Mandarinas (Mandariinid, 2013), de Zaza Urushadze, y Corn island (Simindis kundzuli, 2014), de George
Ovashvili, ambos georgianos, son dos películas con varias similitudes, pero
tratadas de distinta forma, con su propia historia y narrativa, que tienen principalmente
en común estar ambientadas en la guerra de Abjasia, que se dio entre 1992 y
1993, y que trata sobre la independencia de éste territorio titular como república,
antes situado como parte de Georgia. En Corn island se mezclan
también los rusos por lo que fue Georgia parte de la URSS. En Mandarinas interviene otro pueblo del Cáucaso, Chechenia, que apoyaron históricamente
a los abjasios, habiendo igual en el relato la participación de Estonia. Ambas películas además coinciden en propiciar una trama donde se ayuda a salvar
la vida del enemigo. También está la línea argumental
de compartir el deseo digamos que prohibido por la nieta del protagonista
respectivo, aunque en Mandarinas esto sea leve,
casi anecdótico, sutil, dentro de una narrativa bien tratada, cautivante, pero harto
convencional, remarcando que en Corn island esto es muy importante, está trabajado
a fondo, en la chiquilla que descubre su femineidad y sensualidad, es decir, se
hace mujer (como en más de una capa de naturaleza interior), muy bien representado
en la muñeca de trapo que carga al inicio, y luego abandona en la cabaña, para
ser reencontrada años después como símbolo de remembranza de aquella época de
beligerancia, pero también de inocencia, de pureza, de humanidad, de
principios, de igualdad entre todos los hombres, que comparten
como sentido esencial y filosófico las dos películas.
Corn island es una propuesta exigente, a un punto, teniendo
muy pocos diálogos e indicios, como saber la nacionalidad de los involucrados solo
por el idioma, de lo que muchos pueden perderse de la interrelación histórica y
su mayor connotación argumental y humanitaria, aunque no faltará su prominente sentido
universal, una sustancialidad de primer grado, en el hombre herido huido corriendo
peligro, en el poder del gesto y de la imagen, siendo buscado para ser muerto, como anuncian sugerentes disparos, en medio de
alguna connotación bélica. Corn island es la historia de un hombre bastante mayor pero estoico y su sensible cachorra abriéndose cual bella
flor, labrando en condiciones adversas en una zona sumamente inquietante, amenazadora
y mortal. Es un filme en su mayoría de contemplación, donde involucra a un río (el
Enguri, al oeste de Georgia) y a un islote donde un anciano (Ilyas Salman) y su
nieta van a sembrar maíz, de lo que en gran parte es ver como se asientan
en la pequeña isla, y preparan el terreno para su siembra, una atípica a muchos
espectadores, estando rodeados de agua que pronto subirá tras el cambio de
temporada, enfrentándose a la lluvia destructora que simboliza lo mismo que
aquellos disparos anónimos en lo boscoso, en la absorción de cómo el hombre
se mezcla con la/su naturaleza, en la
mirada de lo primigenio, la esencialidad, bajo la sabiduría ancestral provista
de suma diafanidad/luminosidad, en aquel trabajo de agricultura o de
carpintería, como también de supervivencia, en un canto de vida y muerte. En ello hay un gran plus frente a lo ortodoxo que
resulta Mandarinas.
Mandarinas basa su mayor virtud en la empatía de una historia
sensible, expuesta a todas luces, ganándose al público de forma más primaria, aunque
Corn island tiene mucho lo suyo con la niña, que gana vasta complicidad del
observador, en sus acciones “secretas”, naturales, revestidas de belleza, en un
cariz innato, visual, silencioso, en medio de los reducido, limitador, hostil,
impredecible y salvaje, dejado bastante visto con la broma manida del baldazo y
la persecución que es un poco un pequeño desliz de su narrativa formal, pero que
luego toma un sentido precioso y hasta irónico de temor. Mandarinas implica el rechazo mutuo
entre un mercenario checheno herido y un soldado aún más convaleciente oriundo
de Georgia, que yacen compartiendo hogar y ayuda por la misma persona, por el sencillo,
pero elocuente y simpático anciano estonio llamado Ivo (Lembit Ulfsak), que
también cultiva la tierra, mandarinas, como su vecino, pero
cuando éste quiere irse a su país de origen, Ivo en cambio exhibe un sólido,
bondadoso y valiente estado de resistencia frente a la deshumanización de la
guerra, explicita/explicada, haciendo que perro y gato lleguen a un acuerdo de
honor, y más tarde a lo impensable, en un desenlace poderoso, crudo e
inesperado, terminando en un mensaje enfatizado y algo facilón pero con su cuota de subyugación. Corn island
mereció el globo de cristal, máximo premio del festival de cine de Karlovy Vary 2014, mientras Mandarinas
estuvo nominada a mejor película extranjera en los premios Oscar 2015.