Éste documental retrata la vida de Roger Ebert, el crítico de
cine más popular del mundo, ganador del premio Pulitzer en 1975, desde su última etapa
en que le aquejaba un cáncer que le quitó la posibilidad del habla y le hizo
depender de una computadora como sustituto, un estado que domina mucho el filme,
que imprime dureza y resulta algo chocante, aunque Ebert se mantenía optimista
y positivo, gracias mucho a la compañía de su esposa con quien se casó
tardíamente, a los 50 años, llamada Chaz, una dama afroamericana que siempre lo
respaldó, cuando se decía que Ebert tenía el peor gusto para escoger pareja,
cosa que revirtió totalmente, y se sentía bendecido de haber hallado a una amorosa
mujer con quien compartir su vejez. Chaz no quería que se rindiera, aun cuando
el crítico americano sentía que ya era su momento de irse, y así lo concibió,
muriendo un 4 de abril del 2013, a los 70 años.
El director y destacado documentalista Steve James hace un
retrato muy celebratorio, exhibiendo los logros y virtudes de Ebert, como sus
conflictos con su compañero Gene Siskel. Fueron pequeñas rencillas, pero en un trato
llevadero, finalmente eran amigos a pesar de ciertas desconfianzas y posiciones
encontradas con las películas. Junto a Siskel tuvo un programa muy famoso, At The
Movies With Gene Siskel and Roger Ebert (En las películas con Siskel y Ebert),
que ayudó a popularizar mucho a la crítica de cine con la creación de una
aprobación o desaprobación bastante sencilla y rápida, que era de pulgares arriba
o hacia abajo, como es uno de los éxitos que propuso Ebert haciendo de la
crítica un referente tan masivo, promoviéndola menos precaria y nada elitista,
lo que le atrajo detractores y comparaciones, como que era dueño de un Pulitzer
y popularidad, pero era la crítica Pauline Kael la más inteligente en EE.UU, y
la mejor forma de trabajar lo cinematográfico, seria y profundamente.
Véase que Ebert participaba del festival de Cannes y lo
hacía más conocido con sus notas elogiosas en su país, para una población
inexperta, como hizo lo propio con grandes directores como con un primerizo Martin
Scorsese a quien le atribuyó la gloria futura, cuando pasaba además por un
momento difícil que el mismo cineasta cuenta. Así mismo con documentales de Errol Morris,
en la época que no había muchas salas de exposición de su trabajo; o con el
reconocimiento en Norteamérica -y durante su tiempo de decline- del cineasta
alemán Werner Herzog a quien siempre defendió. Con ellos hizo mucha amistad,
y hasta Herzog le dedicó un filme, de lo cual se llegó a dudar de su honestidad
cuando los juzgaba, habiendo ataques hacia él en general por amiguismo y cierta
falta de independencia, en especial para los filmes de Hollywood, que por una
parte tenía de verdad, dicho off topic o de forma sutil, ya que Ebert era parte
del engranaje hollywoodense, al punto de que hoy en día hay una estrella en el
paseo de la fama con su nombre, pero que es mucho más, aquello no es todo ni lo
anula, es una parte de un conjunto, salvedades y elecciones, ya que difundía notablemente
el séptimo arte.
Ebert engrandeció la labor profesional del crítico de cara al
aprecio de la gente, que no creía antes mucho en la crítica, poniendo por lo
tanto su (buen) grano de arena y un estilo que reconocía otras formas de trabajo,
pero que tampoco era que no fuera audaz o inteligente, siendo muy ágil y
empático en sus artículos, en el diario en que toda la vida trabajó, el Chicago
Sun-Times, al cual le fue siempre fiel, seguido de su salto precursor a la web
donde tuvo igual mucho éxito. Y no era que no tuviera la última palabra, solo
que lo suyo era promocionar, dar a conocer propuestas, más que maltratar filmes,
de lo que Ebert menciona que con la edad se volvió bastante suave, pero al
respecto poco deja ver la propuesta, salvo con la participación y la “suspicacia”
(pero también parte del homenaje) del crítico e intelectual minoritario Jonathan
Rosenbaum, que es el que abre aquella puerta en el documental.
Otro critico que discrepó y reprendió a Ebert por su método reduccionista
de los pulgares, y la simplicidad del programa de televisión, fue Richard
Corliss, que también con el tiempo quedó subyugado en buena parte por Ebert,
como se ve mucho en A.O. Scott, también crítico, más sumiso y admirativo, nombres
importantes que aplauden su larga carrera. Ésta propuesta discretamente luce que hubo sus ratos de autoconciencia (pensando
que no es la opción ni la prioridad del documental, sino rendirse a una
leyenda), de que todo no era perfecto, ni que Ebert es el crítico ideal, pero
tiene méritos y triunfos justos, como que era un hombre que amaba realmente al
cine, y le dedicó toda su vida, hasta despedirse de sus lectores cinéfilos un
día antes de su muerte. Ebert llenó (casualmente) un nicho en una urgencia de
un diario, que simplemente lo colocó, viendo que lo que hacía era periodismo
comprometido; Ebert desde el principio demostró defender causas altruistas,
y fue un tipo precoz que se ganó bien el respeto de sus compañeros con un alto
cargo.
Su cinefilia lo llevó a formar un vínculo de la nada con
directores noveles a los que les puso mucha fe, como Ava DuVernay, a quien conoció de niña e inspiró con su
conocimiento. También con Ramin Bahrani, al que unió una invitación tímida, para luego
cimentar una gran amistad y admiración mutua. El maestro crítico llegó a darle un regalo preciado que tiene su curiosidad y legado cinematográfico. El cariño que exuda y produce Roger Ebert es legítimo, merecido,
ganándose un lugar privilegiado en la historia de la crítica mundial, la
eternidad cómplice de quienes amamos el bien llamado séptimo arte.
Steve James es un documentalista sumamente interesante, mucho
más allá de las apariencias y primeras impresiones, a quien Ebert apoyó
siempre. Tiene trabajos bastante admirados, aplaudidos, especialmente Hoop
Dreams (1994), ganador del premio del público en el festival de Sundance, por una
profundización valiosa, próxima, que reditúa nuestro tiempo entregado (dura 3
horas). Trata de 2 muchachos aspirantes al mundo más grande del
basquetbol, partiendo desde abajo, quienes son Arthur Agee y William Gates, uno
más inmaduro y rebelde que otro, a los que vemos en su peligroso habitad en
Chicago, con sus respectivas familias, amigos o novias, dentro de varios
niveles de crecimiento. Durante 4 años son documentados en sus caídas y
cúspides en el deporte, cuando la frustración, la cruel derrota, yace a la
vuelta de la esquina, y hay ejemplos tristes y cercanos. Es un retrato de
superación personal y mucha adversidad colindante, vivencial, un reto de la pasión. Se ubica en la etapa escolar, ganando becas y auspicios, hasta llegar a la
universidad y conocer su desenlace 2
años después. Es la búsqueda del sueño de llegar a pertenecer a las grandes
ligas, viniendo de lugares pobres llenos de inestabilidad, drogas, crimen y
pandillaje, bajo la precariedad de los afroamericanos, en que nuestros
protagonistas llegan a tener familiares delincuentes, como otros dignos de
admiración y ternura, habiendo varios momentos que mueven al corazón, en el
camino duro del basquetbol que es mucho un negocio y hay un sistema de
oportunidad pero también uno implacable si no rindes. Es el Chicago que vibra
con Michael Jordan, y con el jugador profesional de la NBA Isiah Thomas,
exalumno de la escuela St. Joseph, donde son reclutados. Los altibajos son dignos de mucha novedad, e
impredecibles, como la naturalidad y las circunstancias la belleza y grandeza
de la esencia del documental.
Otro filme valioso de Steve James es The Interrupters (2011),
con el que mereció el premio de mejor documental en los Independent Spirit
Awards 2012, que implica a ex convictos y ex pandilleros afroamericanos y
latinos que han cambiado totalmente su vida y ahora se dedican a detener los
pleitos, la amenaza latente, la criminalidad, de las mismas pandillas, que
parecen el único lugar de refugio, en los peores barrios de Chicago, donde hay
tiroteos a menudo, incluso caen heridos algunos de estos miembros de paz/reflexión,
como que el documental se pasea por los tantos rincones callejeros en que alguien
murió bajo el fuego de la continua violencia, de lo que mayormente se trata de muchachitos,
a los que se les dejan regalos, frases, llanto y memorias en el lugar abatido,
tocando la fibra emocional. Enfrentan éste gran problema por
medio de la experiencia, el reconocimiento y el respeto que albergan en la zona
(habiendo hasta familiares de famosos delincuentes históricos que optaron por
otra dirección al final), como por su elocuencia y firmeza en el habla, frente
a tipos armados, inestables, medio locos, poco meditativos y con afición a las
drogas. Es toda una hazaña de valentía a lo que están entregados en
cuerpo y alma, en la pertenencia a la asociación CeaseFire, llamados interrupters,
los que detienen las balas. Hay una documentación bárbara/impresionante,
pormenorizada, que sigue in situ, en plena “técnica”, e inestabilidad, en lo
impredecible, con una gran espontaneidad, pero a su vez dentro de la dirección
de una construcción que mueve a la complicidad, a la emoción, y que celebra
héroes comunes, como al cambio que generan en la gente, en unos barrios
olvidados, produciendo acción contraria, brindando esperanza, un gran apoyo a
la comunidad. El filme mismo lo es también, trayendo a la superficie la
realidad “escondida” de Chicago, combatiendo la indiferencia, el pesimismo de
llamarlo una lucha perdida con lo que pareciera un contraataque pequeño, el
desenfreno de la muerte, que no es poca cosa, sino un problema nacional.