Película de terror y ópera prima de la australiana Jennifer Kent, que nos
cuenta como una madre debe lidiar con su hijo pequeño problemático, que está
obsesionado con los monstruos, para lo que fabrica armas rudimentarias, trampas
y defensas contra ellos, pero que en realidad significa, alberga, un dolor y un
rencor secreto de madre hacia hijo, una distancia/conflicto interior que el
Babadook permite verlo y enfrentarlo, aunque el accionar e intención de éste luzca
mortal, terrorífico, tan peligroso, en una enajenación fuera de sí, parecido a
El resplandor (1980) donde algo se apodera de Jack Torrance teniendo
antecedentes de alcoholismo y abuso familiar que anuncian el despertar de esa
locura que le provee la invasión del lugar, y se convierte en un asesino
desquiciado, como lo deja ver el cuento hallado en el hogar que implica a una
bestia fantasmal llamada Babadook, en un llamado gutural, pero que más es una psicología,
y una interiorización, una expurgación de nuestros demonios, a razón de que Amelia
(Essie Davis) cuando iba a dar a luz sufrió un accidente en auto por el apuro,
donde murió su amado esposo, culpando silenciosamente desde ahí a su hijo de
esa pérdida que no logra superar en 7 años, como cuando dice el niño que no
celebran su cumpleaños, y que poco a poco se va desentrañando en un trato que
muta hacia la violencia más descarnada, enferma, como con el perro y el cuchillo en la mano,
surgiendo primero un deterioro y alucinaciones premonitorias, uno que insufla
el niño con su mala integración al colegio o con los propios familiares, viendo
como hiere a uno ante la rabia, y es que todo gira en base a una determinante
ausencia, como lo representa ese sótano donde un ente demoniaco pide le
entreguen/castiguen al niño, y es la mentalidad oscurecida en la intimidad del
corazón, que se proyecta y se desarrolla en lo paranormal, en dicha
simbolización, en una sentencia de muerte, como recuerda aquel mítico redrum (asesinato
en inglés escrito al revés).
En medio de ese contexto es interesante ver como el rostro
de la actriz Essie Davis, que demuestra mucho talento para la ocasión (cuando
el niño Noah Wiseman no lo hace mal, pero a veces lucen sobreactuadas sus
rabietas, si bien sus ratos inteligentes se concretan muy bien), alberga todo
ese sentir interno y el que vive alrededor, de corrupción, depresión (palabra
clave para entender el germen desencadenante de locura), cansancio, abandono, envejecimiento
prematuro, soledad, carencia de su sexualidad/sensualidad –como con el vibrador
y la intromisión de los temores del hijo, un sentido de culpa también, habiendo
un quiebre latente abrupto de mujer carnal a madre- y cierta pasividad al
comienzo, frente a un niño que grita constantemente, es hiperactivo y causa
tantas molestias producto de su fijación, una justificada, en un reflejo del
trato que viene teniendo velado en pantalla, hasta desentrañarlo en la demencia
que invoca el Babadook, siendo antes algo cotidiano, mínimo y disimulado, en
esa madre que parece dócil y amorosa, pero que en realidad no perdona a su hijo
por algo involuntario, y lo maltrata tras bambalinas, pero esa es la domesticación
que buscan una vez que explota el dolor, teniendo que buscar manejar a ese
monstruo, que llega a lo literal, en lo que tiene buenos efectos como
con el adelanto de la noche al día que habla de pesadez y fatiga, o alguna
visión fantasmal.
The Babadook es una buena historia de terror que a muchos ha
emocionado, que articula la lectura del sentir de la madre absorbida por la
maternidad, incluso de ella sola, y como debe manejarse con la tensión y sus
responsabilidades, exacerbadas para fabricar un buen susto. En ello hay que
decir que el Babadook cumple a perfección, que siendo propio de un cuento
infantil también hace de las suyas produciendo algo mucho más tenebroso, sin
provocar hilaridad, sino es contundente, apreciando que lo llegaremos a ver,
aunque en claros oscuros, como en cierto expresionismo, siempre entre las
sombras, como digno de esas pesadillas que atormentan a Amelia desde el
principio.