domingo, 18 de diciembre de 2011

La piel que habito

Si no supiéramos que la última película de Pedro Almodóvar se basa en la novela de Tierry Jonquet “Tarántula” diríamos que estamos ante la más precisa de las inventivas que define en esencia al cineasta español. Está la habilidad para presentar las constantes sexuales, la identidad y apetencia erótica del director o el atractivo de justificar las propias inclinaciones, en pocas palabras atrapar a la audiencia y convencerlos en ese intermedio de sus ideas, hacer accesible lo que de otra forma nos produciría rechazo.

Almodóvar logra concretar perfectamente la trama, cada concepto presenta sustento, no deja espacio sin respuesta, con total claridad cubre cada interrogante. Es una ventaja que se agradece ya que compenetra aunque quizás se hubiera estimado ser algo más creativo. No es que falle sino que se aboca a que los personajes especifiquen mucho de ellos verbalmente que sería la manera más elemental de hacerlo.

Sobre el suceso en sí del relato se perpetra con solvencia la transformación que requiere la cinta; en ningún momento se nos presenta como de ciencia ficción a pesar de que contiene rasgos científicos que albergan fantasía; se hace verosímil y es toda una virtud ya que posibilita más el drama que se nos cuenta con rasgos de la biogenética más avanzada.

Puede parecer que abusa del tema sexual pero en Almodóvar no hay timidez para la temática sino es requisito de su estética y de su personalidad, y en ésta oportunidad aunque tiene sus ratos de “exceso” se nos hace menos irreverente en el uso y se aboca más a la aventura del guión, como vemos en la violación de Zeca que otro hubiera evitado de repente aunque también es muy válido (el personaje es estrafalario pero tiene pleno sentido) o la otra de la desencadenante de la venganza.

Su mal gusto se suele interpretar como parte de su cosmovisión personal, que hay que defender ya que es solo la apreciación de quien es muy libre para abordar las relaciones carnales y es que una ventaja de su cine se debe a colocar la constante de predominancia sensual que lo caracteriza –en el filme totalmente razonable- pero proveyendo de una narrativa que se hace entretenida y hasta inteligente, porque Almodóvar lo es, ya en acto de celebrarlo como uno de los más importantes directores españoles de la actualidad, dicho desde ésta crítica por alguien que suele verlo irregular pero con mucha personalidad y alta cuota de talento, aunque deja una sensación de imperfección en el ambiente y se debe a que es autor de nutridos sucesos, de abundancia visual narrativa, llevando un ritmo veloz, a ratos prematuro, pero ante todo correcto en su desarrollo.

Es una historia que se nos hace audaz al descubrir quién es Vera, que secretos esconden los protagonistas, otro punto clave del asunto. El pasado nos acoge y nos define en la actualidad siendo la ley que maneja sus vidas en todo momento. El amor y el odio juntos borrando líneas entre ellos. La locura como parámetro latente. La devoción o su quebrantamiento. Las decisiones de cara a nuestra percepción voluble o rotunda, la sirvienta eligiendo entre dos hijos o el científico cayendo en manos de su pasión.

Almodóvar tampoco mide límites con sus personajes o actores, los explota sin miramientos y ellos se entregan a prueba de dedicación. Antonio Banderas le otorga dignidad a un Robert Ledgard que a ratos la pierde con su amor tan indulgente y nos muestra una seriedad que se nos materializa efectiva para el estilo ya que estamos con un tipo duro en el exterior pero blando por dentro. El actor luce elegante y seguro de sí, creíble aún en tanto mamotreto, sin dejar de ser sencillo.

Bastante hábil la participación decisiva de Elena Anaya, que en su papel es el objeto de culto que deja su notorio atractivo –está muy guapa- en segundo plano entregándose a la manipulación pero sin dejar de presentarse como el imán que termina obsesionando a Ledgard. Otras menciones especiales son para Jan Cornet y Marisa Paredes, destacando el aturdimiento/la desesperación o la firmeza/la abnegación respectivamente.