miércoles, 7 de octubre de 2015

Misión rescate (The Martian)

Actualmente en cartelera internacional, contando con el beneplácito de la crítica y el respaldo de una predominante taquilla, y de la que empezamos diciendo que puede que sea mejor que Gravedad (2013) e Interstellar (2014), que ya casi forman un subgénero, aunque comparte muchas más similitudes con la película de Alfonso Cuarón que la de Christopher Nolan, siendo ambas cine más que todo amable y fácil (Interstellar era bastante respetable en su vocación de audacia por distinguirse en lo arduo de las teorías científicas, dentro del cine comercial, pero gran parte de la crítica se cebó con ella y había cierta distancia con el público), no obstante, Gravedad buscaba ser apabullantemente épica dentro de la inmensidad y grandeza del espacio, mientras Misión Rescate, como la han llamado por tierras peruanas, es mucho más relajada y humilde (donde el protagonista muestra algunos sentimientos, llora austeramente, frente al miedo a la repercusión del peligro mortal y en especial por la entrega de sus compañeros, pero más se mueve tranquilo, ducho y seguro de sí, que como dice una línea trascendental que desnuda al filme, o te abandonas a tu suerte, a la derrota y la muerte, o empiezas a hacer una cosa tras otra, hasta salvarte), pero teniendo presente que su desenlace apunta a las potentes emociones de suspenso y tensión convencionales (jugando con el ¿lo logrará?, ¿se salvará?, aun siendo a todas luces el resultado conocido, poniendo la nota aguda y espontánea al plan milimétrico, y científico puesto a la orden de la aventura), en buena parte expectaciones prefabricadas, que sería la principal crítica en contra, entre comillas, que le hiciera, si bien se debe al entusiasmo natural, esperado, de la tribuna, del público cautivo, y es entendible que hasta veas al pueblo americano en la calle colocando su marcado y efusivo respaldo y anhelo de retorno por su compatriota “abandonado” en Marte detrás de banderitas americanas, o a un grupo grande de la NASA vitoreando y aplaudiendo triunfos tras su quehacer comprometido e inteligente. La ciencia apunta a la practicidad, a lo comprobable, pero también juega con la complejidad pero supeditada a la frescura, al ritmo y a la sorpresa del entretenimiento.

Ridley Scott es un director con muchas películas regulares y uno que otro bodrio, como algunas obras maestras y películas decentes, en quien es un creador experimentado, con una larga carrera, que tiene una reputación, habiendo su infaltable cuota de detractores, y un conocimiento en la ciencia ficción y el séptimo arte de Hollywood, aparte de su capacidad para generar hedonismo cinematográfico y ratos memorables, que se ve en su propuesta, donde se nota el oficio, exhibiendo naturalidad y poca pretenciosidad narrativa, donde hay hasta sentido del humor y, desde luego, estilo, como con la intromisión musical en momentos claves o en la broma directa, perpetrando por su lado algunas audacias, como en particular reducir la madera de un crucifijo para hacer fuego, de lo que parece depender a su vez en Misión rescate del guionista Drew Goddard (La cabaña en el bosque, 2012). Dosifica varios momentos de tensión, pequeños triunfos y diversión, en un discurrir técnico y experto de atención, tirando y aflojando dramatización y relajo, que pudo ser una película más del montón, propio de un formato cuadriculado, pero que con Scott tiene marca de identidad, rompiendo el molde desde lo popular, lo llano, generando interés (con el protagonista cultivando papa o haciendo recorridos por el desierto de Marte para salir con vida del planeta) hasta fomentar un lugar de representación con el aprecio por el medio ambiente y hacia las plantas, de lo que se dice sabiamente que colonizar es proponer agricultura en un lugar.

Misión rescate pasa por la noción y atracción de un reparto multicultural, con europeos, angloamericanos, orientales, afroamericanos y latinos compartiendo espacio en pantalla, aludiendo además piratería espacial y tierra de nadie en Marte, una universalidad empática. La historia fluye ligera, directa y cautivante, aunque predomine la soledad de la supervivencia del astronauta y botánico Mark Watney (un destacado Matt Damon) que es lo más loable del filme, fuera de la complementariedad que propone el equipo de la NASA, donde vemos actores que los recordamos mucho de las comedias, en ésta oportunidad en roles serios (Jeff Daniels, Kristen Wiig; que lo hacen bien, mejor ella, que hasta luce provocativa siendo casual), y de los 5 compañeros de Watney que despegaron sin él creyéndolo muerto, en que sobresale Jessica Chastain en un papel fuerte pero menor. El filme dura más de 2 horas, en lo que se torna en un Saving Private Ryan (1998) ubicado en Marte, en un planeta que se presenta peligroso por lo desolado, por la cualidad de ser uno el primero en cada acto en el lugar, pero que tiene de cercano, de realista, sin grandilocuencia ni ninguna rareza, en un espacio que queda colonizado por la ficción, humanizado, en una supervivencia que pesa en su valentía y autosuficiencia, conjugada más tarde con la fraternidad entregada.