Ganadora del premio del público en el festival de cine de
Berlín último, y mejor guion y actriz en el festival de Tribeca 2013. El director belga Felix Van Groeningen trae frescura en su cine que suele congeniar entre
lo cool, un halo de eterna juventud que debe enfrentarse a la dureza de la vida,
y -a esa vera- lo dramático que llega hasta el melodrama.
Dagen zonder lief (2007), que traducida sería "Con amigos como ellos", no es la más recomendable de
sus películas, y aun así no es una mala propuesta, pero sí bastante
menor como opción, siendo lo importante de su mención que permite ver el estilo de éste cineasta, aunque en estado menos
elaborado. La historia retrata como una
muy buena amiga de antaño aun joven, vital y guapa pero con un novedoso teñido
de cabello rubio regresa a su ciudad origen y se reencuentra con sus viejos amigos,
que son igual de alocados que ella, solo que están pasando por un trance, empiezan
a madurar a la fuerza, a razón de la realidad que golpea, más por el pasar del
tiempo que otra cosa, algo intrínseco; sin embargo siguen teniendo ese espíritu
libre de irse a emborrachar, hacer diabluras –uno tiene un bar de desnudistas,
un segundo tiene al padre de su novia como ayuda con un trabajo en su empresa, que
no le gusta, y otro labora con la informática desde su casa - y solo querer
divertirse, aunque empieza a agotárseles, y dado el caso central de Kurt deben
enfrentarse a la frustración de una etapa adulta que nos descubre la
importancia de tomar seriedad en la vida, que en Van Groeningen significa -como muchos argumentan- que hay
que mantener la posibilidad del escape para tomar aire, y luego aceptar lo que
viene, si bien la forma de entenderlo es bajo un quiebre mental violento. El
belga en esta obra resulta muy superficial, se deja llevar en buena parte por
la fiesta que impone, a pesar de que luego la desestabiliza, pero que al final
ello resulta poca cosa. No obstante al exponer a los personajes bastante extrovertidos,
imperfectos, débiles emocionales e inestables se hace de la contundente presentación
de la locura de una edad que empieza a mutar.
No será ésta obra una maravilla de la introspección porque nada en lugares
comunes y parece no pretenderse más que como una lección existencial sumamente
pequeña, pero tiene su toque de entretenimiento con retrato y mensaje desde lo
buena onda. Seguramente es bastante olvidable, pero para los curiosos y a los
que les gusta lo juvenil puede gustarles.
De helaasheid der dingen (2009), que puede titularse "Los
desafortunados", parece una toma de consciencia
del director –que luego traiciona o agota porque se decanta por un giro de
último minuto, tras explotar el desastre que es lo que hace cautivante su filme
aun siendo más de lo mismo, solo que en un país europeo- o asumir lo que antes
no concretó, o quizás solo dibuja una injusticia del mundo que corrige con la
ilusión facilista. Si vemos que en la anterior película se muestra tolerante
con la inmadurez, que claro lo entiende seguramente como mantener la alegría de
la temprana edad, como que se las juegan por la felicidad. Este filme carga con
un error que llevará The Broken Circle Breakdown, que se repite en él, su
simpleza en cuanto a lo que deciden sus criaturas, su ligereza para contarnos
una historia, imitando el cine americano comercial que no llega a capturar en toda
su habilidad si bien aprueba y llega a agradar, que en ésta anterior película
se presenta como un golpe de suerte, querer ser escritor, que no a través del trabajo
duro –aun no hablando de un oficio de empleado, los que hace ver sumamente
desagradables y a lo que le damos la cuota de veracidad, al menos- para lograr
el éxito. Y al respecto, creemos que no basta solo enseñar penuria, pobreza, y a razón de ello dibujar un (común) disgusto
que culpa el pasado con el cual también es condescendiente (siendo curioso que teme
convertir esta realización en un melodrama y más tarde lo aborda en toda ley,
como antes con la inmadurez y su devenir en la vida, en que tampoco en la
presente puede evitar dejarse llevar, porque en el filme muchas vivencias
idiotas se llegan a disfrutar), aunque en lo práctico revierte un lastre -aunque
sea el de un padre que en su calidad de vago tenia buenos sentimientos debajo- y
un contexto que dirige mucho nuestra realidad, algo que en Van Groeningen le
falta asumir mejor, puede que porque se pretende naturalista o documentalista
en su ficción de alguna forma, no quiere inmiscuirse mucho en sus ilustraciones
de personalidad y de reflejo de ello, pero eso denota que el fondo que imprime
a sus filmes suele ser muy endeble, algo que le acompaña, y únicamente le salva
pensar que sus retratos son los de personas tan sencillas que no ameritan más
de parte de él. Aunque como fuera, es un filme que no podemos negar que genera
atención, divierte, y mucho, y eso hace
complicado clasificarlo, no se le pude criticar del todo, porque asoman aciertos
en su imperfección. Su mayor problema es que se pretende sencillo, pero también
es su basa, porque atrapa.
The Broken Circle Breakdown es su culmen, es mejor que las
anteriores pero carga con algunos fallos habituales, y más que eso diríamos que
son rasgos ya de identidad, de estilo. En esta oportunidad su trascendencia
toma más seriedad, se afianza más, pero aunque ciertos comportamientos tienen
su lógica padecen de cierta irreflexión, y es que lo del tatuaje y reiniciar -como
anteceden los sobrenombres- se trastoca, pierde su efecto mayor, y puede ser
romántico y melancólico pero improductivo, contradictorio. Nuevamente hay un
final sorpresivo que resulta a un punto frío aun en su efectismo y llamado
emotivo, exagerado, pero que sigue el código de un subgénero y por lo tanto es
idóneo. Lo que tampoco luce descabellado como opción dada las circunstancias,
sino un acto de nuestra debilidad e imperfección, esa que hay que reconocer que
retrata muy bien Van Groeningen sin aspavientos. Sus protagonistas propician
que uno se enamore de ellos, son simpáticos, calan siendo inocentes y frescos
en sus juegos de afecto, y eso ayuda mucho más a entablar conexión con el
conflicto. Su química es impecable, creemos en ese Alabama Monroe que se queda
volando en el aire. Como lo de los pájaros chocando contra el vidrio, al no ver lo que es, primero como fuente
de comprensión de la muerte en lo literal, y luego en la metáfora de la imposibilidad
de aprender. Tanto como en el dulce gesto de las calcomanías de águilas como una
sanación/salvación temporal, anímica. Que sin embargo, aunque no todos, muchos
superan lo que parece imposible.
Lo mejor, su música bluegrass, un tipo de sonido country más
profundo, como se dice. Sus composiciones y cantos dentro de un espectáculo versado
sobre un sentir de proximidad o en los lugares de reunión familiar otorgan bastante
fuerza escénica, se ganan al espectador, hacen brillar el drama llenándolo de
un aura especial y con ello el logro formal de la propuesta que toma un cariz
audaz y seductor, cómplice, actual. También está mucho más logrado que antes el
quitarle solemnidad al filme, con los flashbacks y las rememoraciones de los
tiempos compartidos, que van explicando como un rompecabezas el contexto, aunque
también sirvan para la lágrima, al comparar momentos.
El filme nos cuenta como Didier (Johan Heldenbergh) y Elise (Veerle
Baetens) se enamoran, siendo ella tatuadora –que hay que decir que los abundantes
tatuajes de su personaje lucen sensuales y no vulgares a diferencia de lo que
siempre se ve, y no le restan afabilidad o ternura- y él músico de folk, tocando el banjo y cantando la música autóctona norteamericana –un amante de EE.UU desde su natal Bélgica, y anotamos que su crítica no
es hacia un país, sino hacia una política-, que ante una duda inicial enseguida
logran consolidar su amor y tener una niña, que luego se enferma y les lleva a replantearse
la vida; y en ese trayecto de pena decidir por un camino, y son dos las
respuestas consiguientes, mientras pelea el ateísmo y la fe. Ella cree en el
cielo pero rompe sus reglas, él no y las refuta enarbolando un anhelo de cambio
a través de su experiencia íntima. La resolución de cada uno genera crítica,
una pasiva (hacia Dios) y otra activa (hacia el hombre), y la que más se
apodera del filme es la racional.
Esta película es un melodrama y por ende tiene su lado que
estimula mucho las emociones, y es inevitable sentir que se nos instiga a
sufrir a través de la historia, mientras la sencillez que no en la forma porque
utiliza todos los tiempos y uno va conociendo detalles que hacen de background y
anticipando momentos ante esa estructura, juega a favor como en contra según el
criterio y nuestra sensibilidad como la propia exigencia. Aunque afirmamos que
esta propuesta no es nada del otro mundo, sigue parámetros comunes, y no representa
una historia compleja de seguir siendo Van Groeningen naturalmente propenso a
no dejarse absorber por un ritmo y un entendimiento más arduo, sin embargo la
historia por tener una temática delicada crea un alcance mayor, como cavilación
existencial, que apela a nuestros sentimientos más puros y más definitorios, y hay
que decir del belga que no se excusa de aprovecharlo, de presionar hacia la
compenetración primaria. Pero con su buena mano, logrando que le prestes atención, que disfrutes su
narrativa mientras procesas su desgracia, en un relato dulce y amargo, como el
mismo bluegrass, en donde letras melancólicas o cargadas de sentimiento se dan
con una melodía vital, vibrante, que valga la paradoja produce el baile, y es
que es una buena señal ante las adversidades, el aceptarlas y seguir adelante,
el palpar la idiosincrasia de la vida, y el mundo, y respirar.