Mientras un barco carguero que transporta obras de arte
parece a punto de naufragar el director del filme presente Aleksandr Sokurov
conversa por skype como puede ante la mala recepción con un amigo que se
encarga del transporte marítimo. La voz en off de Sokurov explica y señala el camino de
la exhibición de la historia del Museo del Louvre, en especial
durante la ocupación nazi de Francia, permitiéndose hacer un documental a su
regalado gusto y estilo, con ciertas extravagancias y ocurrencias, teniendo
ratos de ficción donde recrea a los dos principales participes de haberse
resguardado las obras de arte del Louvre durante la rapacidad del arte por los
nazis en los países ocupados por ellos, uno es el director del Louvre de ese
entonces el pequeño burgués Jacques Jaujard y el otro el conde alemán Franz
Wolff-Metternich (encargado del Kunstschutz, la conservación del arte durante
la guerra) quien era un militar aristocrático y verdadero amante del arte por
sobre cualquier cosa, incluyendo la política, por lo que entablaron una amistad
que duraría hasta después de terminada la segunda guerra mundial.
Vemos a estos dos hombres interactuar en la recreación de
esa etapa oscura de la historia europea, donde pone la mano, en la llaga,
Sokurov, hablando además de una Francia dócil. El filme antepone el arte, la
pasión, devoción, significado y respeto por el culto al humanismo artístico, ya
que el arte simboliza lo que nos enaltece y describe como seres humanos, de ahí
que su conservación sea como rescatar el alma de la humanidad, y eso entienden
muy bien Jaujard y Metternich que hicieron todo en sus manos por protegerlo.
Sokurov moviliza a una tal Marianne, una especie de clown que representa a la
República y su declaración de derecho en el lema “Libertad, igualdad,
fraternidad” que suena algo irónico enfocándose el filme en la II guerra mundial
y en la pasividad francesa de la época. Otro que aparece de pronto es Napoleón Bonaparte
reclamando homenajes, tonteando por ahí, sin darle mayor importancia. Sokurov
también intenta hablar con Antón Chéjov y León Tolstói quienes duermen, guardan
silencio. Otro punto es que el director ruso muestra que su patria fue brutalmente
atacada por los nazis, tratada muy distinto a Francia y a su conservación del
arte, fue como querer borrar a Rusia del mapa en todo sentido, invocando enorme
odio al bolchevismo.
Francofonia rinde transversalmente pleitesía a los museos
más grandes del mundo, y al museo en sí considerándolo un lugar trascendental
para cada país y su identidad (se pregunta, ¿Qué sería Francia sin el Louvre?),
como El arca rusa (2002) lo hacía con el museo del Hermitage en el actual hogar
de Sokurov, San Petersburgo. La obra presente utiliza archivos espectaculares, de
primera mano, manipulándolos para hacer de Sokurov un historiador con un estilo
visual muy libre, expresivo y plástico, en donde el ruso hace un filme con
opinión y es crítico y hasta irónico a ese respecto, aun cuando el propio
Louvre se lo encarga y es el productor del documental.