Documental que estuvo en la competencia por el máximo galardón, el leopardo de oro, del
festival de Locarno 2014, película del americano J.P. Sniadecki, que suele
trabajar en China, como en ésta oportunidad que grabó durante tres años su red
ferroviaria, que pronto como se suele decir será la más grande del mundo. A través
de una cámara que se mueve con la lentitud, aunque no del todo agobiante, propia
del cine arte o experimental que se adscribe y bien recoge uno de los
festivales más grandes y atrevidos del mundo. Creando una visión general sobre
una sociología de los habitantes chinos, divididos a pesar del gobierno
comunista en clases sociales, como se ve en aquel sector de cierto privilegio
que un seguridad del tren no permite grabar mientras aquellos como inmersos en
un restaurante chino observan con mirada atónita y curiosa, a ese americano “intruso”
que pone su ávida cámara frente a ellos, de lo que queda una acción que deja en
claro el poder de una posición medio oculta hacia los de afuera, los extranjeros,
ya que el pueblo la “conoce”, en contraste con aquella que si le es permitido
filmar, en la clase pobre, común o mayoritaria, viendo cómo duermen en pequeños
espacios o pasadizos, fuman tranquila y constantemente asumiendo el cliché, se
aglutinan en familias o entre amigos, en medio de la bulla y el ajetreo típico
del pueblo, viendo cómo compran golosinas, fideos o agua en medio de la queja
del alto precio de la particularidad del viaje, o escuchan música, hacen bromas
–habiendo una atrevida e inaudita de un niño que se explaya con sencilla locuaz
verbosidad, ingenio y agilidad mental, tanto que uno diría que muchos sci-fi
políticos del tipo Elyzium (2013) o Snowpiercer (2013) podrían sentir envidia
de su imaginación- o conversan entre sí.
De la red ferroviaria se expresa que ha mejorado
notablemente, como además la pantalla nos permite apreciar tranquilidad y hasta
goce ordinario de los pasajeros, siendo un filme de apertura mutua, y es que el
retrato es muy pacifico, alturado y en realidad nada conflictivo, aunque tenga
cierta pequeña revelación en cuanto a temas que atañen al país en cuestión y a
los demás, viendo su potencial como nación, pensándolo y describiéndolo en tono
amical. Dice un empleado contento con mayores atenciones hacia ellos que los
dueños, el estado, de la red, piensan más en la gente, la que antes solía
quejarse y pelear mucho con los trabajadores, en un lugar que bien se define en
que el hierro comparte con la carne, incluso hasta llevarlo al asunto más explícito
de una cámara que analiza también los elementos de este dragón de metal como menciona
otro interesante diálogo sobre el folclore y la videncia de los tibetanos, en
una especie de metáfora de la artificialidad cíborg y la tecnología del
progreso y del futuro, en cómo la modernidad (misma promesa optimista) o
equitativa alcanza a todos, en una utopía que se humaniza hasta volverse por
una parte realidad.
Otro diálogo, uno de los tres más trascendentales de la
propuesta, pone en la palestra otro lado del orden político, donde se quejan amablemente
hasta con sana ironía, en medio de la camaradería,
de la desigualdad y la falta de oportunidad, ejemplificada en adquirir una
casa, aunque es fácil rentar (conformarse), en cómo les es tan difícil a la
gente de a pie conseguir contentar a la suegra con el anhelo material, y como
si no hay salida lo que queda es emigrar dice uno de los interlocutores, ya que
como bien expresa el título tampoco se puede negar que están frente a un ministerio
de hierro, en gran medida una
verticalidad en cuanto a hacer escuchar la voz o tener chance de enfrentarse al
gobierno, aunque hay un balance en la misma labor en sí y seguramente
disposición de J.P. Sniadecki en dejar abierta alguna esperanza, observando
como La República Popular China se va abriendo al mundo, y hacia mayor libertad
de su población y frente al resto de países que puedo creer que no lo ven como
una amenaza, donde el ciudadano puede opinar o criticar aunque en verdad se
sienta que se trata de un acto tan pequeño, al final revertido de indiferencia,
superficialidad y sea inocuo, como desnuda transversalmente aquel compañero chino
que no habla sino solo mira a través de la ventana cuando los amigos se
entusiasman en opinar, simbolizando el temperamento y alcance de los actos
discutidos, y del filme mismo, aunque no descartamos que la amabilidad también
pueda abrir muchas puertas.
En el documental hay espacio para sentirse orgulloso, porque
como bien dice otro diálogo y tercer puntal hablado con el propio cineasta (toda
la obra lo hace en mandarín), el estado tiene virtudes, como que cuida de la minoría
étnica, viéndose el caso específico de unos musulmanes abiertos a la
autocrítica y cierta condescendencia ajena, viniendo a la conversación que esta
integración y cuidado era el pensamiento del máximo líder Mao Zedong, con lo
que se puede ver que el filme guarda respeto hacia la concepción actual de
China. Y esa es la propuesta entre manos, pequeña, al alcance de muchos en su realización, pero no por ello menos
decente, sino saludablemente competente desde “pocas” pretensiones, de cara a
una convicción que le antecede como arte minoritario que solo queda aplaudir,
frente al logro de su potente iniciativa.