Ésta es la gran ganadora de la semana de la crítica, del festival de Cannes
2014; es una ópera prima que impacta (si es que vemos al planeta de forma humanista,
y no como una selva de cemento). Le pertenece al ucraniano Miroslav Slaboshpitsky. Yace plagada de seca violencia. Tiene una atmósfera que logra la sensación de
constante brutalidad y salvajismo, en un quehacer bastante rudo, primario si se
quiere, en donde no hay palabras ni subtítulos, solo lenguaje de señas en un
instituto especial al uso, estando en el mundo de los sordos, pero desde la imaginación/conjunción
personal. El sonido reinante del filme es mínimo, casi inexistente y
reemplazable en la que es la primera película que lo lleva tan lejos; sólo
yacen pequeños ruidos como señal de existencia exógena al universo silente que administra
en todo realismo la presente propuesta.
Se trata de una ambientación muy particular, no solo por el
silencio, sino -y yo diría que más- porque interactúa con las formas de la corrupción y
sus negocios, haciendo énfasis en la subyugación "inherente" de la masa/pueblo hacia un deplorable orden social, como en una distopía contemporánea, y
la voluntad tanto como el adoctrinamiento férreo de una realidad, viniendo rápidamente a la mente Nineteen Eighty-Four (1984), que se transporta en un sentir y
leitmotiv elíptico, uno que bien lo representó a su modo la documentación de la
revolución de la plaza de Kiev en Maidan (2014), de otro director ucraniano, Sergei Loznitsa, en que se
cantan himnos, arengas y se encienden velas en lo que al inicio parece una verbena
y luego una lucha campal de natural aire caótico. Ahora se aplica como
metáfora y mundo de ficción, el no escuchar, e implica la sugerente fuerza de
la expresión de las manos (los actos) exhibidos literalmente en medio de
intensidad comunicativa.
El filme vuelve a una actuación inicial, como seres humanos
(en una especie de cine alternativo de comienzos), en donde una congregación escolar
que parece una salvaje tribu prostituye a sus compañeras, bajo su consentimiento,
con camioneros, de manera cotidiana/repetitiva; a su vez pelean entre ellos como
jugando (en una vistosa coreografía que implica intentar también entretener, compensando
el exigirle al espectador el molestarse en no poder entenderlo todo); también ejercen
tratos con maestros por los mismos cuerpos femeninos mezclados con ratos
casuales de alcohol e intercambios/reflejos como con las visas (de lo que muy
bien ejemplifica que el martillo del taller de carpintería se use como arma
luego), mientras esto genera quedar atrapado en una red de corrupción general, en
esta sociedad dentro de lo primitivo, como pasa en el enamoramiento novelesco
pero sin ningún atisbo de romanticismo de un soldado (incluso la recurrente sexualidad luce fría,
mecánica en todo momento, y desoladora en todas sus consecuencias). Éste soldado se enamora de uno de los objetos domesticados, en que el mismo lenguaje, el de la violencia, parece ser la única salida, dejando un aura de pesimismo para con la humanidad,
aunque no de pasividad, recurriendo de la misma manera a la intransigencia y el
fanatismo, donde se reúsa a toda civilización, viendo que la intelectualidad no
existe, como en un espacio donde el mal y el bien no tienen división, y héroes
y canallas son indistinguibles.
Estamos ante el recurso de la barbarie, en todo sentido,
como crítica directa sobre un estado de las cosas, apelando a la notoriedad del
lenguaje de las señas como rasgo de personalidad, de cierta proeza creativa, en
un mensaje muy categórico, hacia lo salvaje, autoritario e inmoral, enfrentado
por las emociones, en que una cabeza obsesionada actúa al mismo nivel de un
espejo, inconsciente, ciega, humillada y desbordadamente (tras el celo perdido), lo
cual es más que desconcertante, desesperanzador.
Es volver a lo cavernario, despojar al ser humano del embellecimiento
interior (clave del filme, algo que no se puede perder, sino queremos
horrorizarnos de nuestros actos y defensas), mostrar un espacio donde solo
queda temer de la brutalidad, o reaccionar como un animal, queriendo secuestrar
a la hembra en su naturaleza promiscua (a la que se le suma el materialismo), defendiéndose
de la supuesta manada, como una fiera que pelea por el territorio, el posible
liderazgo de éste submundo donde la vida vale tan poco.