Actualmente en cartelera internacional, contando con el beneplácito de la crítica y el respaldo de una predominante taquilla, y de la que empezamos diciendo que puede que sea mejor
que Gravedad (2013) e Interstellar (2014), que ya casi forman un subgénero, aunque
comparte muchas más similitudes con la película de Alfonso Cuarón que la de Christopher
Nolan, siendo ambas cine más que todo amable y fácil (Interstellar era bastante
respetable en su vocación de audacia por distinguirse en lo arduo de las
teorías científicas, dentro del cine comercial, pero gran parte de la crítica
se cebó con ella y había cierta distancia con el público), no obstante, Gravedad
buscaba ser apabullantemente épica dentro de la inmensidad y grandeza del espacio,
mientras Misión Rescate, como la han llamado por tierras peruanas, es mucho más
relajada y humilde (donde el protagonista muestra algunos sentimientos, llora
austeramente, frente al miedo a la repercusión del peligro mortal y en especial
por la entrega de sus compañeros, pero más se mueve tranquilo, ducho y seguro
de sí, que como dice una línea trascendental que desnuda al filme, o te
abandonas a tu suerte, a la derrota y la muerte, o empiezas a hacer una cosa tras
otra, hasta salvarte), pero teniendo presente que su desenlace apunta a las potentes
emociones de suspenso y tensión convencionales (jugando con el ¿lo logrará?, ¿se
salvará?, aun siendo a todas luces el resultado conocido, poniendo la nota aguda
y espontánea al plan milimétrico, y científico puesto a la orden de la aventura),
en buena parte expectaciones prefabricadas, que sería la principal crítica en
contra, entre comillas, que le hiciera, si bien se debe al entusiasmo
natural, esperado, de la tribuna, del público cautivo, y es entendible que
hasta veas al pueblo americano en la calle colocando su marcado y efusivo respaldo
y anhelo de retorno por su compatriota “abandonado” en Marte detrás de
banderitas americanas, o a un grupo grande de la NASA vitoreando y aplaudiendo triunfos
tras su quehacer comprometido e inteligente. La ciencia apunta a la
practicidad, a lo comprobable, pero también juega con la complejidad pero supeditada
a la frescura, al ritmo y a la sorpresa del entretenimiento.
Ridley Scott es un director con muchas películas regulares y
uno que otro bodrio, como algunas obras maestras y películas decentes, en quien
es un creador experimentado, con una larga carrera, que tiene una reputación,
habiendo su infaltable cuota de detractores, y un conocimiento en la ciencia
ficción y el séptimo arte de Hollywood, aparte de su capacidad para generar
hedonismo cinematográfico y ratos memorables, que se ve en su propuesta, donde
se nota el oficio, exhibiendo naturalidad y poca pretenciosidad narrativa,
donde hay hasta sentido del humor y, desde luego, estilo, como con la
intromisión musical en momentos claves o en la broma directa, perpetrando por
su lado algunas audacias, como en particular reducir la madera de un crucifijo para
hacer fuego, de lo que parece depender a su vez en Misión rescate del guionista
Drew Goddard (La cabaña en el bosque, 2012). Dosifica varios momentos de
tensión, pequeños triunfos y diversión, en un discurrir técnico y experto de
atención, tirando y aflojando dramatización y relajo, que pudo ser una película
más del montón, propio de un formato cuadriculado, pero que con Scott tiene
marca de identidad, rompiendo el molde desde lo popular, lo llano, generando
interés (con el protagonista cultivando papa o haciendo recorridos por el
desierto de Marte para salir con vida del planeta) hasta fomentar un lugar de
representación con el aprecio por el medio ambiente y hacia las plantas, de lo
que se dice sabiamente que colonizar es proponer agricultura en un lugar.
Misión rescate pasa por la noción y atracción de un reparto
multicultural, con europeos, angloamericanos, orientales, afroamericanos y
latinos compartiendo espacio en pantalla, aludiendo además piratería espacial y
tierra de nadie en Marte, una universalidad empática. La historia
fluye ligera, directa y cautivante, aunque predomine la soledad de la supervivencia
del astronauta y botánico Mark Watney (un destacado Matt Damon) que es lo más
loable del filme, fuera de la complementariedad que propone el equipo de la
NASA, donde vemos actores que los recordamos mucho de las comedias, en ésta
oportunidad en roles serios (Jeff Daniels, Kristen Wiig; que lo hacen bien, mejor
ella, que hasta luce provocativa siendo casual), y de los 5 compañeros de Watney
que despegaron sin él creyéndolo muerto, en que sobresale Jessica Chastain en
un papel fuerte pero menor. El filme dura más de 2 horas, en lo
que se torna en un Saving Private Ryan (1998) ubicado en Marte, en un planeta
que se presenta peligroso por lo desolado, por la cualidad de ser uno el
primero en cada acto en el lugar, pero que tiene de cercano, de realista, sin
grandilocuencia ni ninguna rareza, en un espacio que queda colonizado por la
ficción, humanizado, en una supervivencia que pesa en su valentía y
autosuficiencia, conjugada más tarde con la fraternidad entregada.