jueves, 19 de marzo de 2015

Vicio Propio (Inherent Vice)

La presente adaptación cinematográfica del respetado y admirado Paul Thomas Anderson de la novela del genial Thomas Pynchon es un reto ambicioso en lo llamado imposible de lograr en el cine, una película no emocionalmente fácil de llegar al espectador, pero si claramente una muy compleja tal cual fiel a su magma y sólida emulación, siendo una propuesta de cine arte en toda palabra, en su elucubración estructural que gira sobre los recovecos de las drogas y una época de libertad hippie en sus últimos momentos de masiva forma de vida propia de la década de los 60s, en estado de retornar a la contracultura, tras la desilusión, el duro rechazo y la desconfianza que generaron implacablemente los crímenes de Charles Mason y la corrupción de un ideal de paz, humanidad y confraternidad.

Vicio propio está lleno de intrincamiento, muchos personajes, una narrativa algo confusa que nombra recurrentemente a lo paranoide y conspirativo, un neo noir imponente, finalmente uno serio a pesar de que permita el juego pleno con las adicciones, estando cargado de ironía, relajo y sobre todo sequedad (en el estilo de humor que nos recuerda Embriagado de amor, 2002). Contiene en realidad muy poca acción, pero no está exento de muchas novedades, extravagancias y descubrimientos, en la prominente ilación de unir sus tantas partes investigativas, en base al trabajo de un detective privado muy especial, Larry "Doc" Sportello (el gran Joaquin Phoenix), un tipo idealista, por momentos inteligente, sencillo pero diverso y con personalidad, un hombre honesto que se da tal cual. Yace movido por el amor desinteresado y la amistad que retribuye y vela por el otro, pero quien es un hippie típico, muy aficionado a las drogas, donde en un tiempo de decadencia es maltratado continuamente por el creador omnisciente que aun así le guarda cariño siendo el (anti)héroe de la historia. Sportello sufre golpizas de la policía, la mirada reprobatoria de la sociedad y la vaguería y tontees de su propia figura, siendo a ratos un tipo bufo y despistado, muy simple y "monotemático" en su afición a lo lisérgico, y sin embargo sobrevive un personaje con matices, al conseguir cierta devoción, en su altruismo y espíritu.

Doc Sportello invoca su amor en aquella reminiscencia hermosa de correr en la lluvia descalzo y en el reencuentro apasionado y sensual de expurgación emocional y choque de limpia de decepciones frente a una perdición en la lujuria y la sumisión ante el dinero, la aventura salvaje y el poder, hacia la figura personal de su amor más puro, Shasta Fay Hepworth (una impecable Katherine Waterston), en la simbolización del más potente sentir de lo hippie (asociándola ligeramente con la caída y el perdón de la Jenny de Forrest Gump, 1994), en la que a fin de cuentas se trata de una mirada nostálgica, de lo que es simplemente, no pretendiendo juzgar con determinación, por lo que ahí vemos al rudo oficial Bigfoot Bjornsen (un muy competente Josh Brolin) soportándolo y hasta perdonándole decisiones que van contra lo que quiere, en una forma de vida que lo hace rabiar, supuestamente detestar su onda. Bigfoot yace en un muy cómico contraste de súper macho violento, no muy disciplinado, con la apetencia de helados que juegan a simbolizar falos; en ello hay como romper los parámetros, reírse un poco de todo, con personajes y ciertos sucesos estrambóticos y cómicos, como el dentista ridículo, “drogadicto” (habiendo un mensaje soft en ello, una postura en no demonizar las drogas, en que nos dicen que no determinan a la persona) y hedonista en el rol de Martin Short, o el ubicuo infiltrado y mil caras de Coy Harlingen en Owen Wilson que tiene una escena a lo última cena de Cristo con pizzas.

La broma va encubierta o se dispara en varios ratos, con un tono y un humor particular; así seguimos el trato final con el cartel del Colmillo Dorado y sus tentáculos con motoristas nazis, alguno enemistado por deudas con un viejo amigo Pantera Negra; los puticlubs, donde hay asistentes lésbicas que cogen en público, chicas guapas, fáciles y esculturales, como en la interpretación de la actriz porno Belladonna que no deja de sonreír; un asesino a lo Al Capone de Los Intocables (1987) asociado a la policía; un magnate inmobiliario perdido en busca de redención espiritual en un manicomio donde hay cultos de chakra pero que se parecen al Ku Klux Klan; y lavados de dinero en una empresa odontóloga que tiene su cede en un edificio en forma de colmillo; de ésta manera se hace frente a dos damas rubicundas, de aspecto inocente y bien vestidas, que parecen madre e hija impolutas dirigiéndose al Mall. Todo esto nos remite a esperar lo impredecible, lo menos pensando, en un ejercicio de pura arte, libre e irreverente.

Lo hippie, la curiosidad en el cine negro, propone el sentir general, y luego como vemos en aquel final frente a la representativa relación y esencia del filme y su temática, se lee que el espíritu no está muerto, en la posibilidad/confianza que imprime una sonrisa en el último cuadro, como quien se ha divertido, y va a seguir haciéndolo, en cuanto a la premisa más naif de todas, y sin embargo más precisa a una ideología que engloba perfectamente el filme.