina que mata de sopor la ilusión de Bailey que al igual que su padre no le queda otra salida -ante su naturaleza idealista y colectiva- que responsabilizarse por los otros a expensas de sí mismo (un milagro a todas luces en nuestra modernidad egoísta e hipócrita pero que nunca hace un mea culpa completo sino parcial y desprovisto de autocrítica); ya que servir es un don de pocos y por eso simbólicamente –además de literal- llega el rescate del cielo o la -tomada por fantasiosa- justicia divina que envía a un ángel a demostrarle a nuestro ciudadano ordinario pero también auténtico y especial que su labor puede ser tan gigante como la del hermano en la guerra salvando de la muerte a sus compatriotas o la anhelada superficialidad viajando por Europa; éste es un recordatorio de que la pequeñez se lleva en el alma y que la desfiguración de lo que realmente es exitoso parte del concepto materialista, visual, suntuoso o de exacerbo público que nos domina, pero que solo basta perderlo todo –lo que aquí es invisible en grandeza a nuestros ojos- y darnos cuenta que la vida es maravillosa, como reza el título, incluso bajo el temor de ir a la cárcel o ante una alta deuda impagable de 8, 000 dólares.

Una esposa amorosa e hijos felices, un hogar cálido desde su gente, el afecto general, la amistad, la convivencia pacífica, la paz interior, la consciencia tranquila, la honra y más son más importantes de lo que cree Bailey; para eso Clarence, un enviado celestial memorable aún en su estereotipo, como lo es Potter, dos caras: el bien y el mal, viene a ayudarlo en el momento en que cree que vale más muerto que vivo y está engañado por las apariencias, cuando sólo vislumbra la derrota.

Una mención aparte se merece Donna Reed como Mary Hatch, la otrora niña educada, sana y linda que le dice en el oído sordo de George que siempre lo va a amar y que más tarde no puede despegarse de la canción que los acercó de jóvenes, y sí ¡la mujer es el dulce y preciado tesoro de cualquier varón!, ¿qué sería el mundo sin éste sentimiento tan inigualable?, trasmitido por ella con toda vivacidad, con esa clase y naturalidad que llevan tan fehacientemente las damas clásicas, que no necesita ser de impactante belleza ni siquiera provista de sensualidad sino que irradia desde la enamorada sonrisa, de la sencillez, de la alegría, de la madurez, de esos olores que definen su expectativa anhelada con el hombre de su vida.

En Capra brilla la minuciosidad, la resonancia discreta de los detalles en toda escena, como con el cuervo que implica el avistamiento de los problemas. También yace curioso el que Potter sea un invalido y es que sin perder la sensibilidad, el ser humano está en su interior y no en su físico. Todas éstas son lecciones "bobas" que conocemos aunque están a menudo guardadas con polvo en el olvido y es que lo que muchos tildan de obvio termina pasando desapercibido cuando son premisas indispensables que hay que tener presente; por eso un filme híper sensible y flagrante se nos hace tan grato casi sin darnos cuenta de qué se nos dice lo que ya sabemos pero porque tiene en la estructura la complejidad necesaria para reforzar y disponer de una filosofía existencial que en el fondo todos ansiamos tener en nuestro derredor y que nuestro escepticismo o predisposición a no vernos vulnerables impiden que brille en nuestra vidas.

Fiat lux se oye implacable silencioso en el rostro jubiloso de esa imagen inmortal de Bailey acaparado por los abrazos de sus cuatro hijos como de su amada esposa, mientras aquella frase grandiosa dejada de dedicatoria por Clarence cierra el conjunto perfectamente: “ningún hombre es un fracasado si tiene amigos”. 

martes, 20 de diciembre de 2011

J. Edgar

Si hay alguien en Hollywood que hay que admirar rotundamente ese es Clint Eastwood, actor legendario que se ha ganado el cariño del público con películas de buen entretenimiento y que pasó a ser un director serio, inteligente y exigente que como cualquiera tiene sus altas y bajas aunque con claro talento: dos premios Oscars a mejor dirección suenan más que honorables. Cualidades profesionales que yacen en ésta última película que es académica por antonomasia pero desprovista de sentimentalismo ramplón.

No es el motor del filme robarle una lágrima al espectador ni sacudirlo con un drama que retrate enfermos terminales o causas perdidas, ¡no!, se trata de mostrarnos a un hombre en toda su grandeza, con sus defectos y virtudes (por supuesto más de éstas últimas porque sino para qué tanto honor), con sus hazañas e innovaciones. Se nos describe la vida del director y fundador del FBI, John Edgar Hoover (un impresionante Leonardo DiCaprio que domina las escenas y se roba momentáneamente su alma), y no falta la admiración del director por el personaje. No obstante nos devela toda la idiosincrasia que viste de cuerpo entero a éste representante del alto poder americano.

Lo vemos siendo sutil con una pequeña advertencia al presidente Kennedy, le observamos hurgar en la vida privada de cuanto ciudadano sea considerado comunista radical e incluso a cuanta persona albergue alguna presencia pública manteniéndolos archivados en sus documentos privados (que como bien dice ¡información es poder!), no hay medias tintas con él, que pretende defender la hegemonía angloamericana deportando cuanto rival se le ponga en su camino si amenaza la ideología reinante de su gobierno, efectivamente puede jugar sucio y su motor es mantener las libertades como el modo de vida norteamericano con penetrante convicción o a toda costa.

Sobre su cabeza pende el mismo extremismo y devoción de los que combate pero maneja sus armas con ciencia y disciplina, siempre delante de los demás. Definitivamente no es el tipo perfecto ni de los que despiertan afectos, es quien se ensucia para que otros vivan mejor, por lo menos en su país. Es el que vive en la dura realidad y que la modifica para hacerla tan romántica para los demás. Un sujeto de servicio que en la sombra mueve sus piezas y da la cara ante la amenaza, dentro del crimen, la política o cualquier forma que implique inestabilidad en la seguridad nacional, ese es su deber. Por todo un tipo grande, pero por lo mismo oscuro. Tiene que ocultar su homosexualidad o -lo que se esboza bajo una dignidad artística de parte de Eastwood- su ocasional travestismo.

No podemos engañarnos, Eastwood quiere brindar un homenaje a éste ser humano duro e implacable, metódico, firme y a la vez inseguro, desprendiéndose del relato qué se le debe mucho a quien se le dedica éste largometraje. Alguien que desde joven se convierte en un eje de decisiones en el territorio más poderoso del mundo. No es poca cosa sin duda y para convencernos nos demuestra el cineasta que hay que romper huevos para hacer una tortilla. No necesariamente hay que comulgar con las ideas del protagonista, si fuera así va a disgustar su figura tan nacionalista o su falta de valentía para mostrar su identidad sexual. Sin embargo ahí yace la mano del creador, de Eastwood, porque nos hace entender que ese hombre busca la grandeza desde el inicio, exige lealtad a su departamento como la que representa su secretaria y fallido amor heterosexual o -quizás como se deduce- un intento de excusa para las apariencias. Coloca reglas en su grupo de trabajo, buen físico, entrega, intelecto y casi una cierta excepcionalidad; sacrifica cuanto puede para lograrlo, puede que los datos descritos se hagan poco, incluso, para comprender su éxito, pero el filme no pretende el exceso y se hace en parte seco porque en su mayoría respeta la historia.

Hay momentos que son recreaciones interpretativas que de lo privado solo queda imaginarlas, pero abren el entendimiento siguiendo una concatenación racional. El maquillaje no es totalmente efectivo, pero ayuda mucho; para nada desmerece la realización sino sirve de credibilidad para mostrarnos el envejecimiento. No podemos esperar no desligarnos de entenderlos como efectos especiales y no tener en concreto la imagen verdadera de los actores, pero sirven al uso que se necesita, unir los diferentes tiempos y dar matiz espacial variando contextos y creando una red más compleja en el conjunto.

Quien sepa de Hoover se dará cuenta que los datos son fidedignos o admiten teorías de solidez, ya que alberga casi todos los hechos más importantes como el secuestro del bebe Lindbergh al que la película le dedica amplia cobertura desde todo aspecto, hasta neuronal. No ha explotado la parte más pintoresca para la mayoría en la cacería que dedicó a los llamados enemigos públicos, sino más bien vemos la fabricación del imaginario publicitario de su equipo. Eastwood se enfoca en el requerimiento político de consolidar su figura de principal mando del FBI bajo la obligación de participar directamente en los arrestos. No obstante, sin grandilocuencias, aunque con temple para revelar hasta qué grado iba el compromiso de nuestro héroe, la máxima irreverencia que se permite el director del filme, siendo una hazaña presentarlo como tal, en lo posible ya que tenemos que entender que busca encumbrar y no desmerecer, para lo que se da bajo la plena consciencia recreativa del cineasta como con la pelea con Clyde Tolson que lleva pasión, pero sin perder esa dignidad que tanto mortificaba a Hoover en el simbólico acto de no saber bailar.

Actrices como Naomi Watts y Judi Dench son vitales respectivamente como Helen Gandy, la mano derecha y conocedora de todo secreto personal de Hoover, y Annie Marie, la madre que tanto decidió el carácter de la máquina detrás de la Oficina Federal de Investigación (FBI). Ellas son dibujadas como figuras discretas y a su vez decisivas en la trama. También lo es Armie Hammer, a pesar de ser menos impactante y eso no quita que haga una decente interpretación como el gran compañero afectivo y laboral de Hoover, otro pilar en lo que se nos propone con bastante elegancia y sin sensacionalismo. Un defecto es no manejar bien la juventud de la progenitora en un determinado momento -fuera de que sea corto- a raíz de mantener a Dench sin denotar bien el cambio de edad.

Es una realización cinematográfica que gana por su historia, que lleva actuaciones dotadas y que no será una obra maestra, pero es de las que cualquier cineasta sentiría placer de tener dentro de su filmografía. J. Edgar (2011) es un filme que se debe al arte y que en última instancia, como con los buenos vinos, sabrá el tiempo recompensar.

domingo, 18 de diciembre de 2011

La piel que habito

Si no supiéramos que la última película de Pedro Almodóvar se basa en la novela de Tierry Jonquet “Tarántula” diríamos que estamos ante la más precisa de las inventivas que define en esencia al cineasta español. Está la habilidad para presentar las constantes sexuales, la identidad y apetencia erótica del director o el atractivo de justificar las propias inclinaciones, en pocas palabras atrapar a la audiencia y convencerlos en ese intermedio de sus ideas, hacer accesible lo que de otra forma nos produciría rechazo.

Almodóvar logra concretar perfectamente la trama, cada concepto presenta sustento, no deja espacio sin respuesta, con total claridad cubre cada interrogante. Es una ventaja que se agradece ya que compenetra aunque quizás se hubiera estimado ser algo más creativo. No es que falle sino que se aboca a que los personajes especifiquen mucho de ellos verbalmente que sería la manera más elemental de hacerlo.

Sobre el suceso en sí del relato se perpetra con solvencia la transformación que requiere la cinta; en ningún momento se nos presenta como de ciencia ficción a pesar de que contiene rasgos científicos que albergan fantasía; se hace verosímil y es toda una virtud ya que posibilita más el drama que se nos cuenta con rasgos de la biogenética más avanzada.

Puede parecer que abusa del tema sexual pero en Almodóvar no hay timidez para la temática sino es requisito de su estética y de su personalidad, y en ésta oportunidad aunque tiene sus ratos de “exceso” se nos hace menos irreverente en el uso y se aboca más a la aventura del guión, como vemos en la violación de Zeca que otro hubiera evitado de repente aunque también es muy válido (el personaje es estrafalario pero tiene pleno sentido) o la otra de la desencadenante de la venganza.

Su mal gusto se suele interpretar como parte de su cosmovisión personal, que hay que defender ya que es solo la apreciación de quien es muy libre para abordar las relaciones carnales y es que una ventaja de su cine se debe a colocar la constante de predominancia sensual que lo caracteriza –en el filme totalmente razonable- pero proveyendo de una narrativa que se hace entretenida y hasta inteligente, porque Almodóvar lo es, ya en acto de celebrarlo como uno de los más importantes directores españoles de la actualidad, dicho desde ésta crítica por alguien que suele verlo irregular pero con mucha personalidad y alta cuota de talento, aunque deja una sensación de imperfección en el ambiente y se debe a que es autor de nutridos sucesos, de abundancia visual narrativa, llevando un ritmo veloz, a ratos prematuro, pero ante todo correcto en su desarrollo.

Es una historia que se nos hace audaz al descubrir quién es Vera, que secretos esconden los protagonistas, otro punto clave del asunto. El pasado nos acoge y nos define en la actualidad siendo la ley que maneja sus vidas en todo momento. El amor y el odio juntos borrando líneas entre ellos. La locura como parámetro latente. La devoción o su quebrantamiento. Las decisiones de cara a nuestra percepción voluble o rotunda, la sirvienta eligiendo entre dos hijos o el científico cayendo en manos de su pasión.

Almodóvar tampoco mide límites con sus personajes o actores, los explota sin miramientos y ellos se entregan a prueba de dedicación. Antonio Banderas le otorga dignidad a un Robert Ledgard que a ratos la pierde con su amor tan indulgente y nos muestra una seriedad que se nos materializa efectiva para el estilo ya que estamos con un tipo duro en el exterior pero blando por dentro. El actor luce elegante y seguro de sí, creíble aún en tanto mamotreto, sin dejar de ser sencillo.

Bastante hábil la participación decisiva de Elena Anaya, que en su papel es el objeto de culto que deja su notorio atractivo –está muy guapa- en segundo plano entregándose a la manipulación pero sin dejar de presentarse como el imán que termina obsesionando a Ledgard. Otras menciones especiales son para Jan Cornet y Marisa Paredes, destacando el aturdimiento/la desesperación o la firmeza/la abnegación respectivamente.

martes, 13 de diciembre de 2011

Another year

¿Una película de espíritu pequeño es mala? No necesariamente y eso es lo que refleja la última realización del cineasta británico Mike Leigh, que con historias mínimas saca a flote una muy atractiva película, su base es la familia y su clase social la media alta con gente educada, simpática y muy feliz, al menos para el matrimonio de Tom (Jim Brodbent) y Gerri (Ruth Sheen), un geólogo y una psicoterapeuta de avanzada edad que viven en una existencia tranquila y realizada, en donde por medio de su nobleza permiten que una buena amiga de ellos, Mary (Lesley Manville) los inunde con sus conflictos, siendo una mujer solitaria y ataviada de un aire de frustración continuo, abandonada por su último marido no vive el día sin estar próxima a sus entrañables amistades.

Mary es el verdadero centro de la trama a pesar de que gira alrededor del concepto de la familia. Una de las temáticas que se atribuye el filme es el de otorgarle intensidad a esos adultos mayores rompiendo con toda figura común ya que son vivaces y libres, además de que tienden a ser bastante locuaces y hasta cómicos a diferencia de esa imagen del inglés rígido que todos pueden llevar en la mente.

Los personajes valen por sus personalidades complejas, a ratos manejan disgustos y conversaciones críticas poco condescendientes, no son tampoco la quintaesencia de la bondad, como con la pareja de su vástago que puede caer antipática por su exaltada intencionalidad de quedar como una persona muy relajada y alegre. El hijo, Joe (Oliver Maltman) exuda un aire de ñoñez y pinta como un buen muchacho que también se presta al juego de los juicios de valor. Y es que los dibujos humanos son muy creíbles, sobre todo en Mary que con una simple expresión de congoja en un rostro surcado por marcas faciales puede enviarnos un mensaje mucho más profundo que la verborrea intrascendente de la que hacen gala muchos de los caracteres en su afán de vestirse de soltura y frescura, que lo tiene la realización sin pecar de minusválida o fingidamente artificial.

Todos critican a Mary, sin embargo su único error real es que ella simplemente se da tal y cual es, expuesta a dejarse querer o provocar arritmia o desdén ante la apertura de su idiosincrasia, su propensión a la bebida, su melancolía, sus quejas económicas y amorosas, la remembranza de su duro pasado, en el que ésta actriz sobresale dentro del reparto tanto que posee la riqueza histriónica más que suficiente para sacudir mentalidades en un guión original admirable nominado en los Oscars 2010 en que se luce la ilustración del inconformismo sin pie a soluciones a contraposición de un contexto holgado y dulce, y quizás se vislumbra un poco de luz al fondo del túnel, no solo por desear la placida atmosfera de sus queridos compañeros, la jardinería, el buen vino, la fraternidad, el respeto y la unidad, la cocina dentro de las actividades recreativas que anhela y que en parte comparte desde fuera del circulo verdadero, sino con el conocer de Ronnie (David Bradley) que recientemente ha enviudado, que no posee el afecto de su hijo y que dolido y entristecido recurre a su hermano Tom, su apoyo moral, encontrándose con ésta despierta dama que se da un respiro con él fumando marihuana y comunicándose ávidamente.

No todas la subtramas albergan conclusiones optimistas como demuestra un último semblante de uno de los protagónicos que nos interesan, ya que incluso por ahí yacen otros amigos con múltiples carencias existenciales y que no llegan a puerto, que solo siguen ruta sin posible salvación pero sin desesperanza aunque se esboza esa posibilidad sin caer en dramatismos exagerados. Leigh nos presenta un elocuente mosaico de vivencias sin caer en el recurso fácil de proponer dificultades y darles salida presurosa en sus cuatro estaciones de año en que exhibe su relato, permitiendo dejar como ha de ser siguiendo una mirada realista el camino a la imperfección del mundo que nos rodea a todos los seres humanos.

Una lección de aprovechar el tiempo y encontrar sentido, en una cierta inconsciencia ya que las respuestas -aunque en muchas oportunidades no lo aparenten- no son sencillas de obtener para nadie, en ninguna época ni para los que se nos retratan, gente común hasta un punto privilegiada que sacan sustancia a su cotidianidad y se otorgan responsabilidades ajenas sin caer en hagiografías como cuando Gerri se justifica diciéndole a Mary con la que siente enojo, es que se trata de mi familia y en ese lugar se mueve la cinta, priorizando esa unidad elemental de la sociedad, otorgándole el ideal, la máxima aspiración a contracorriente de la contemporaneidad que quiere asumir que la disfuncionalidad es la norma y no siempre funcionan los conformismos colectivos, no todos los buscan que es distinto de asumir ausencias y Leigh hace gala de su sabiduría para perpetrar naturalidad con actores de semblantes pedestres y nada notorios, con simpleza más no menos importancia que otras figuras rimbombantes, con carisma y sin complejos u obligaciones, dando pie a cautivar la atención sin espectáculo salvo el de la propia vida.

martes, 6 de diciembre de 2011

Japón

El presente cine está dirigido a un público pequeño ya que no es fácil que se entienda. Éste se mueve en un lenguaje muy personal y una de sus características es la rareza. El autor es el director mexicano Carlos Reygadas, que nos describe en su filme la depresión, su leitmotiv y mayor virtud, recordándome al Abbas Kiarostami de El sabor de las cerezas (1997), a cinco años de ésta, aunque con diferencias como ahondar mucho más en el sentimiento y compartir la depresión en el filme.

Un hombre decide ir a morir a un pueblito olvidado y básico, sin que el cineasta nos engañe, lo recrea tal cual debe ser, en él espera suicidarse tras experimentar una búsqueda de paz en soledad. Sin embargo prolonga su dolor o percibe el sosiego bajo una extraña tensión sexual; no es que sea muy joven ni de buena apariencia física -quien además es rengo- pero la degradación resulta palpable, el inicio de una constante en la filmografía del mexicano. Con ella explorará un sentimiento particular, un vínculo que lo hace llorar y con la que comparte fantasías o un trato entre amable y agresivo. No es un hombre que clasifique ni en lo sofisticado a pesar de la música que escucha ni en lo ordinario aunque lo sea masturbándose en el cuarto o fumando marihuana que comparte con una anciana que no deja de sorprendernos (que no significa que deje de ser creíble). Estos momentos son resaltados por la lente del realizador para dibujarlo como un ser humano de difícil clasificación.

A parte de ese protagonista tenemos al pueblo en sí, un lugar donde los actores parecen salidos de una historia del neorrealismo italiano en donde no llenan los zapatos de los profesionales pero dan trasparencia a esa realidad. Los diálogos que dicen parecen declamados en un aula escolar de primaria y se entiende simplemente a razón de que son ellos mismos. El que destaca es el personaje masculino descrito anteriormente del cual no se conoce nombre, aunque todo gracias al guion y dirección de Reygadas, máximo artífice que subyuga todo a su ingenio.

Ascen, la compañera en esas vivencias de campo, en cambio a ratos parece luchar contra la cámara, los ojos van instintivamente hacia donde está, y muchos parlamentos suyos personifican falta de entusiasmo entendiéndose poco logrados, aunque dándole crédito se deduce entrega al trabajo, cuando besa a una mujer en un sueño y se acuesta con su inquilino. Su imagen nos gana pero se le saca sustancia y ella se la juega por la cinta. En el papel accede sin rechistar a acostarse con un extraño sin denotar excitación y la única justificación que escuchamos viene de su sobrino; “es que mi tía está loca” dice, o es que es tan simple su personalidad que no puede negarse a decir que no, en contradicción de su devoción a la religión (léase además doble moral o ignorancia).

Minutos antes de desnudarse para tener sexo va a la iglesia, involuntariamente sonríe o su gesto está demás. Más tarde acata la absurda petición, el hombre solo dice que necesita su cuerpo para sanar, para superar su trance de desgraciado y todo eso brilla de extrañeza, pero no deja de ser curioso, atractivo en esencia como lo es la canción de un poblador, que parece tener buena voz pero ostenta un problema con la dicción; se nos muestra su dificultad y apetece escucharle, provoca expectativas en su imperfección. Carlos Reygadas me motiva a creer que el objetivo de éste filme de pretensión de cine intelectual es el amor al arte más original que nace desde adentro, ganadora de la cámara de oro en mención especial, en ese serio festival de miembros cultos y excéntricos que es Cannes.

El filme aún con defectos presenta materia que lo realza; la cámara se mueve desorientándonos de nuestro sentido del espacio, varias tomas son muy cerradas y otras se enfocan en simplicidades como un ratón, un insecto o la copulación de unos caballos ante la risa de unos niños, innecesario quizás, pero cine al fin y al cabo, siendo toda posibilidad aceptable. A su vez se puede ver que se destaca detalles en esa transmisión de sacarle provecho a la naturaleza que es parte de ese neorrealismo que he mencionado, pero modernizado, como lo es también el hecho del nacionalismo de enseñar lo más autóctono pero con la experimentación del nuevo séptimo arte, elemento ganador por actualizarse, pero minoritario por el tipo de modernismo.

Es una obra para los que quieren esforzarse mentalmente, abiertos a la diversidad, como a lo chocante y a la vez próximos al minimalismo, porque es una realización sencilla a pesar de su particularidad y que se me presenta con lógica al fin y al cabo (un punto a favor del autor).

Un recurso que hay que aguantar es la lentitud de la trama, la contemplación exasperante de la última contemporaneidad cinematográfica, inquietud que no me hace desfallecer pero requiere adaptación para los que sientan que éste cine interesa, y me incluyo en ese grupo porque podemos confiar en que Reygadas tiene futuro de cara a su ópera prima y es digno mensajero de éste tipo de cine arte.

sábado, 3 de diciembre de 2011

La tentación vive arriba (The Seven Year Itch)

Conocida además como La comezón del séptimo año (1955) que sería una traducción literal del título, ésta comedia de Billy Wilder tiene como estrella a Marilyn Monroe y si bien una cinta es el conjunto de sus partes o el predominio de su trama puedo decir que ésta realización bien vale verse sólo por aquella gran diva de cabello rubio platinado, en la exhibición de un cuerpo de pies a cabeza delicioso y deslumbrante, más la sensualidad de aquellas curvas y gestos, unos ojos expresivos, una boca provocativa y el manejo de tantos atributos femeninos en la que podía ser la más dulce tentación como precisa su título más ingenioso.

Richard Sherman (Tom Ewell) alterado grita: “¡podría estar con Marilyn Monroe!”, denunciando una infidelidad de cara a los celos que siente por una de sus fantasías dirigidas hacia un posible rival muy parecido a Cary Grant, y a pesar de tener entre manos el sueño perfecto e idílico de cualquier varón, éste aguanta estoico el llevar hasta las últimas consecuencias una aventura que lo mantiene en la balanza de la indecisión. Lo intenta pero no quiere rendirse ante esa beldad ingenua, fresca, tonta y transparente que le dice directamente que prefiere a los hombres casados, sin rehuir la propuesta de un amorío ya que no quiere ningún compromiso serio, dando clara muestra de alegre superficialidad. Sin embargo aunque puede creerse que estamos frente a una vil mujer de la vida, ella supera ese título al sobrellevar esa desinhibición natural y segura con candidez y sentimentalismo en toda regla. Para muestra de ésta salvedad está el escuchar de sus labios que prefiere a los hombres tímidos y menos agraciados, ahí está lo que enloquece a una mujer dice justificándonos su sensibilidad, no el tipo implacablemente guapo que se mueve con vanidad, la misma que ella ostenta diciendo que los hombres suelen descontrolarse en su presencia, que no miente tampoco y en prueba está que Sherman trata de propasarse sentado en un banco cerca a un piano. A ella le excita no la música clásica de sugerente estética melodiosa sino Chopsticks (Palillos Chinos), una canción casi infantil de jubiloso ritmo, y eso es ella, una irresistible dama que a todas luces se propone en bandeja de plata abriendo su existencia sin medias tintas a la vera de un poco agraciado personaje que aunque de buena condición social e inteligente es simplemente uno más del montón o, peor, el último de la fila.

Es el relato de un hombre que a los siete años de casado, tras las vacaciones de verano de su esposa que parte con su hijo dejándolo por trabajo a solas durante dos semanas, entra en una temporada donde los hombres pierden su mesura para brindarse libertades afectivas. El protagonista está entre la espada y la pared en medio de su obligación para con los votos matrimoniales y esa picazón que describe un libro médico.

Prodigarse algo de diversión, sea trago, fumar o acostarse con otra mujer, es la disyuntiva del poderoso aullido interior del primitivismo ancestral que además vemos en un soporífero inicio recreado sobre los indios que poblaban Manhattan. Sherman es un buen cabeza de familia, honesto, trabajador, metódico y bien educado que a pesar de tanta cualidad queda embobado con aquella rubia, la chica del segundo piso que comunica con su escalera clausurada, a la que decide seducir sin dificultad, ya que aún en su graciosa fisonomía tiene actitud, es ególatra como pocos y está provisto de una imaginación descomunal, con lo cual se hace capaz de hacerla rendir a sus pies. Una fantasía hecha realidad en medio de sus simpáticos sueños.

Vemos en pantalla la intromisión de sus inquietudes, a su mujer regresando enfadada con una pistola, a su secretaria rompiéndole la camisa desesperada o a su amante en la bañera dispersando el rumor. Sherman es un neurótico con pantalones que mueve un dedo incontrolablemente, pero que articula con aquella sencilla maravilla del deseo, una verdadera muñeca como manifiesta su rústico arrendador, unos diálogos muy fluidos y carismáticos, mostrando un guión dotado (del mismo Billy Wilder, y de George Axelrod, autor de la obra de teatro que adapta la película). La constante conversación entre la pareja está cargada de soltura, amena intrascendencia a ratos y a otros mucha cultura aproximada al trato común.

No se trata de una comedia vulgar sino muy centrada, pero sin perder franqueza en el trato, ya que puede enfrentar temas álgidos, el adulterio, el chantaje, la promiscuidad, que no faltan en los discursos, en muchos, ya que el personaje principal abarca amplios monólogos que rayan en cierta locura y, a su vez, apertura mental. No se guarda nada analizando su realidad, se manifiesta perennemente autocrítico de cada movimiento de su personalidad.

Marilyn Monroe hace con gran dignidad de una mujer fácil y boba. Su artificiosa lentitud se presenta creíble y aunque peca de excesiva se gana el cariño de uno. Tiene unos ojos eternamente sorprendidos en una mezcla de esencia dionisiaca y un comportamiento suave desprovisto sin contradecirme de ningún atisbo de maldad. Ewell en hábil actuación es muy risible, agradable, pedestre y tiene siempre un as bajo la manga. Ambos interactúan con bastante encumbramiento, fuera de presentarse sin demasiados adornos y complejidades. Parece todo simple y no lo es, ya que como bien se dice hacer el tonto cuando no lo eres no es asunto de cualquiera y Monroe finge, se ve, pero funciona, nunca deja de ser tierna.

La carcajada viene sin embrollos cultos ni recursos mezquinos o desproporcionados, a ratos se sienten algunos pequeños espacios muertos, pero en general la trama fluye rutilante. Los sucesos proporcionados por la imaginación del protagonista se hacen sumamente festivos. Los tantos rodeos y las preocupaciones siempre entorno a corromper la confianza justificando una cana al aire a razón del desinterés de la cónyuge y de la emoción de la licencia sexual suman al producto, hazaña que en el mensaje intrínseco se perdona. Tampoco rehúsa ser permisivo con liviandades como un par de besos y uno que otro exabrupto hormonal pero termina siendo aún en sus audacias de un aire naif. Los argumentos abundan, pero la filosofía es la de la broma elegante aunque clara. Y no falta la mítica en el filme, la falda de aquel vestido blanco que se levanta con la ventilación del metro dejando ver unas hermosas piernas, o la escena de Marilyn en la ventana avisando el olvido de unos zapatos que luego delicadamente los pasa a la distancia. Y es que estamos ante un amplio goce del cine clásico.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Poetry

La última película de Lee Chang-dong es ganadora a mejor guión en el Festival de Cine de Cannes 2010 y es que su relato es de una belleza que mantiene ecuanimidad para con el título, no exenta de inteligencia en un alarde de reflexión constante alrededor de un crimen, la violación reiterativa de una chica de 15 años por seis compañeros de clase, y que relacionan al personaje principal en que su único nieto quien ella sola cría es uno de los responsables. La tragedia se hace más grave aún porque la niña se suicida y es el detonante que da a conocer el infame ultraje al que ha sido sometida. Al provenir de una familia pobre los padres de los indiferentes culpables buscan un arreglo económico que evite que sus benditos retoños vayan a prisión, incluso las autoridades del colegio ayudan en el ocultamiento del caso.

En esa disyuntiva yace Mija (Yun Jeong-hie), una anciana que se siente hermosa y que ostenta una despierta alegría por la vida a parte de una extravagancia moderna decentemente desenvuelta que no roza la estulticia. Una frescura que no recrimina ni exige mucho al destino pero que de cara a la realidad sufrirá cuanto peor embate puede propinarle el inclemente mundo, no solo una enfermedad que degenerará su memoria sino la necesidad de juntar una cantidad grande de dinero que evite el justo castigo de Wook, su rebelde e indolente nieto, que en el filme no se nos presenta como un criminal sino muy natural que lo dibuja desinteresado y ambiguo del rechazo que puede generar al público observador.

El cineasta surcoreano acierta en su forma de manejar tanto la estructura de la realización como la de perfilar a sus personajes, estos son de carne y hueso, no se van a ningún extremo aunque haya ausencia de muchas características e igual siguen tomando sentido.

Caminamos a la par detrás de Mija y conocemos todo su entorno, su rutina, su personalidad y sus relaciones, entre ellas las de empleada del hogar de un anciano adinerado tullido que termina proponiendo un último placer que lo haga sentir viril y todo con una audacia que no chirria en momento alguno, que no parpadea y se mueve con ágil manufactura dando sentido a un recurso que nos vuelve a representar matices. Nuestra protagonista principal es una mujer sencilla, una buena mujer que decide estudiar poesía recordando que alguna vez le dijeron que parecía tener esa inclinación debido a sus cualidades, su gusto por las flores y el uso de palabras complicadas.

Ella traspira transparencia, no pretende ser impoluta a la vera de la santidad y tiende o intenta ignorar la dura controversia pero como toda persona bondadosa por esencia quiere hacer lo correcto y en ese lugar no puede dejar de lado el suceso de la destrucción de la existencia de una indefensa pequeña. Su consciencia, su proximidad con esa desgracia y la actitud de su descendiente harán meditar sin pie a resoluciones fáciles e inmorales, el deber se irgue altivo dentro de su contemplación y su amor solo hace que sus pensamientos se compliquen.

Es rápido el vínculo que fomenta Chang-dong, Mija se hace querer sin sentimentalismos melosos aunque con el artificio sutil desplegado por un director que sabe armar figuras humanas asociándolas y comunicando a través de ellas en una retroalimentación que tiene de pretexto instantes necesarios pero aparentando menor conjetura y sin prolongarlos sino virando como en un mosaico de cortos instantes que representan una mirada a la intrusión de un contexto diario que ostenta importancia sin lejanías ni espectacularidad. Tampoco la predispone a la obviedad aún en la simpleza y en el retrato de su humildad que no impide darle rasgos curiosos o salidas audaces como la del encuentro con la madre de la muchacha violada, un clímax dentro de tantos otros instantes álgidos de filosa expectativa como la espera de aquel poema que tiene que escribir como fin de clase y al que parece no hallarle entendimiento pero que la incita a buscar y a maravillarnos con esa ilusión que enaltece el verdadero fin del arte escapándosele en el arduo sendero de la inspiración que el filme describe, justifica e impulsa en continuo vaivén mediante todo lo que contiene éste relato como con su asistencia e interacción con la cosmovisión literaria de las declamaciones, de las confesiones, de la enseñanza y de la propia fabricación sentimental en el sentido que tenga profundidad y significación uniendo trama con aquello que implica romanticismo que tampoco se hace predecible ni ñoño ya que hay ironía y campechanía hasta la lógica del policía honesto y vulgar que permite la metáfora de las apariencias, en ser sin falsedades, en el optimismo y en que el cariz del planeta en que nos movemos depende de nosotros.

La cotidianidad es otra muestra de maestría, el movimiento de las actividades se mueven variopintas perfectamente ensambladas en compartimentos comprensibles sin sobrantes, cuando parece ir en un sentido menor regresa a otro más trascendente sin agotarnos, con el ritmo y la traslación medida, controlada sin hacerla notar. No solo es coherente sino que no teme permitirse licencias en particularidades y no quiere ser una historia clásica ni manipuladora o extraña pero tiene de todas ellas en dosis imperceptibles para convencernos y guiarnos hasta ese apoteósico cierre en que escuchamos y solucionamos nuestros conflictos internos con la recitación de la lirica del amor y la muerte en honor del sufrimiento de todos los seres humanos colocando en su lugar lo que corresponde. Imprescindible obra maestra de la mejor manifestación de contemporaneidad atípica incluso para su procedencia.

Perfect Blue

Satoshi Kon con tan solo cuatro filmes es un director japonés muy famoso dentro del anime, un artista de culto muy querido alrededor del mundo, más con su prematura muerte a los 46 años de edad. La presente película es su primer largometraje cinematográfico y nos relata la historia de Mima, una célebre cantante de pop que un día decide abandonar su carrera musical para convertirse en actriz. En dicho trance debe reinventarse mediante algunas actuaciones eróticas y sesiones fotográficas de desnudos que exigen conseguir la nueva reputación de excelsa histrión y que la hacen sentirse culpable pero que tampoco limitan su ilusión de llegar a destacar en el séptimo arte.

El tema parece fácil pero no lo es ya que la realidad se confunde con lo onírico y con la locura, asecha la enfermedad mental de la doble personalidad o es que la figura de la aclamada estrella musical es como un fantasma que no permite llevar una vida normal a quienes están seducidos por su fanatismo. Y mucho de ello hay, un extraño personaje acosa a la artista y parece ser partícipe de unos asesinatos y no está claro ya que hay más de una posibilidad, la elipsis se queda sin dar una justificación clara y a eso juega el filme, a intercambiar y mezclar fantasía con verismo. Los hechos son ambiguos pero las circunstancias remiten a la usurpación de la ficción en lo que se vive, la película cobra forma y cruza la línea de lo irreal haciendo de Mima mitad persona y mitad personaje.

Es una realización que gana con el proceso de asimilación, inmediatamente nos puede dejar confusos y extrañados pero a medida que pasa el tiempo el relato cobra coherencia si se quiere ya que siempre guarda su carácter incierto que ese es su máximo artilugio y lo que hace compleja la propuesta. No se conforma con resolver por una única salida y gira perpetuamente hacia otra dirección cuando parece ya terminada la idea y explicada a manera de desdibujar contornos para fluir hacia un cauce más original aunque difuso e irregular pero aunque parezca increíble contundente y audaz, que también puede ser pesado y fastidiar por tanta sensación de inseguridad.

Es la cosmovisión que gira detrás de la idolatría más radical y de la usurpación de la identidad, del carácter impersonal que es en el otro, que toma sentido con el engaño y el discurrir de la auto-parodia involuntaria que es más seria y oscura de lo que parece por convertirse en una pasión que quiere manipular y destruir sin ser ese el fin por albergar tanto placer y grandilocuencia. Es “enseñar” a costa de romper cuanta ley se ponga enfrente si depende defender nuestras creencias, delirios y sueños, nuestra imagen creada que ya deja de ser la de un ser humano para ser algo desmedido, patológico y eso influye hasta en la propia personalidad de Mima que está convencida de ese paralelo yo revestido de tanta belleza, sobredimensión de prerrogativas y lírica que duele, sostenida por su aura de reconocimiento y que crea amplios conflictos que no la dejan discernir entre su verdadero entorno que casi no existe y ese otro alterno de la exageración que se profesa tras algunas figuras públicas que desbordan nuestro afecto hasta el paroxismo incluyéndonos tanto que nos domina o eso intenta producto de una inestabilidad en la protagonista principal que en el filme nunca se explica y no es necesario quizás porque con los vaivenes a pesar del eterno recurso tenemos mucho pan por rebanar.

No falta la violencia y la brutalidad, los hechos escabrosos a flor de piel y en toda visualidad, siendo un anime híper realista como se acostumbra ya que su público es definitivamente adulto como demuestran las ilustraciones de la recreación para la pantalla de una violación o el querer materializarlo en el mundo real cuando un extraño sujeto intenta forzarla en una de sus persecuciones. Hay múltiples homicidios y estos son potentes y detallistas, la peor toma interesa y es digno de alabanza ese perfeccionismo en el dibujo como el que podemos atribuirle a las tantas vueltas de tuerca de la trama que aunque no alcancemos a verlo todo no presenta pretextos y se mueve con estética absoluta. Es memorable ver que hasta las expresiones son muy cuidadas diciendo mucho más que ante un actor promedio y que en un momento hasta la sencilla caída de la estelar incluye el movimiento de sus senos, erotismo que no falta tampoco, sensualidad flagrante. Si tenemos paciencia mientras disfrutamos de las imponentes animaciones nos veremos más que recompensados.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Dies irae

Dirigida por uno de los cineastas más respetados del mundo Carl Theodor Dreyer, para muchos uno de los máximos exponentes del intelecto a disposición del cine. En ésta su obra nos remite a la cacería de brujas impartida con fiereza a comienzos de la edad moderna, para ser exactos el relato nos coloca en 1623 con la acusación de pacto con el demonio de la anciana Herlofs Marte. El reverendo Absalon Pedersson se convierte en su confesor como su juez y a sabiendas de haber ayudado a la madre de su actual joven y segunda esposa Anne de salvarse de la hoguera para contraer matrimonio con su hija la encuentra culpable obviando sus suplicas y recriminaciones ya que ésta cree fervientemente que a quien salvo era una hechicera a diferencia de ella.

La trama de la cinta nos recrea la persecución por herejía en un pequeño pueblo evangelista regido por su alta devoción religiosa dirigido por un poder eclesiástico que rige los destinos de la gente en donde Absalon es el más alto representante movilizando la obsesión por desterrar del mundo las prácticas oscuras en contra del nombre de Dios como suelen fundamentar en defensa de sus salvajes actos. Utilizan la inquisición y se valen de la tortura como del rumor para lograr confesiones que terminan impartiendo la pena capital en el más terrible sufrimiento, ser quemados vivos.

A ese fanatismo que mantiene a Absalom en constante meditación de sus propias acciones propiciadas por el juicio a Herlofs Marte, se siente culpable de haber obligado a su presente esposa a unirse en matrimonio a muy corta edad sin jamás consultarle y bajo larga diferencia generacional, se suma su fidelidad para con su iglesia de cara a elegir entre su deber para con ella y el favor que le ha entregado a su cónyuge. A su madre, la severa Merete no le queda duda de que su responsabilidad no es para con Anne a quien detesta haciéndolo notar sin concesión ya que siente que es la única gran falta de su idolatrado vástago y hará cuanto pueda para sacarla del camino.

El tema se embrolla con la llegada del hijo de Absalom de nombre Martin, un joven educado, recto y fiel a las creencias familiares que terminará quebrando su moral, el cual deberá hacerse cargo de una decisión, la fuerte disyuntiva entre él o el respeto por su padre, la fe o el amor siendo quizás ya demasiado tarde. En ese trayecto Anne descubre que puede ser vista en la misma señal de su progenitora, unos extraños ojos encendidos que la sindican de bruja con la gracia de manipular a cualquier ser vivo e invocar a los muertos, sin embargo confía en que su afecto sea retribuido. Absalom ve candidez e inocencia y confía en su mujer a pesar de la insidia que genera su energúmena ascendiente a la vez de absorberse en los dilemas que le exige su vestimenta cristiana. Anne saltará de la adustez a la vivacidad y no faltará a la exhibición de sus sentimientos colocando prioridades que le serán proclives a la desgracia.

El título de la película nos habla de un himno latino que quiere decir día de la ira que canta la petición de compasión y perdón, de la aceptación para ingresar al cielo frente al juicio final en medio del apocalipsis. Dreyer hace bien en utilizar dicha simbología que se hace clara aunque bajo la batuta de los hombres que se encargan de emitir veredictos en razón de salvar el alma humana. Retrato que se pliega a la época rodeando el filme de verismo ya que en realidad cabe la posibilidad de que exista en sus mentes la brujería, la fe no se discute si no se presenta como el sendero que todo lo subyuga, infringirla solo permite el pecado y es que el cineasta nos deja la tarea de analizar por nosotros mismos lo que vemos, no nos fuerza a pensar como él sino se maneja sutil, siendo el filme dinámico para haber sido filmado en 1943 y según la temática, tampoco busca ser muy europeo pero no se presenta predecible en su desarrollo o desenlace aunque los hechos yacen en el imaginario común, es decir que saca provecho de una situación manida para hacer una historia propia.

Las interpretaciones son solidas y son grata característica que agrega rasgos definibles en los personajes sin caer en la caricatura, los identificamos con facilidad en sus odios (la abuela), miedos (la condenada), pasiones (Anne), cavilaciones autocríticas (Absalom) y ambigüedades (Martin). El director danés maneja un bello blanco y negro con lucidas sombras al mismo estilo de los influyentes claroscuros de Michelangelo Caravaggio. Sugiere y se manifiesta tenue pero otorgando consistencia a los caracteres a la hora de mostrarse tal cual son, es un estilista que no se recarga y que da luz a las expresiones generando un ambiente incierto que recurre a lo imprevisto y da el giro donde menos se piensa con la impresión de hacerlo cuando quiere, aún ya habiendo tantas formas conocidas no deja de tener autoría sin que yazca mucha pompa a pesar del intelecto del narrador en confabulación con el espectador despierto.

martes, 22 de noviembre de 2011

Una noche con Sabrina Love

Basada en la novela del escritor argentino Pedro Mairal nos cuenta la historia de Daniel Montero (Tomás Fonzi), un joven de 17 años que vive en Curuguazu, un pueblo en el interior de Argentina, y que tras enviar una carta cargada de ternura logra ganar el premio mayor en un concurso televisivo auspiciado por un programa erótico, el cual es acostarse con la actriz porno Sabrina Love, la bella Cecilia Roth, que contaba con 44 años de edad muy bien llevados.

En una naturalidad característica nos despliega un personaje que debiera ostentar vulgaridad y en cierta medida no le falta, sin embargo en su lugar predominantemente se pega a la franqueza y transparencia de su personalidad como a la de su quehacer laboral cotidiano, trasmitiendo sensualidad y superficialidad sin caer en la mala broma imitativa teniendo algo de matiz que cae en un romanticismo, inocencia y un deseo de no juzgar con demasía a su modus vivendi, a fin de cuentas es lo que es sin tapujos y sin vergüenza, un ser humano más rodando en el mundo aunque es clara la intensión de otorgarle dignidad, sobrellevar la realidad y hacerla simpática pero otorgándole una que otra seña de identidad que remitan a su verdadera esencia, en ese sentido es un personaje entre verosímil y maquillado para que funcione con el juego admirativo y la ilusión afectiva que presenta Daniel. En eso quiere basarse el filme y suponemos que también la novela, brindarle sentimentalismo a la propuesta, es la iniciación sexual y el descubrimiento de la madurez de un muchacho despierto como bastante sensible.

A la par, con la esperada noche de sexo con su ídolo resolviendo la aventura del viaje a la capital y la hazaña de amoldarse a su modernidad y liberalidad, está el hecho de comulgar con un vinculo con su hermano mayor, quien ha defraudado el futuro que prometía, pasando de recriminar a su padre su poca aspiración en el trabajo de vidriero para venirse a Buenos Aires en busca de su desarrollo personal a terminar siendo un mantenido por una pareja amorosa de mucho mayor edad, Julia (Norma Aleandro), fotógrafa profesional que no es eje importante en la historia y que no genera mayores controversias y es que el filme no pretende ninguna.

Todo el contexto está expuesto como que yace en la perfecta normalidad, como que no hay nada que discutir ni reflexionar, es tal como se ve en un ambiente pacífico, realizado y muy aceptado en la sociedad sin problemáticas, limitaciones o enemistades alrededor salvando al celoso productor que en exhibición de doble moral estando casado y explotando a Sabrina tiene algunos ataques de celos frente a la promiscuidad de su pareja.

En resumidas cuentas es asistir a la noche de iniciación sexual bajo especiales exigencias de un chiquillo pueblerino aunque poco lento a razón de no minimizarlo sino hacerlo artífice activo de un periplo nada sencillo realmente, que no ha perdido su calidez humana que es la base de la historia sino sería más fría, poco identificable y simple de lo que pretende, que además ostenta mucha suerte y tino para resolverse, ya que las circunstancias lo favorecen constantemente siendo licencias que ayudan a mover los hilos que se desean manifestar y es que tampoco se trata de hacer el asunto difícil más que familiarizar al espectador con el protagónico y entretenerlo con una anécdota magnificada.

Vivirá tres relaciones contradiciendo en parte la idea de su naturaleza de buen hombre que se le adjudica muchas veces -o en todo caso tiene carácter muy indulgente emotivamente- ya que se comporta como un lobo con piel de oveja aunque sin notarlo ni queriendo que sea tal pero que sus acciones lo sindican de esa manera o es que simplemente actúa sin pensar llevado por sus inclinaciones más básicas, la gracia de un bobo santamente afortunado, fuera de que se fuerce a volver al cauce ideal poniéndolo alterado cuando ve a Sabrina filmando una escena para adultos, para más tarde en última consecuencia mantenga su admiración en la despedida, dando a entender la verdadera cara de la película, la banalidad.

Daniel está entusiasmado con una actriz pornográfica más dulce, centrada y comprensiva de lo que debería y no solo se trata de evitar el estereotipo, a la vez de una relación veloz y efímera que solo se puede entender si la atracción y la desinhibición han perdido su elaboración tradicional para convertirse en cuestión de tomar lo que uno quiere sin ningún protocolo o seducción de por medio, lo que parece ser ya que un personaje, el extraño escritor vagabundo de poemas al estilo de Bukowski, dice que en Buenos Aires las mujeres son demasiado liberales, en la reportera idílica que vive como rica, y por último la chiquilla cándida y dulce que alimenta el lado humano del que se le quiere revestir.

De la cinta dirigida por el cineasta argentino Alejandro Agresti solo se puede sacar que parece el sueño del autor, no se trata más que buscar el placer pero como reza el filme sin perder los valores y creciendo, es la incongruencia más grande ya que no se evoluciona sin ver, sin entender, si no se observan responsabilidades, si no nos desengañamos, si la vida no nos presenta su rudeza. En el plano intelectual es ampliamente vacía pero vista como un periplo sensual tiene gracia, observar a Cecilia Roth en semejante personaje tiene gancho aunque incluso la noche prometida sea no solo rauda en el acto sino propia de un cuento de hadas y es que no queda más que dejarla con éste rótulo, atributo que la libera de cualquier carga que deje con absolutamente nada a la película teniendo a favor el ritmo, el retrato del padre de Daniel, la ambientación urbana (en la sala de baile con el tango, en el espectáculo con la música tropical), el cameo con Charlie García o la idea del encuentro sexual con la actriz porno.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Confessions (Kokuhaku)

A veces la venganza se convierte en la única salida al dolor, esa es la premisa que articula la película del cineasta japonés Tetsuya Nakashima. Yuko Moriguchi, una profesora de colegio secundario confiesa que dos niños de su clase, menores respaldados por la ley de no ser castigados con prisión por asesinato, han matado a su hija Manami y ni siquiera yacen condenados oficialmente ya que ha sido interpretado el incidente por un accidente, entendiéndose que la niña se ahogó en la piscina al caer, sin embargo la verdad sale a la luz por deducción y una concatenación perfecta, para que luego al poco tiempo llegue la admisión de boca directa. Ésta les dice a todo su alumnado que ha colocado la sangre de su pareja infectado de Sida en los envases de leche de a quienes solo señala como A y B, siendo el motor de muchas consecuencias que se remiten a un pasado bien solventado.

Su resolución desata la locura de uno que queda recluido en su casa abandonado higiénicamente ante la desesperación de su madre que lo cree un chico bueno a pesar de saber que es causante de la supresión de una vida culpando a todo menos a su vástago, y el otro sufre de hostigamiento escolar ante su indiferencia de lo que ha relatado su maestra públicamente la cual ha dejado su labor pedagógica tras su maquinación que no termina ahí sino mantiene en continuo reglaje y estira sus tentáculos hacia su reemplazo quien sin querer tortura con su presencia y su buena disposición a uno de los jóvenes criminales.

El desenlace continúa y se nos muestran las existencias de los dos malos elementos que aunque pequeños son dignos de temer tan igual a los peores peligros de una ruptura del orden establecido para la convivencia civilizada dentro de la sociedad. Uno corrompido por la ausencia de su madre teniendo grandes facultades intelectuales planea sucesos violentos que atraigan su atención mientras el otro simplemente ha sido manipulado debido a su carencia de escrúpulos, su simpleza y su soledad. Ambos están aparentemente acabados o no les importa su porvenir salvo en uno resolver la falta de cariño de su progenitora. Tanto víctima como verdugos viven en el infierno dedicados a hacer daño ante sus propias justificaciones o a desparecer del mapa en el caso del monigote demente que solo sabe gritar y encerrarse en su habitación.

Moriguchi inicia las confesiones y con ella se suceden sus dos terribles creadores, luego también otros alumnos relacionados con ellos. En medio de una infelicidad emocional se hace hincapié en el deseo de acaparar miradas mediante la red social. También se busca satisfacer solo a uno mismo menospreciando al prójimo que se convierte en poco menos que un ente vacuo e insignificante. Por su parte la maestra tiene obstruidos sus valores como su bondad para dar rienda suelta a su ira, no quiere escuchar a ninguna consciencia, atribuyéndose la justicia por sus manos, frente a la imposibilidad de que tenga resarcida su pérdida de ninguna forma por una reglamentación judicial que permite engendrar salvajes homicidas amparados en el absurdo de no ser sometidos al orden general sino que se rigen a la impunidad.

Definitivamente la polémica está servida, no obstante la profesora no se gana nuestro respaldo aunque no faltará inclinación subjetiva minoritaria, como cuando se juzga por dar un caso la pena de muerte y no podemos más que encontrarnos en un callejón sin salida frente a unas leyes que no controlan ni cuidan a los ciudadanos nipones. Es la recriminación del sistema a través de una ficción práctica de rechazo a los culpables en alusión a la exención del menor, en el que no es un cuento de hadas ni una enseñanza moral solo pura pasión desbocada en un ir y venir intenso con un canto a la estética de la violencia y el fanatismo más exacerbado en irresponsable mensaje que no deja de ser audaz por su atrevimiento en tocar un tema tabú en la gracia de la redención sacrílega.

No es de extrañar que el cine asiático aborde dicha trama en una vertiente que se adjudica el arte sin restricciones desde hace buen tiempo y que hace de su propuesta cinematográfica una perfecta demostración de subversión artística y originalidad. No es para ganar premios sino para tallar en el culto del espectador que se mete en ese limbo fantástico donde se entiende la imaginación como puerta al disfrute lejos de lo convencional, el que peca de entretenimiento de poca racionalidad abocándose a lo emocional, a lo primitivo.

La música que acompaña la película está en inglés, habría que ser más nativo ya que provee de una identidad que se respeta más a la hora de apreciar el arte, porque uno quiere ver algo distinto y no repetir una fórmula, una pequeña contradicción, pero que se gana tanto seguidor de su cine por la muestra de su perspectiva, afín a su idiosincrasia, con formas y recursos que otorgan renombre, distinción y un toque de sobredimensión. 

lunes, 7 de noviembre de 2011

Luz de gas

Una joven atractiva abandona la casa de su tía que la ha criado, tras hallarla estrangulada sin tener a ningún culpable. Es el comienzo que articula George Cukor de su cinta de 1944 llamada Gaslight. Una carroza que se aleja despacio, una noticia en el periódico y unas pocas palabras alentadoras que le piden que supere lo acontecido, que siga adelante, unos ojos súbitamente profundos e insondables.

La dama en otro país se enamora y regresa a la vivienda del crimen con su nuevo marido, a la 9 de Thornton Square, sin embargo en su hogar empiezan a pasar sucesos extraños que solo ella identifica como escuchar constantes ruidos en el techo o el descenso del gas en las lámparas a cierta hora, agregando olvidos, pérdidas y cambios de lugar de objetos que relativizan la cordura de nuestra protagonista. Sobre ésta se cierne la sombra de la difunta que fue una cantante famosa de buena condición social, muy admirada por su belleza y generosidad. El pasado de Paula Alquist (Ingrid Bergman), la sobrina, alberga familiares directos de locura y poco a poco empieza a cuestionarse si está perdiendo la razón.

Su cónyuge, Gregory Anton (Charles Boyer) desconfía de sus palabras por los hechos que pasan, raros sucesos que acaecen a su alrededor que la tildan de cleptómana y de tener alucinaciones aunque trata de ayudarla consolándola en aquella “prisión” señorial que la aísla del mundo, mientras pasa vergüenzas con una de las criadas, una irrespetuosa y liberal muchacha de nombre Nancy (Ángela Lansbury). En medio de esa soledad, miedo e inseguridad Paula trata de no volverse loca mientras el espectador saca sus conclusiones a temprano tiempo no sin perder su expectación requiriendo unir los cabos que esconde la trama y que a medida que se incrementa el clímax de la película con mayor ímpetu uno quiere responder.

George Cukor, director de ésta notable obra maestra del género de terror, nos pone el misterio a la orden y nos coloca dos circunstancias principales a indagar, el homicidio de Alice Alquist en una Londres de bello blanco y negro, neblina y lúgubres calles vacías, como la posible insania de Paula, interpretación que le valió el Oscar a Ingrid Bergman.

Junto con ella está Charles Boyer, en una impecable actuación como un distinguido pianista de grave acento y ojos penetrantes que hace un festín de encanto y arrebato en rápido cambio. Su papel parece de aquellos que ponen figura a un actor para siempre, un elogio de asertividad y total mimetización. También Bergman seduce con su delicada hermosura indefensa ante el contexto que la embarga y la jalonea con libertad hacia el abismo. Y como no puede haber una chica en peligro sin que algún caballero andante -el segundo en disputa- trate de rescatarla de esa oscuridad, aparece la presencia de un policía de Scotland Yard, Brian Cameron (Joseph Cotten) que atraído por recuerdos de infancia, un caso que le interesa y deslumbrado por el parecido de Paula con su tía quiere aproximarse a ella.

La dirección de Cukor es clara y sin trampas, desde el principio nos pone en el tramo y no nos hace tan participes de nada sobrenatural aunque se puede pretender algo de ello, en todo caso los elementos no son espectaculares siendo afín a la mesura y sutileza que nos pone a dudar de Paula. Es una película convencional, sin violentas sorpresas ni torceduras, que basa su trama en el trato y en la interacción de sus talentosos artistas, entre Boyer y Bergman que dan la emoción al pie del cañón, juzgando en contra a Paula o a favor de su sensibilidad y de su recato, que en último momento solo queda armar el cuadro que relacione y que justifique el motivo del homicidio, de a conocer al asesino o las demás incógnitas en una creación entretenida y bien hecha sin estridencias pero con amague. En eso no tiene nada que envidiar a ninguna otra propuesta en el género. El final llega y cierra el círculo en franca calma.

El aspecto del romance se oscurece veloz con la precipitación al enigma pero tiene parte en el filme cuando Paula le dice a su maestro de canto que está completamente apasionada por alguien como para dejar su vocación musical. Ávida de felicidad expresa lo que siente en el corazón hasta más tarde queriendo cumplir el sueño de su futuro marido de vivir en Londres coincide con la tristeza ocurrida hace 10 años atrás cuando dejó la ciudad para rehacer su vida en Italia.

El relato mezcla muy bien lo serio -que no remito a la dificultad del filme, ya que éste es uno bastante amable, teniendo facilidad para cautivar al espectador- con lo ligero, en la elegancia natural y el convencimiento argumental, la auto-consciencia y su trasmisión perfecta bajo la fluidez narrativa. Mientras se atiene a pequeños gestos, tomando total consciencia de las performances que lo avasallan todo a su paso, ligadas mayormente al interior de la intimidad de esa casa que es participe de conjeturas y de las huellas de un caso sin clausurar, de más de una obsesión, del pánico que acude a Paula desequilibrándola, y en ese punto nos preguntamos por esa carta escrita dos días antes de la muerte de Alice o por un regalo a un admirador desconocido.

domingo, 30 de octubre de 2011

Melancholia

Si El árbol de la vida (2011) de Terrence Malick nos refería al hermoso comienzo del universo desarrollando la existencia en la tierra y el acercamiento a lo espiritual, el danés Lars von Trier nos habla del fin de la humanidad y de la ausencia de todo misticismo. Su mirada es descreída por completo cargando grandes dosis de pesimismo, un ir hacia la nada con estoica resignación.

Dos hermanas presentan la cara emocional de los seres humanos según la interpretación mental de éste cineasta. Una como remite el título yace en el dolor existencial, Justine (Kirsten Dunst, ganadora en el festival de Cannes del premio a mejor actriz por esta película) es autodestructiva y vive perturbada por su propia condición de mártir, siendo una desequilibrada que sufre frente a la desolación que representa el planeta para su persona. En medio de un matrimonio perfecto con un novio afectuoso y comprensivo surge su idiosincrasia que la mueve a tirar todo por la borda. Se acuesta de manera absurda con un joven casi desconocido y sufre un descontrol de cara a la felicidad que rehuye por culpa de sus inseguridades y carencias, de su enajenación que aspira al apocalipsis, la celebración silenciosa y soterradamente macabra del último día de nuestras vidas. Su sufrimiento lo empaña todo hasta engullirla salvajemente.

Claire (Charlotte Gainsbourg) es menos ególatra e individualista aún en su condición engañosa de total probidad ya que posee en su haber feroces sentimientos encontrados hacia Justine a la que ama y odia por igual ya que representa una confrontación de su propia debilidad. Caracteriza una mujer no menos endeble -aunque en otro sentido- que padece ante el horror de lo aparentemente inevitable, las circunstancias del destino, el choque de un astro denominado Melancholia que va a destruir la tierra. Sin embargo contiene una justificación tan fuerte como la de Justine y quizás mucho más valida, quiere que su hijo crezca y tenga un futuro, ese es su único motivo que nace en su estado de progenitora que se desespera viendo que no hay salida a la inminente muerte, porque nada importa más que la continuidad que invoca su vástago, siendo la otra cara de la historia, la que ansia subsistir, la esperanza en su peor momento, el temor a desaparecer aunque se mueve en la trasmutación hacia el indefenso e inocente pequeño.

Trier presenta un ambiente cargado de decepción en el primer capítulo del filme bajo el disfraz de la falsedad que produce las apariencias; ni el dinero, la buena educación o la posición de élite ni las convenciones sociales acallan un fondo ennegrecido y dañado. Gaby (Charlotte Rampling) la envejecida, egoísta y brutal madre que no guarda el rencor que siente de su propio devenir insatisfecho trata de maltratar constantemente a su hija como culpándola de su desventura o vislumbrando su triste desenlace aunque a fuerza de otra ruta. Dexter (John Hurt) el padre mujeriego, indiferente y frívolo que pervive ausente como motor de las desgracias de su esposa y de su prole. La ambigüedad del cariño fraterno. Jack (Stellan Skarsgard) el jefe déspota que ve como a un objeto mercantil a Justine y del que se intuye maltratos aunque adscrito a la hipocresía que entre otras reina en esa noche de fiesta que sirve como punto de quiebre y en parte fundamentan esa locura develada lentamente a medida que pasa el tiempo en aquella casa de campo señorial en la que continuamente el cuñado (Kiefer Sutherland) hace hincapié en que hay que guardar las formas producto de la fastuosidad que debería cumplir con todas nuestras expectativas, sólo que Justine decide hundir el barco y arrojarse al abismo sucumbiendo a la degradación psicológica, a la presión del entorno y de su parentela, en la aniquilación del espíritu, al estar forzada por la malsana convivencia, dejándola en la infranqueable soledad y el hermetismo emotivo, a pesar de que intenta dar algunos gritos de auxilio en ese día decisivo y especial, denotando su falta de compenetración con su pareja que no ayuda porque nunca ha sido parte de su verdad, de esa que mantiene al ser humano distante de las caricias, de la bondad, de la seguridad que pueden fomentar los sueños como en la fotografía de los viñedos.

Una raíz dañada que no puede escoger el camino correcto, semejante a Claire corriendo sin sentido alguno que la saque de la implacable tragedia. La impotencia que se percibe en la segunda parte reducida a pequeños movimientos que solo esperan que la ciencia no se equivoque e igual tampoco a ella se puede recurrir sino en la inmovilidad exceptuando el mínimo recurso de Justine en la dignidad de la aceptación, en la mentira para el sobrino, en las lágrimas de Claire como con la calma de los caballos que anticipan el deceso, o en el suicidio como escape inerme y frío. Eso es lo que nos proporciona Trier: un callejón sin salida, la derrota y la resignación, una obra de arte en la adjudicación de una variante del concepto de melancolía.

Una realización lúgubre aún en su sutileza encallada a una sola familia en alusión a toda la población humana, carente de grandilocuencia visual, mostrándose como una recreación de corte sencillo en la mayor cantidad del largometraje y que aún así guarda bastante complejidad intelectual en desarrollar una suerte de desastre contemporáneo interno y exógeno en notable fusión. Una amenaza observada desde unos alambres que miden el tamaño de la aproximación en un vaivén entre la inesperada salvación o a puertas del unísono fuego del impacto.

sábado, 22 de octubre de 2011

Las malas intenciones

El cine nacional debo admitir siempre produce una cierta emoción aún no siendo muy a menudo del todo elogiable y bien logrado; hay una complicidad que se forma alrededor de él, y es que nos vemos identificados como peruanos y eso también nos hace proclives tanto a amarlo a toda costa como a ser más exigentes; nos movemos por las pasiones de nuestro cine.

La ópera prima de Rosario García Montero se presenta como la película más destacada del año en el panorama nacional, y con el auge que muchos sienten que vive el cine peruano volvemos la vista con entusiasmo, pero aunque la obra no yace entre ese reducido grupo de máxima gloria que ostentan títulos como La Teta Asustada (2009) debo admitir que tiene cualidades que no la dejan mal sino en un lugar decente.

La trama nos remite a una niña de ocho años, Cayetana de lo Heros, que un día descubre que su madre está embarazada, eso le depara muchos sentimientos de consternación guardados que deparan la exteriorización de su enojo y su preocupación en su predisposición a ciertas malacrianzas –el robo del dinero, las manchas sobre los cuadros- y el aumento de sus ocurrencias –la medicina al canario, la leche a los gatos-, con lo que ella decide que el momento que nazca su hermano será el último en su vida. Cayetana de los Heros es interpretada por una talentosa y prometedora Fátima Buntinx que con mucha soltura y expresividad se apodera del personaje, salvando algunas deficiencias fuera de su actuación que yacen en el guión. La pequeña es de carácter complicado, no suele sonreír mucho y alberga un espíritu rebelde e independiente a la vez que una simpatía que irradia al espectador aún en su individualidad e intransigencia. Siente una admiración que la conduce a imaginarse junto a los héroes patrios en una audaz intervención que yace en el filo de lo aceptable y lo intragable, siempre al borde de caer pero sin hacerlo, en ello hay un buen manejo que sobrio escapa del desastre.

Un elemento a destacar es el contexto de la guerra interna y de la aparición del terrorismo, estamos en 1983 y las maniobras militantes de esa revolución popular fratricida son vistosamente colocadas en el filme, otro acierto de la creatividad de la novel directora.

La relación con la madre es tirante y tampoco alberga mucho afecto hacia su padrastro, un tipo tranquilo y flemático, que no se nos describe demasiado excepto por un pasatiempo y por su clase social privilegiada. En cambio, como no puede ser de otra forma, el padre es la luz de sus ojos, que hace el cantante Jean Paul Strauss, pero quien presenta una actuación ineficaz y junto con él la progenitora tampoco logra sobresalir, la actriz Katerina D'Onofrio como Inés, que a ratos parece querer reírse involuntariamente o esa es la sensación que deja, aunque mejora a la mitad en adelante. Por la pantalla atraviesan muchos familiares de la niña, cada uno leve, sin llegar a crearse mucha complejidad en sus imágenes, y en ese sentido se denota que sirven para ampliar el espacio de movilidad de Cayetana, que es la ama y señora de éste filme, tanto que su cotidianidad y visión infantil controlan el panorama que observamos, y es loable esa recreación; en ningún momento dejamos de creer en ésta.

Destacan muchos actos que se mueven en base a nuestra realidad, que llevan un aire calmo de creatividad que elevan el nivel del filme. Vemos a un pescador invitar un trago de aguardiente a una menor; a la empleada amenazando a su pequeña patrona con ese latiguillo autóctono de “te fregaste, niña”, pero sin llegar a más; o a los empleados mostrándose irónicos frente al incumplimiento inmediato de su pago a puertas de navidad. Sin embargo, hay lugares comunes en detrimento de la sorpresa, el seguridad cuidando la garita en el cerro no es algo ingenioso, y en ello hay que criticar que mucha de la gracia del filme es bastante predecible y hasta de aspecto seco en un ambiente que a instantes se hace un poco pesado; lastre de nuestra idiosincrasia cinematográfica el buscar la fácil comicidad a falta de mejor drama, aunque hay algunos momentos lucidos y originales. La película al manejar tantas circunstancias menores tiene de donde escoger, el momento con los cuyes cae simpático, aún siendo manido; o los monólogos de Cayetana suenan a veces extraños al decirse en voz alta hacia su propia consciencia, siendo un vaivén de asertividad y de fuera de lugar; son aciertos y defectos de una cineasta que gana por conjunto.

Se agradece que no se busque el efectismo y la arbitrariedad de algún drama, pero también es notorio que falta algo de fuerza en lo que postula si bien el filme termina siendo una contención de las emociones que siente fluir en su interior la niña, que despertará en su pecho la muerte, otro sub-tema que circunda en el filme, en la mejor amiga, la protagonista o el futuro bebe.

Hay que recalcar que la interacción con el entorno tiene sus gratos resultados a pesar de algunos clichés en los que a futuro tiene que trabajar más García Montero. En general es un mosaico de pequeñas aventuras intrascendentes para un adulto, pero vitales para un chiquillo y en ello se irgue en un triunfo en lo que es la esencia de la película. La anciana sirvienta queriendo darle un vaso de leche a paso de tortuga es impagable; el viejo barquero explicando sobre la ceguera de los peces de un río de la selva; o el chofer de color rechazando un chicle proporcionan una rutina con datos adicionales que dibujan la procedencia social y su convivencia; sin romanticismos y sin crítica social; cada uno ejecuta su rol y tienen sus perspectivas, como cuando lo deja saber el conductor que transporta a Cayetana al colegio, en su intensión de poner una renovadora de zapatos. Éste es el sendero que asume el filme. Está la presencia del conflicto armado, pero sólo su subsistencia distante; no hay mayor mensaje ni reflexión, aunque más que seguro corre por cuenta personal alguna conclusión.

Las particularidades de la niña, los héroes, el terrorismo, la invisibilidad, dan material para otorgarle profundidad a la trama indirectamente. Hay una calma que implica una evolución emotiva y mental en Cayetana, que busca ser el centro de atención, no perder su sitio ante el fracaso del matrimonio de sus padres o por la llegada de un recién nacido. A través de Cayetana se encumbra la importancia de nuestra humanidad, desde sus ojos que nos hacen de prisma para ver el mundo con su inocencia, sus sueños y problemas, tan importantes como los de cualquiera, por lo que la elección de la niña y la dirección de la cinta merecen nuestro respaldo.