Introducción: Welcome to New York (2014)
Abel
Ferrara es un cineasta independiente americano y uno de culto. No suele acaparar tanto
la atención, pero hay que acotar que tiene cierto lugar de respeto dentro del cine arte
actual. Su trabajo cinematográfico suele ser imperfecto tanto como
atrevido, y polémico, pero claro. El mismo 2014 deja terminadas dos piezas de
su autoría (también es co- guionista de sus obras).
La primera es Welcome to New
York (2014) donde su Devereaux, interpretado por el enorme y mítico actor francés
Gérard Depardieu, encarna perfectamente el deseo desmedido de tener cuanto
pase por su mente, cogiéndolo sin atenuante o consciencia alguna de por medio. Devereaux es
el trasunto de Dominique Strauss-Kahn y un ruidoso affaire con él. Strauss-Kahn es un político
francés que fue el director del Fondo Monetario Internacional, y del que se dice
que tiene una apetencia desmedida por las mujeres y el sexo, que en el filme
compensa con costosas prostitutas e íntimas fiestas orgiásticas en lujosos
espacios de su privilegiado orden social, en una adicción y comportamiento
omnipotente que lo llevan a forzar a una sencilla empleada de un prestigioso hotel
de New York. Con ello cayó en un juicio escandaloso que empañó su prometedora
carrera política, además de la imagen idealista de su juventud, como atendemos en
aquel monólogo frente a unos representativos rascacielos, del capitalismo que
lo consume arrebatado y ciego. Ferrara hace una contundente, descarnada, hasta lo literal,
crítica, contra el obnubilarse y corromperse con el poder y el dinero. Esto pasa cuando te vuelves un animal depredador que poco o nada tiene que ver con el humanismo, incluso la
cordura, y los valores enaltecedores del éxito.
Pasolini (2014)
La segunda es la que nos compete, y nos
retrata las horas finales de vida del famoso director italiano Pier Paolo
Pasolini, un revolucionario del arte y de la lucha contra la violencia de su país,
esa que intenta ser la hegemonía política nacional, como explica el propio
Pasolini en su última entrevista, en que nos habla de una ambición desmedida
que implica romper las reglas y todo límite; véase que justamente es lo que indica
la anterior película de Ferrara.
El filme de Ferrara, Pasolini (2014), son especies de fragmentos, porque es lo que hace en éstas horas últimas, aunque
con la ayuda de representar/ver un retazo de un escrito a publicarse donde se
ve salvaje promiscuidad y homosexualidad, que indica autobiografía y cierto
auto-desprecio por algunos actos o emociones encontradas. Es lo que se cuece en aquella actualidad, y puede dejar un poco confundido
al espectador al no estar al tanto de la biografía del director italiano vista
la brevedad y su lugar temporal en movimiento, pero se puede entender –y esa
parece la mayor intención- como la esencia de un hombre, su ideología de vida,
sus características y cotidianidad descriptiva, que versa sobre el ideal y una
dosis de poética, tanto como de cierto realismo, en su intensa inclinación sexual
y en la criminalidad de su defunción que puede leerse como la radiografía de un
país en su forma política y social, transversal a la simpleza de los acontecimientos
fúnebres.
En ella vemos como prepara una nueva película, desmedida a
un punto pero con su cuota de filosofía existencial, cuando está apunto de
exhibirse la incendiaria, polémica y difícil de aguantar Saló o los 120 días de
Sodoma (1975). El protagonista lo representa un viejo, tierno y liberal (relajado) a
partes iguales, Ninetto Davoli, que fue actor recurrente de Pasolini, y amigo cercano
como vemos en la actuación de Riccardo Scamarcio que lo interpreta en el filme.
El Pier Paolo Pasolini de Abel Ferrara yace en la piel de un
siempre comprometido y todo terreno Willem Dafoe, quien tiene que dar la impresión de
hacer sexo oral gay en un carro, y esto combinarlo con otros atributos que dan una sensibilidad, un aire
de meditación e interiorización, o humanidad, como cuando sencillamente juega al
fútbol en un espacio rustico y cálido. Éste Pasolini de Ferrara es un hombre común, del pueblo, de espíritu
humilde, a su vez alguien inteligente, que sabe quién es perfectamente, aunque
guarda momentos de lucha emocional.
El Pasolini de Ferrara vive con fuerza, está metido en mil asuntos
profesionales y es un sujeto polifacético al que la definición del pasaporte (escritor)
le queda corta, pero se da el tiempo para “simplemente” andar con amigos (algunos
extravagantes como el rol que hace la actriz portuguesa Maria de Medeiros), o con
su madre, con quienes comparte el arte. Va a comer a pequeños restaurantes donde
lo saludan como a uno de la familia, le llaman con cariño; y al mismo tiempo lo vemos recoger a
algún muchacho hambriento puto, y dejar volar la leyenda hasta el final de sus
días. Es alguien quien puede ser muy controversial ya que todo lo que toca tiene cierta
connotación sexual, tanto como social y política. Se exhibe autenticidad, en sacar tanto lo excesivo como lo íntimo a la luz.
La propuesta de Ferrara es como flotar sobre un recuerdo,
sentirse empático por quien evoca, un director admirado y querido, en un
trabajo más arduo de ver a la costumbre, aunque yace argumentalmente sencillo o
mínimo, o por eso, en lo que parece evanescente, gaseoso, siendo destellos,
instantes, una entrevista determinante y profética, o deambular “intrascendente”. Se pueden conjugar posturas, como con aquel poeta hablador que menciona un diálogo, en
que se humaniza por una parte al mito, hasta vislumbrar reproche, un
cierto salvajismo del que casi nadie sale indemne por la época y el lugar, una
razón por la que luchar, en un estado de
cierta contradicción. Dentro tenemos una búsqueda de cambio interno y nacional, en medio
de una resolución que la tragedia no le dejo.