Mary es el verdadero centro de la trama a pesar de que gira alrededor del concepto de la familia. Una de las temáticas que se atribuye el filme es el de otorgarle intensidad a esos adultos mayores rompiendo con toda figura común ya que son vivaces y libres, además de que tienden a ser bastante locuaces y hasta cómicos a diferencia de esa imagen del inglés rígido que todos pueden llevar en la mente.
Los personajes valen por sus personalidades complejas, a ratos manejan disgustos y conversaciones críticas poco condescendientes, no son tampoco la quintaesencia de la bondad, como con la pareja de su vástago que puede caer antipática por su exaltada intencionalidad de quedar como una persona muy relajada y alegre. El hijo, Joe (Oliver Maltman) exuda un aire de ñoñez y pinta como un buen muchacho que también se presta al juego de los juicios de valor. Y es que los dibujos humanos son muy creíbles, sobre todo en Mary que con una simple expresión de congoja en un rostro surcado por marcas faciales puede enviarnos un mensaje mucho más profundo que la verborrea intrascendente de la que hacen gala muchos de los caracteres en su afán de vestirse de soltura y frescura, que lo tiene la realización sin pecar de minusválida o fingidamente artificial.
Todos critican a Mary, sin embargo su único error real es que ella simplemente se da tal y cual es, expuesta a dejarse querer o provocar arritmia o desdén ante la apertura de su idiosincrasia, su propensión a la bebida, su melancolía, sus quejas económicas y amorosas, la remembranza de su duro pasado, en el que ésta actriz sobresale dentro del reparto tanto que posee la riqueza histriónica más que suficiente para sacudir mentalidades en un guión original admirable nominado en los Oscars 2010 en que se luce la ilustración del inconformismo sin pie a soluciones a contraposición de un contexto holgado y dulce, y quizás se vislumbra un poco de luz al fondo del túnel, no solo por desear la placida atmosfera de sus queridos compañeros, la jardinería, el buen vino, la fraternidad, el respeto y la unidad, la cocina dentro de las actividades recreativas que anhela y que en parte comparte desde fuera del circulo verdadero, sino con el conocer de Ronnie (David Bradley) que recientemente ha enviudado, que no posee el afecto de su hijo y que dolido y entristecido recurre a su hermano Tom, su apoyo moral, encontrándose con ésta despierta dama que se da un respiro con él fumando marihuana y comunicándose ávidamente.
No todas la subtramas albergan conclusiones optimistas como demuestra un último semblante de uno de los protagónicos que nos interesan, ya que incluso por ahí yacen otros amigos con múltiples carencias existenciales y que no llegan a puerto, que solo siguen ruta sin posible salvación pero sin desesperanza aunque se esboza esa posibilidad sin caer en dramatismos exagerados. Leigh nos presenta un elocuente mosaico de vivencias sin caer en el recurso fácil de proponer dificultades y darles salida presurosa en sus cuatro estaciones de año en que exhibe su relato, permitiendo dejar como ha de ser siguiendo una mirada realista el camino a la imperfección del mundo que nos rodea a todos los seres humanos.
Una lección de aprovechar el tiempo y encontrar sentido, en una cierta inconsciencia ya que las respuestas -aunque en muchas oportunidades no lo aparenten- no son sencillas de obtener para nadie, en ninguna época ni para los que se nos retratan, gente común hasta un punto privilegiada que sacan sustancia a su cotidianidad y se otorgan responsabilidades ajenas sin caer en hagiografías como cuando Gerri se justifica diciéndole a Mary con la que siente enojo, es que se trata de mi familia y en ese lugar se mueve la cinta, priorizando esa unidad elemental de la sociedad, otorgándole el ideal, la máxima aspiración a contracorriente de la contemporaneidad que quiere asumir que la disfuncionalidad es la norma y no siempre funcionan los conformismos colectivos, no todos los buscan que es distinto de asumir ausencias y Leigh hace gala de su sabiduría para perpetrar naturalidad con actores de semblantes pedestres y nada notorios, con simpleza más no menos importancia que otras figuras rimbombantes, con carisma y sin complejos u obligaciones, dando pie a cautivar la atención sin espectáculo salvo el de la propia vida.