Todos sabemos que Un tranvía llamado deseo (1951) es
tremenda película, un clásico inconmensurable, una obra maestra total, lo que
la hace una constante fuente de inspiración, por lo que es natural que le sirva
de innegable magma e historia a Woody Allen para hacer una obra propia. Blue
Jasmine (2013) tiene mucho de ella, como con la inestable y derrotada fina mujer de
pasado oscuro, que ya tiene cierta edad, aunque se conserva bella en su
sofisticación y todavía no tan mayor, o sea accesible aun teniendo un peso para
ser amada. En el filme presente se trata de un pasado fraudulento, un
matrimonio y un hijastro, a diferencia de la realización de Elia Kazan que
versaba sobre la promiscuidad a cambio de favores o gentilezas, que la saquen
de la banca rota y la mantengan a la protagonista, y ya lo dice la mítica
frase, “yo siempre he dependiendo de la amabilidad de los extraños”, y quizá la
prostitución, que llega al punto de “aprovecharse” de un menor de 17 años.
Detrás de Un tranvía... ésta mujer va a vivir con su ordinaria hermana dentro de una clase pobre al no tener a
donde ir y se encuentra con que comparte su vida y futuro con un perdedor, un
tipo atractivo, sensual, pero bastante vulgar. Tennessee Williams puede haber creado algo literal en
ese tranvía que llega a la casa de los Kowalski, pero en realidad la idea
brilla en el arrobamiento, personalidad y carnalidad de su criatura demencial. En la predecesora de Blue Jasmine tenemos una delicia de personaje, el violento, explosivo,
cruel, sarcástico, vengativo e irredimible Stanley Kowalski en la piel que crea
un portento visceral de apasionamiento y brutalidad, de Marlon Brando, distinto
al llorón y patético, solo que más tratable, de Chili (en un carismático e idóneo
Bobby Cannavale). En el relato de Allen hay menos magia con éste tipo, pero produce lo suyo, tiene su gracia y audacia. Kowalski no tiene grandes aspiraciones, no siendo en la
presente un polaco, no obstante se hace mención de que al primer esposo de
Ginger (Sally Hawkins), de la hermana austera, llamado Augie (Andrew Dice Clay),
le gusta hacer bromas de ellos.
En Un tranvía llamado deseo en adelante es una lucha con él
en una convivencia atroz e insoportable, en una fricción en que mutuamente no
se toleran, una quiere que lo abandonen –con todo y bebé en camino, que a su
vez es un aliciente para dejarlo- y el otro hasta hacerle daño –físico,
emocional, en cuanto a su nueva realidad-, sin embargo la forzosa adaptación implica
que traten de mantener alguna convención, solo que no más que mínima, realmente
sobre todo desde ella, de Blanche DuBois (Vivien Leigh, que está impresionante
dentro de lo histriónico y teatral), hacia éste, aunque Kowalski es obligado
sin efecto por su esposa. En ello resulta distinto a Blue Jasmine en que es
únicamente una sub-trama, pero que se toca de diferentes maneras en dos
personajes, primero con Augie a quien Jasmine no llega a minimizar directamente
pero perjudica sin tener intensión, aun desagradándole, y luego con Chili, a
quien diríamos que le asesta un duro golpe, y en ello hay un cambio con la
película anterior, Jasmine (Cate Blanchett) es mucho más fuerte que Blanche aun
sobrellevando distintas crisis circunstanciales, una económica, otra familiar y
una tercera nerviosa, y se enfrenta más que a los demás –que incluso vapulea y
vence- consigo misma, con su capacidad de poder remontar sus problemas, que no
son nada fáciles.
En lo que se parecen está que la protagonista debe enfrentarse
a su situación de fracaso, de vergüenza, ocultándolo a su salvador o
pretendiente (también habrá una cantada revelación y viene por personajes
similares) pero en Blue Jasmine la vida de Jasmine es conocida por la mayoría de su entorno
actual. Mientras Un tranvía llamado deseo se vuelve muy sensible, muy emotivo, como
en un estado de que algo va a quebrarse en cualquier momento, Woody Allen le
imprime su comedia, como en el uso de flashbacks mostrando al marido mujeriego
y estafador, que pinta la instancia de la ironía, no obstante es una capa que
se da muy fina en el filme, ya que éste termina siendo dramático en buena
medida, melancólico, como anuncia la palabra blue en inglés, que en jerga común
angloamericana indica tristeza.
La idiosincrasia de la historia no permite la risa en toda libertad
o se da momentáneamente, sería muy cruel hacerlo sin miramientos, pero la nueva
propuesta le baja mucho al tono predecesor, que era todo muy delicado, de un perenne
conflicto que no se olvidaba en todo el metraje. Woody por ratos hace
predominar la cotidianidad por sobre su tensión, que se va y vuelve aunque a
veces se luce artificiosa en Cate Blanchett o es que brilla demasiado en
un filme sencillo, lo cual hacen de ella algo gigante para bien como para mal
en el conjunto, si bien su talento es irrefutable, su gesto de crisis es
sumamente complejo, muy entregado, creíble, tanto que su nivel emotivo vibra a
flor de piel. Instantes como el del doctor acosando a Jasmine a la que en
general todo lo que no sea sí misma le es indiferente es puro Allen, y pues te ríes; también algunos descaros aunque obvios como en un convencimiento, infidelidad y
reconciliación tienen su veneno y comicidad. Y así –como acostumbra el autor- son
muchos comentarios tirados al vuelo “discretamente” mientras el hilo narrativo
sigue su curso. Es la broma que llega sutil o como un relámpago que al poco desaparece
y no interrumpe, te sobresalta solamente sin querer derribarte, porque la trama
se rige por otros cauces que cuesta definir en un solo centro. Si bien no
lloraremos con ella, si nos dejará pensando aun habiendo un toque de relajo a
la norma dramática, lo que hace denotar que parece un trabajo ligeramente novedoso
dentro de su filmografía.
Nos podemos reír en ciertos ratos, y en ello se maneja muy dosificado
y ecuánime, muy atinado, Allen, cosa que resulta complicado dado el tema de
caos y vacío que reina en la vida de su protagonista. Seguramente intervienen simpatías
e identificaciones (todo no nos parece cálido en nuestro foro interno, el mundo
no lo es siempre para nadie), con la clase media, desde la americana que oscila
entre lo conformista como de prometedora en su individualidad. Ésta clase retratada aunque tiene
sus dudas, sus desánimos, su opacidad y también sus ambiciones, su
autoanalizarnos como vamos y que resulta justo porque todos lo padecen en la
trama, se divierte también sin aspavientos, de forma flemática, alegre en su visión
infantil, como comiendo pizza y viendo televisión, vive en una felicidad
pedestre que finalmente se defiende. Woody se pone del lado de la clase media, a detrimento de cierta actitud
que conlleva el alto nivel social, recordando que Jasmine fue una socialité,
puede ser apreciada como una esnob con su caridad “obligatoria”, con su comportamiento
de superioridad (rechaza a la hermana hasta que la necesita, si bien resulta
tener un trato despreocupado, normal, en su convivencia hacia ella, que no en
su nerviosismo y fastidio con su percance contextual que la hace beber y yacer
hablando sola), con sus fiestas fastuosas y elitistas, sus naturalmente vanidosos
comentarios de viajes por los lugares más agradables de Europa o sus ropas,
carteras, zapatos, joyas costosas.
Blue Jasmine tiene vida propia, no hay que confundirse con
ello, aun habiendo mucha inspiración salida de una obra maestra. Mírese el éxito
de generar una nueva propuesta muy atractiva y sustancial de algo que parece
perfecto y por ende finiquitado, teniendo como resultado –siendo obvio decirlo-
una trama altamente superior a la idea de remake, y es que si algo es
maravilloso y nos emociona, no es en absoluto una mala opción hacer una versión
personal de ello, lo que en éste caso toma su camino y su independiente gloria,
ya que lo común es el fracaso o el rechazo. Blue Jasmine es un filme redondo, preciso, tiene un guion magnífico, creativo e ingenioso, de
Woody Allen, cosa difícil viendo que hace una película por año y ya ha dado
mucho.
Tampoco se puede dejar pasar que los roles secundarios están
en estado de gracia, la pareja formada por Ginger y Chili sirve para enaltecer
la perfomance de Cate Blanchett; son muy realistas, sencillos -como se quiere- pero
contundentes, muy contemporáneos como lo es éste filme en su lectura, algo que
justifica aparte de su autoría en toda regla, que se haga una revisión de lo
pasado. Sally Hawkins gana una justa nominación, desde su ingenuidad, su ordinariez
de pies a cabeza, su cariz voluble y su rodeo por la vida y lo que quiere, a
quien escucha. Es parte fundamental de
la continua dualidad de la propuesta, ricos/pobres, iluminación/fracaso, anhelos/pasividad,
sobre todo esto último que lleva a encarar una verdad que no se quiere, pero hay
que superar. Estamos ante la recreación de una caída y estancia en el abismo,
como el poder ver que le depara a alguien tipo El lobo de Wall Street (2013)
tras conocidas y juzgadas sus fechorías, viendo el relato de como Jasmine
enfrenta una canción de claudicación, definitoria (igual a Blanche que comete el error de llamar
débil al hombre de su vida, confrontándolo con su realidad), el recordatorio
del inicio de un enamoramiento en una relación que fracasa y arrastra consigo
todo a su paso, una lucha que ganar, que el pasado no nos enloquezca.