martes, 21 de abril de 2015

Black Coal, Thin Ice

Ganadora del oso de oro de la Berlinale 2014, la tercera película del chino Diao Yinan se mueve en el cine negro con China y cierta precariedad de fondo, en un estilo mucho menos estético que el de su compatriota Jia Zhangke en su Un toque de violencia (2013) que tiene vasos comunicantes con la presente, en cuanto a la impredecible violencia en un país convulso aunque su gente aparente/exprese docilidad o adormecimiento; y en su política cambiante, como quien se está abriendo al mundo más moderno, a lo occidental, pero en donde aún se puede ver a un caballo en una comisaria, o un torpe tiroteo a razón de no revisar a unos delincuentes detenidos, o una persecución simple en tropel al estilo de una maratón en plena calle para un arresto importante, o en su anterior película Night train (2007) a policías lidiando con campesinos revoltosos. En ambas en medio de algún enamoramiento con un criminal en donde la ley puede ser ridícula o triste, como en cierta metáfora de la realidad del país, como en Night train donde una oficial encargada de ejecuciones sufre la soledad y el rumbo hacia el suicidio de no poder cambiar su situación existencial a razón del vacío afectivo, al punto de que una relación de vecindad con una prostituta toma la idea intima/"secreta" y símil de un apetito desmedido por ser amada sin que nada importe más que ello, por encima de la propia seguridad. Esa idea ahora es trasportada a la femme fatale, una versión china de dolorosa expresividad y mucha menos locuacidad, en un cambio de rol de género de una película a otra, donde se entremezcla amor peligroso y (posiblemente) traicionero con asesinatos, en medio de un aire poco novelado en cuanto a lo criminal, es decir austero, pero complementado con un quehacer poético en cuanto a las relaciones humanas que parecen ser la verdadera razón de ser de los filmes de Diao Yinan siendo el crimen el gancho, una extremidad circunstancial y un derivador emocional, no sin cierta teatralidad y posada dramatización, que se dota de una estética de interpretación, sumando incorporaciones de algunas pequeñas extravagancias que hacen que la sequedad y la calma del filme tomen una presencia muy personal, aunque se note la intención, pero siendo muy acorde con el espíritu chino de introspección, de interiorización, y de sencillez social.

El filme se resuelve en dos tiempos, en 1999 y en el 2004, con el policía Zhang Zili (Liao Fan) que retirado de su puesto de oficial investigador al conocer que sigue su curso el mismo caso que tenía, al dialogarlo con un amigo y ex compañero que continua las pesquisas, se involucra con la mujer de una lavandería de la que se sospecha porque varios hombres a su alrededor han muerto. Zhang intercede de manera muy sencilla, en un cariz que parece muy espontaneo, y que tira y afloja, con sumo relajo, pero con intensidad emocional, viéndose que el ánimo es lo más trascendental, como en Night train. La naturalidad y evitar la grandilocuencia en el caso hacen que el filme circule de forma atípica al género, otorgándose cierta identidad, creando también un aire de normalización como si fuera un trabajo más de los que ve la policía. Tratado así su tono juega con los momentos habiendo mucho punto muerto y algunos potentes. Hay continuas explicaciones que desentrañan un noir bien desarrollado, en una argumentación sencilla, pero dispersa para generar novedad como dentro de un reloj de arena propiciando varios clímax como aquel de los fuegos artificiales, los restos tirados sobre un tren, un ataque creativo en pleno arresto o la mirada de una casa de diversión desde juegos mecánicos.

Puede que a muchos les apague el tono con que expone la película, invirtiendo el papel principal de la acción con lo afectivo (que hay que decir que tiene un simpático toque sensual), dándole más fuerza a éste último y haciendo que cada movimiento se revista de aquello, pero es una obra que estila personalidad, como en revelar gran parte del misterio y tener por delante como media hora de película, haciendo gala de su propio timing y el uso de sus revelaciones continuas que van generando algún pequeño giro, mientras aparece una lucha de la lealtad contra la honestidad, y es ahí que Yinan perpetra un sentir que parece también el del país, produciendo dos ratos claves, un baile desenfrenado y liberador en un amplio salón (es de estimar que es el parámetro general, la amplitud y los pequeños puntos interactuando, habiendo como un despoblamiento espiritual, que contradice la sobrepoblación reinante, o deja un mensaje de invisibilidad y necesidad a pesar de sus características demográficas), y un ataque en el día con fuegos artificiales como enarbola el título original de la película en chino, que es como un destello de complicidad, de última alegría, frente al deber, la cura de una “enfermedad” y sentido del filme, que muestra que el director sabe manejar la sensibilización de su propuesta, sin ser digno de melodrama, lo que tenía su anterior filme, al que logra superar con creces. Y se hace una película no de las más brutales, ya que no estima serlo aun habiendo mutilaciones y restos de cadáveres en carbón o un violento ataque con cuchillas, pero si una agradable introspección espiritual tras la proclividad al homicidio, que parece ser ya una temática de Yinan.