Ganadora del oso de oro de la Berlinale 2014, la tercera
película del chino Diao Yinan se mueve en el cine negro con China y cierta
precariedad de fondo, en un estilo mucho menos estético que el de su
compatriota Jia Zhangke en su Un toque de violencia (2013) que tiene vasos
comunicantes con la presente, en cuanto a la impredecible violencia en un país
convulso aunque su gente aparente/exprese docilidad o adormecimiento; y en su
política cambiante, como quien se está abriendo al mundo más moderno, a lo
occidental, pero en donde aún se puede ver a un caballo en una comisaria, o un
torpe tiroteo a razón de no revisar a unos delincuentes detenidos, o una
persecución simple en tropel al estilo de una maratón en plena calle para un
arresto importante, o en su anterior película Night train (2007) a policías
lidiando con campesinos revoltosos. En ambas en medio de algún enamoramiento
con un criminal en donde la ley puede ser ridícula o triste, como en cierta
metáfora de la realidad del país, como en Night train donde una oficial
encargada de ejecuciones sufre la soledad y el rumbo hacia el suicidio de no
poder cambiar su situación existencial a razón del vacío afectivo, al punto de
que una relación de vecindad con una prostituta toma la idea intima/"secreta" y
símil de un apetito desmedido por ser amada sin que nada importe más que ello,
por encima de la propia seguridad. Esa idea ahora es trasportada a la femme
fatale, una versión china de dolorosa expresividad y mucha menos locuacidad, en
un cambio de rol de género de una película a otra, donde se entremezcla amor
peligroso y (posiblemente) traicionero con asesinatos, en medio de un aire poco
novelado en cuanto a lo criminal, es decir austero, pero complementado con un quehacer poético en cuanto a las relaciones humanas que parecen ser la verdadera
razón de ser de los filmes de Diao Yinan siendo el crimen el gancho, una
extremidad circunstancial y un derivador emocional, no sin cierta teatralidad y
posada dramatización, que se dota de una estética de interpretación, sumando incorporaciones
de algunas pequeñas extravagancias que hacen que la sequedad y la calma del
filme tomen una presencia muy personal, aunque se note la intención, pero
siendo muy acorde con el espíritu chino de introspección, de interiorización, y
de sencillez social.
El filme se resuelve en dos tiempos, en 1999 y en el 2004, con
el policía Zhang Zili (Liao Fan) que retirado de su puesto de oficial investigador al
conocer que sigue su curso el mismo caso que tenía, al dialogarlo con un amigo
y ex compañero que continua las pesquisas, se involucra con la mujer de una
lavandería de la que se sospecha porque varios hombres a su alrededor han
muerto. Zhang intercede de manera muy sencilla, en un cariz que parece muy
espontaneo, y que tira y afloja, con sumo relajo, pero con intensidad
emocional, viéndose que el ánimo es lo más trascendental, como en Night train.
La naturalidad y evitar la grandilocuencia en el caso hacen que el filme
circule de forma atípica al género, otorgándose cierta identidad, creando
también un aire de normalización como si fuera un trabajo más de los que ve la
policía. Tratado así su tono juega con los momentos habiendo mucho punto
muerto y algunos potentes. Hay continuas explicaciones que desentrañan un noir bien desarrollado, en una argumentación sencilla, pero dispersa para generar
novedad como dentro de un reloj de arena propiciando varios clímax como aquel
de los fuegos artificiales, los restos tirados sobre un tren, un ataque creativo
en pleno arresto o la mirada de una casa de diversión desde juegos mecánicos.
Puede que a muchos les apague el tono con que expone la
película, invirtiendo el papel principal de la acción con lo afectivo (que hay
que decir que tiene un simpático toque sensual), dándole más fuerza a éste
último y haciendo que cada movimiento se revista de aquello, pero es una obra
que estila personalidad, como en revelar gran parte del misterio y tener por
delante como media hora de película, haciendo gala de su propio timing y el uso
de sus revelaciones continuas que van generando algún pequeño giro, mientras aparece
una lucha de la lealtad contra la honestidad, y es ahí que Yinan perpetra
un sentir que parece también el del país, produciendo dos ratos claves,
un baile desenfrenado y liberador en un amplio salón (es de estimar que es el
parámetro general, la amplitud y los pequeños puntos interactuando, habiendo
como un despoblamiento espiritual, que contradice la sobrepoblación reinante, o
deja un mensaje de invisibilidad y necesidad a pesar de sus características
demográficas), y un ataque en el día con fuegos artificiales como enarbola el
título original de la película en chino, que es como un destello de
complicidad, de última alegría, frente al deber, la cura de una “enfermedad” y
sentido del filme, que muestra que el director sabe manejar la
sensibilización de su propuesta, sin ser digno de melodrama, lo que tenía su
anterior filme, al que logra superar con creces. Y se hace una película no de
las más brutales, ya que no estima serlo aun habiendo mutilaciones y restos de
cadáveres en carbón o un violento ataque con cuchillas, pero si una agradable
introspección espiritual tras la proclividad al homicidio, que parece ser ya
una temática de Yinan.