Su ópera prima es un filme de
espíritu adolescente, más allá de contar con ellos como protagonistas, intenso,
inconsciente, efervescente, sensual, apasionado, irreverente, osado, vital, todas
características bien exhibidas en la historia de dos hermanos, uno pequeño y
otro muchacho que lo tiene a su cuidado, pero que pronto perderá su custodia al
ser supuestamente demasiado joven para hacerse cargo, mientras en el camino se
presenta el amor, en lo que es un melodrama de suma libertad y expresividad,
como en la escena del niño lanzando patadas de artes marciales al aire
arrastrado por la melancolía de la lejanía afectiva, o el héroe Vicente (Pedro Hestnes, de pose engreído,
pero que va a tono con la personalidad requerida, en un álter ego de Costa) corriendo
mismo loser empático, dolido y perseguido por Clara (en una imponente sencillez
de Inês de Medeiros) para caer al pasto como arrebatados por la complicidad de
la seducción mutua, en lo que Pedro Costa ya demuestra toques exigentes en su
producción, aunque aquí aun parezca su narrativa de forma digamos que
convencional, véanse las transiciones, los cortes, la ausencia de bisagras y
linealidad, y los saltos elípticos, la movilidad de un relato que yace como en
una carretera con baches y sobresaltos, pero que aun así fluye, es ágil, aunque dando la notoria sensación de
lapsos, conflictos o emociones fotográficas, como retazos de vida en un collage
que hacen un cuadro tierno de anhelo de retorno y unidad familiar atípica, en
medio de una austeridad que más tarde en la labor del portugués se
intensificará, que en la presente yace en el abandono, y en la lucha por el
propio sostén, ya que los personajes de Costa tienen personalidad, identidad,
fuerza, no solo sobreviven, sino viven, trasmiten, exhiben cualidades y
admiración, como si fueran una pequeña subcultura, positiva a pesar de todo, lo
que es el barrio marginal portugués de Fontaínhas, donde los fantasmas aguardan
ser escuchados, los inmigrantes caboverdianos, a los que tanto cariño les
expresa el autor lusitano.
Propuesta de la que Pedro Costa ha comentado que
tuvo mucha influencia de I Walked with a Zombie (1943), una película que en apenas hora y
unos minutos sintetiza una obra magistral donde el vudú cobra vida en total
potencia, con escenas míticas como la del primer encuentro en el paraje agreste
con un negro salvaje de torso descubierto, manipulado por fuerzas ocultas, de
ojos abiertos, fijos y amenazadores, en el que es un filme redondo, perfecto. Romance,
misterio y algo de terror por la magia
negra, la robotización del alma (lo zombie) y el combate de ésta maldición,
enfermedad. Casa de lava trata también de una enfermera que viaja a un lugar bastante
extraño a ella, en una isla o archipiélago. La mujer que en ésta oportunidad
desentrañará los misterios se llama Mariana (Inês de Medeiros), la que trae a
Cabo Verde, una zona volcánica (aspecto que circunda toda la historia de forma
simbólica), a un hombre en estado de coma (Isaach De Bankolé), y en el camino
se da una intrincada historia, donde hay un amor perdido, locura, sonambulismo,
un reencuentro espiritual y superaciones personales que hablan de lo
interracial, entre la inmigración africana caboverdiana y los portugueses
blancos, que son el panorama favorito de Pedro Costa, que se coloca por encima
del colonialismo, auscultando más bien a la humanidad. Casa de lava tiene
ritmo, calor, folclore. A su vez no falta el corte social, como parte de la
propuesta, pero que no es lo único, va más allá, en la que nos convoca ahora es algo
sutil, por debajo, que está en toda su obra en mayor o menor cantidad, una sociología
de la clase baja (una que ostenta personalidad) que implica la dignidad y el respeto
auténtico, el sentimiento hacia lo que retrata y sus criaturas, en una trama
contada de forma que uno puede no coger el meollo del asunto, siendo complicada
de seguir, qué expresa aparte de la multiculturalidad, la
tradición y nuestro sentido, mientras surgen pasiones como en aquel poema de la
casa de lava donde se aspira a un ideal romántico, un completo estado de
compenetración con la existencia, desde el amor, en medio de la eterna
dificultad de la adaptación al mundo y la compleja interrelación humana,
habiendo entre los hombres mucha soledad e indiferencia, lo que clama a un
punto ser un misterio, quizá una utopía, en todo caso una lucha, cuando optamos
por vivir simplemente. Se trata de movilizar el alma, tanto como ajustar
cuentas, que retoma el punto de Jacques Tourneur en un espacio más pedestre
haciendo del antecesor filme de terror una metáfora, invocando un despertar.
Las películas de Pedro Costa a partir
de Casa de lava se vuelven esquivas, gaseosas, evanescentes, difíciles, se
escurren por los dedos, manejan ambigüedad, misterio, exudando en la presente mucha
pobreza y agotamiento, en el barrio de Fontainhas, yendo a aún más, se mueve por
un aire seco de melancolía, que anuncia lucha con uno mismo y con el mundo, viéndose
cierta pasividad y pesimismo, a través de una pareja donde la madre parece ida,
perdida, ensimismada en la ausencia del bebé que se lleva su pareja que quiere deshacerse
del pequeño como si éste fuera la razón de todos sus sufrimientos y carencias,
pero juega inversamente en la joven madre que parece perder la razón ante la
crueldad de éste muchacho sin moral que le falta alma, sumido en el egoísmo. Mientras, hay sensualidad, miseria, dolor y algo de recomposición, gracias a la caridad y
la amistad no del todo limpia, cuando cunde el suicidio. Huesos hace pensar en
la reducción a lo esencial, como si Pedro Costa se fuera desprendiendo de lo
superfluo, de lo convencional, incluso provocando oscuridad, en un rumbo hacia
el cine más particular. La pobreza pesa en el filme, teniendo como eje la
responsabilidad de un hijo, que como en Juventud en marcha (2006) nos dijera
que todos son hijos de Ventura, o sea hijos de la pobreza, y aduce compartir
las penas y salvarse mutuamente, aunque sea solo escuchando. El lenguaje que
utiliza Costa se vuelve más artístico, más teatral, generando curiosamente belleza
en medio de la descomposición, ya que el entorno es feo, como si fuera un
grito, pero sin llegar a su banalización ni sobreexplotación, es parte de una
figuración terrible donde se busca salir a la superficie, en medio de rodeos.
Debe ser la película más dolorosa que ha hecho el autor portugués, siendo como
historia una poética de la austeridad. La enfermera y la prostituta son dos
caminos humanitarios, aunque a su vez nadan entre el egoísmo y la soledad, y a
un lado va la imperfección y la inexperiencia, la posible locura, la derrota y
el abandono. Huesos es un retrato duro, de desesperación, recordando que pertenece a los
términos de la docuficción, elementos emocionales,
literarios, con hechos verídicos.
No Quarto da Vanda (2000). Hacer click en el enlace del título para leer la crítica respectiva.
No Quarto da Vanda (2000). Hacer click en el enlace del título para leer la crítica respectiva.
Exigente
documental sobre el matrimonio galo y cineastas Danièle Huillet y
Jean-Marie Straub. Danièle, de poca palabra, pero sumamente perfeccionista,
precisa, algo arisca, de pocas pulgas. Jean-Marie, hablador, pero inteligente y
coherente, carismático, romántico y
extrovertido, no se guarda nada, a todo le pasa filtro, incluso es contundente
con su propia labor, es el alma del filme, si bien su amor es el verdadero leitmotiv
de la realización (desde el trato más llano y al mismo tiempo esencialmente
romántico, genuino, de quienes se conocen al milímetro y no se contienen en nada,
ella a ratos lo increpa, lo manda a callar; él critica lo que hacen), que
comparten la pasión (y la autodefinición) por el séptimo arte como en una
unidad absoluta (amor/poética: pareja y cine), en una interacción que los
acerca con lo diáfano y verdadero de hacer arte, lejos de la gloria efímera, fuera
de la complacencia inmediata, lo suyo es minoría consciente y con pretensión de reivindicación de lo culto. Los vemos simplemente en un cuarto oscuro
de edición, el anticlímax total, lo opuesto del cine pomposo y lleno de
superficialidad, como en una ordinaria tarde de labor en que no se genera
ninguna atracción, tal cual una declaración de quienes son y lo que
hacen, que será así en todo el metraje, de lo que ellos se encargan de
generarnos atención y placer reflexivo con sus definiciones de cine y su
trabajo entre manos, la película Sicilia! (1999), como con su bella relación.
El filme más
grande que ha hecho Pedro Costa, según voz unánime, y lo dejo ahí, puede ser
discutible. Ya aquí el creador portugués se impone el lenguaje más
arduo, divaga, fluye, hace lo que le place, sin preocuparse de si gustará o no,
es el todo o nada, de una expresión de cine de autor, el culmen creativo, y
también de Fontaínhas y los inmigrantes caboverdianos que tocan cielo con
Ventura, quien deambula por el barrio cuando su esposa (en la apertura) ha
mostrado su fiereza (como monologa teatralmente) e independencia votando todas
sus pertenencias de su hogar por la ventana, ha atacado a su marido Ventura con un
cuchillo y luego lo ha abandonado cuando éste sigue recitando un ideal
romántico que no menciona culpables, y es entonces que nuestro protagonista interactúa
con sus familiares, hijos, compañeros y amigos hablándonos de todos los
conflictos, penurias y dilemas que atraviesa su gente, con algunas historias extrañas,
dentro de exposiciones bastante artísticas, algunas inescrutables al mismo
tiempo que visualmente personales, bajo ciertas complicadas formas de expresión
a las que atribuirles metáforas, cavilaciones, como también cotidianidad per se,
en la auscultación de lo social, incluso de lo político, en la repercusión en
la zona de la Revolución de los Claveles, en otra lograda ficción documental.
Ventura expone un submundo personal cargado de identidad y dignidad, movilizando, mirando hacia arriba, como en el sugerente y simbólico contrapicado hacia el edificio blanco. Se exhiben poderosos claroscuros, algunos absurdos, pequeños exabruptos,
y sobre todo confesiones (como las tantas de Vanda), inmerso en lo que parece fútil
y primario, conversaciones casuales, mientras sillones desvencijados, paredes pintarrajeadas
o callejones sucios dibujan muy bien el panorama silencioso. Éste es un filme que
pudo titularse "Los estoicos fantasmas de Fontaínhas",
dando “otra” cara de sus habitantes en comparación a la asfixiante Ossos. Arruinados
por las carencias, drogas, enfermedad, exilio, dispersión, locura, pauperización,
cuando ese poema de la casa de lava circunda como un himno de última e
irreductible esperanza. Repetido una, y otra, y otra vez.
Es como un Unplugged
bastante ligero, más de lo que ya es aún, harto austero, mínimo, muy próximo
emocionalmente, propio del cine de autor más seguro de sí, es la economía
total, donde se magnifica lo insignificante, tanto como versa en un aura
poética, de coger el momento, lo auténtico y entrañable (perpetrándolo
bajo primeros planos, tomas largas y estáticas, tanto como repeticiones vocales
de líneas musicales), lo más noble del arte, pero sumido en la cáscara de la
exigencia máxima, donde se posiciona y explotan los lugares muertos, se saca a
ratos de cuadro a los protagonistas, se impone lo anti-convencional por
completo. No cambies nada es un documental sobre la famosa actriz francesa de cine arte Jeanne Balibar
que nos muestra otra comprometida faceta suya, la de cantante,
aunque no sea demasiado reconocida como tal, y se le vea solamente en pequeños cafés
o en su sencillo estudio de grabación, bromeando, sacando lo mejor de sí para
cantar, aprendiendo, en el que es el toque de trompeta de quien uno quiere ser
en la vida. Es decir, un verdadero artista, fuera del
aplauso vano y la popularidad irrelevante, ante la convicción y el ideal, como
bien dice el título. La fuerza, el temple, la voluntad y la motivación de lo
que nos es correcto.
Cavalo Dinheiro (2014). Hacer click en el enlace del título
para leer la crítica respectiva.