La admiración y el cariño hacia el director japonés Yasujiro
Ozu – de largo alcance alrededor del orbe- ha pagado fruto en la última
película de su compatriota Yoji Yamada que en la presente hace un remake de Cuentos
de Tokio, adaptada a los días modernos de su país. El filme consigue
perpetrarse en la clásica inocencia y belleza cotidiana del maestro, el que no rehuía
enfrentarse a la problemática del mundo y de la vida, como en el caso de la
muerte. Y es un logro para Yamada ya que en la actualidad no es tan fácil
pretenderse dulce y sano dentro de un intento de recrearse en un aura de lo
convencional, y terminar siendo elogiado, y lo consigue sin impostarle,
esquivando caer en el descredito frente a la liberalidad, cierta incredulidad
con el ideal familiar, la casi indiferencia hacia los valores tradicionales, o
la corrección (que tampoco es que Ozu no representara la malacrianza o la
rebeldía pero bajo un tono cálido), y la
desinhibición de nuestra contemporaneidad.
Yoji Yamada nacido en 1931 tiene una nutrida filmografía, la
mayor parte formada por una amplia serie de películas llamadas en común “Otoko
wa Tsurai yo”, que traducida significa Es duro ser un hombre. Son comedias. No
obstante, el interés, al menos de quien escribe, se posa sobre su trilogía del
samurái, que consta de El ocaso del samurái (2002), la espada oculta (2004) y
el catador de venenos (2006). Todas provistas de un drama bien concentrado, sólido,
pero con un toque de liviandad en el trato que resulta ligeramente atípico alrededor
de cierta figura más estricta con respecto a estos míticos guerreros, y es que su
contextualización los humaniza mucho, siendo una virtud del filme, y no
creyendo que por ello pierden las coordenadas del respeto por su leyenda, que se
mantiene intacto, y más bien tiene más realismo su valentía y buen hacer en la
lucha cuerpo a cuerpo. Las tres comparten formato, hay amor en conflicto o yace
en búsqueda de salvarse o concretarse. Está la esposa sacrificada al entregarse
a la infidelidad que es humillada y engañada, la dama que ama mucho pero no es
correspondida a razón del orgullo (hacia la ética), la experiencia y la humildad
que dibuja a un auto-desestimado pretendiente, y la criada leal y bella persona
que tiene enamorado al patrón de mayor nivel social quien guarda en secreto su
longevo gran afecto. A su vez, espera
algún encuentro espectacular donde se enfrentan fieros y diestros samuráis luchando
a puertas de perder su hegemonía en combate producto de los nuevos cambios que
se avecinan en el concepto de la guerra. Estos están muy bien preparados tras una
historia envolvente aunque sean de las que suelen tomarse tiempo para explayarse.
Otro rasgo es que los héroes presentan la idiosincrasia del guerrero ejemplar
pero que sufre alguna minusvalía, como la ceguera, la pobreza o la soledad, y
se hallan siempre en la disyuntiva de hacerse cargo de su condición de
subalternos aunque privilegiados en su comunidad, aun sintiendo rechazo por
algunas ordenes; se deben a un clan y a un líder, e incluso el oprobio o la
compasión se solventa bajo fuerza mayor. Las tres son cintas muy recomendables.
Una familia de Tokio apenas hace algunos cambios, desaparece
un personaje aunque era entrañable, el de la hija política sumamente amable que
guarda fidelidad ascética a su difunto marido muerto en la segunda guerra mundial,
por una mirada más optimista en una cuñada bastante joven que organiza,
futuriza y mejora con su sola presencia la vida de la oveja negra de la familia,
y este hijo toma más vuelo y biografía que antaño. Después el resto casi se
respeta al pie de la letra, con la salvedad que reina otro tiempo y se deja ver
como una relectura que genera una actualización que aunque no pinta muy novedosa porque no quiere alejarse de una
esencia, genera suficientes datos de identidad, se trata más de detalles
sugerentes que de otra cosa, de la contemporaneidad nipona.
Los personajes cumplen en esta nueva versión, y es algo
importante, porque la fuerza yace en ellos, incluso la hija dueña de una peluquería
es más afable que la que la precede que era algo más ruda y más interesada en sí
misma. La seriedad ahora recae en el vástago que es doctor que se desdibuja
aunque el anterior no era mucho tampoco, pero sí generaba ideas como con su extracto
humilde y de ello un tipo de decepción puesto el ojo avizor en una imagen engañosa.
Sin quitarle mérito a Yoji Yamada, Ozu era sutil pero muy profundo en ese
estilo que lo caracteriza, de presentar mucho con apariencia de algo pequeño,
en cambio Yamada hace de su discreción que nos pasen desapercibidos muchos pensamientos,
que no calen o no lleguen a tomar trascendencia, aportando una mirada más
repetida y fácil de la desilusión (y esta vez preocupación) paterna en el hijo
menor, que puede ser muy simpática como lo es dicha representación actoral pero
más de trazo grueso.
A favor de Yamada está que sabe mezclar lo actual con lo
tradicional, y es que el conjunto vive en el siglo XXI aunque los padres vengan de afuera de la capital, y ese tino
brilla, a diferencia de ese cariz rural, bastante diferenciado, de los progenitores
que crea Ozu. No trata de forzar el clasicismo, si bien lo obtiene mediante las
maneras y el tono. Puede que en general como es lógico se sienta el filme menor
a su antecesor, en esa fusión de frescura y complejidad del original, pero este
es un buen remake aun hallándole peros.
Esta trama tiene mucha consciencia de sí misma, no podemos
evitar notarlo, pero en descargo decimos que es como hoy se vive, estamos como más
despiertos, menos ocultos en las formas o en el apaciguamiento (siendo antes vital
el emborrachamiento, ya que demuestra la efervescencia que tenían antaño y que
era tan revelador en el maestro; en la presente pasa como algo menor o anecdótico
que hasta esta fuera de campo porque ya no es ninguna sorpresa, aparte de que
el padre tiene un aire más culto que el de antes), somos más intensos o se nota
más en la sociedad, pero al yacer este en parámetros clásicos necesita lograr
imprimirse la anhelada apariencia de espontaneidad bajo ese orden, uno que
llevaba tan logrado el arte de Ozu y hacia tan realista su recreación, y no es
que sea algo complicado por cumplir pero llegar a ese grado de naturalidad es
cosa seria, depende de mucho talento, aunando que no debe fallar como parte de
nuestra época, y en una medida saludable se consigue, se posee sentimiento, que
es la gran capa que brota de ambos filmes como parte de una personalidad que
ambiciona la segunda. Y no puede dejar
de ser ñoña por ratos, pero agradable, y está bien porque con el hijo
adolescente se prevé antipatías.
Qué difícil es acometer este remake, si le analizamos a
consciencia, y no solo vemos una historia de apariencia sencilla, porque vivir
a Ozu no basta, lograr el aire Ozu es lo complicado, asumiendo ver tanto tras sus
formas. Yoji Yamada hace un filme entretenido, eso no le falla en nada, incluso
puede serlo más en su versión que en la pasada pero como sabemos hay otros
valores artísticos en juego que valen mucho más, y estos se logran lo
suficiente como para ver que Una familia de Tokio es un bonito cualificado homenaje
de Cuentos de Tokio.