Maravillas como My Darling Clementine (1946), Tres
padrinos (1948) y El hombre que mató a Liberty Valance (1962) le pertenecen al
director de esta propuesta, al igual que películas celebradas como Las uvas de
la ira (1940), ¡Qué verde era mi valle! (1941) o Centauros del desierto (The
Searchers, 1956), entre otras, al gigantesco John Ford. El delator (1935) ganó
4 premios Oscar, mejor director, mejor guion para Dudley Nichols, mejor banda
sonora para Max Steiner y mejor actor protagónico para Victor McLaglen.
El filme se ubica en los 1920s con la búsqueda histórica
y real de la independencia irlandesa contra los ingleses en manos de un
ejército revolucionario, el ejército republicano irlandés, de lo que el
contexto es bastante escueto, funcional, uno muy práctico y directo como lo es el
cine de John Ford en general, lleno de intensidad, observando que el filme luce
en mayor parte histérico, en el buen sentido de la palabra, acotando que ésta
condición suele ser insoportable en la mayoría de películas, más no sucede esto
así en la presente, aunque sí que produce un estado constante de tensión e inquietud,
donde Gypo Nolan (Victor McLaglen, que también está espléndido en El hombre
tranquilo, 1952, quien es lo mejor de ese filme, con perdón del legendario John
Wayne), un tipo enorme, fuerte y rudo, harto primario (suele resolverlo todo
con los golpes), aunque de buen corazón, al estar hambriento, desempleado y maltratado
por la mujer que ama y lo ama, aparte de verla a puertas de prostituirse, se ve
empujado por la subyugante necesidad, un estado de oscuridad y la falta de
meditación a delatar a un amigo cercano y revolucionario buscado por los
ingleses, a cambio de 20 libras, que para la época era un dineral.
El viacrucis de Gypo Nolan no
solo es la adaptación de la novela “El delator” del irlandés Liam O'Flaherty,
también se inspira en la biblia, en la vida de Judas, como en los Tres padrinos
(1948) en los tres reyes magos, apuntando de que la mayor parte de la obra de
John Ford siempre suele tener presente la palabra y respeto por la biblia, como
el modo de vida a esa vera, pero no solo es eso, desde luego, está la
imperfección de todo ser humano, las “licencias” de la existencia, y la
libertad y el error, como sufre Gypo, traidor que padece el sentimiento de
culpa que no lo deja en paz, mientras miente y se escurre de ser ajusticiado
por su grupo que yacen persiguiendo al posible soplón por temor a la destrucción
de su organización (es él contra nosotros se suele decir cómo estribillo, mismo
virus, teniendo al miedo como factor), de lo que se muestra un paralelismo con
el líder de los rebeldes, Dan Gallagher (Preston Foster), y su amada, la
hermana del sacrificado, del delatado, con la mujer de Gypo, Katie Madden (Margot
Grahame). Todo lo que presenta un cuadro complejo de emociones, mezclando las necesidades
con los afectos.
Gypo en todo el filme se dedica
a beber y a dilapidar su dinero invitando a todo el mundo, hasta a algún personajillo
secundario con intenciones de aprovechar el dinero ajeno que provoca el humor
habitual de Ford, de lo que Gypo se hace notar torpemente (¡tiene mucho dinero!,
¿de dónde lo ha sacado?, contabilizan sus gastos, circula el deseo de
ajusticiamiento, de venganza, se opone la mirada que lo huele como un desgraciado,
un sucio traidor, hizo que muriera un amigo, un compañero), pero en el trayecto
Gypo muestra su gran corazón en contraste con un acto negativo desesperado e inconsciente,
llegando a ayudar a una prostituta para que vuelva a su casa (otro punto del
cine de Ford es la mirada indulgente y afectiva hacia las prostitutas).
La organización sospecha desde
un principio de Gypo y hay en el grupo quienes no lo quieren y desean matarlo
de inmediato, pero Dan como líder justo se opone y decide mandar a averiguar, para
él es solo una necesidad y obligación eliminar al soplón. El tiempo corre –dentro
de un magnífico ritmo- creándose a ese respecto una ansiedad en el espectador para
con el protagonista al ver y sopesar -como en un filme de Hitchcock- las
circunstancias y el escenario en todo calor y exposición, el fin que acecha al
que pierde el tiempo y se deja ver.
El imponente Gypo con la conciencia
intranquila, bruto como es, con su rostro preocupado en todo momento, emocionalmente
escapista, explota la vida al límite, en una sola noche, tal como un tipo
condenado al paredón, atinando solo a emborracharse, a pelear a puño limpio como
reflejo y a no tratar de pensar, dejándose a la suerte, olvidando incluso buena
parte de las necesidades que lo impulsaron. En ello Ford pone continuos
destellos de culpa, en el cartel de la recompensa. Victor McLaglen se revela como un tipo llanamente
expresivo, repetidamente compungido y llorón, igual al monstruo de Frankenstein
apreciando la repulsión de la multitud y el peso de su propia brutees. Mientras
tanto la familia del delatado y supuesto cerebro Frankie McPhillip (Wallace
Ford), muerto idéntico a un noir, es una familia bíblica.