Que una película de 3 horas de duración te mantenga atento y
viéndole de largo sin ningún problema natural
de espera se debe a algo, tiene punto de elogio, y es que es muy entretenida. Sin embargo que la última realización del admirado y querido Martin Scorsese esté
nominada a mejor película en los Premios Oscar 2014 le sorprende en buena medida a quien escribe esta
crítica, si bien tiene el entusiasmo de muchos en el bolsillo y no es que el evento sea infalible. Y es porque raya
mucho en la inmadurez, en lo que alguna vez hemos querido ser e incluso soñamos,
gozar la vida al máximo, andar de fiestas con mujeres hermosas, amigos
desenfrenados, mucho alcohol y drogas que se traducen en juerga y placer total,
pero qué mejor que dentro del despilfarro, ser millonario, poder comprar cualquier
cosa, y como se dice, hacer lo que nos plazca, hasta llegar a ser una buena
persona, porque el dinero lo puede todo. En resumen es una propuesta con un mensaje franco,
ya no edulcorado, lejos de ser apaciguador de frustraciones o generador de
humildades y conformismos.
Se puede ver a un policía honesto vivir esa
realidad, ser un ente anónimo, solitario y pobre, transportándose en un medio público deprimente, aun habiendo hecho lo correcto. En cambio, el dejar de ser un don nadie se
convierte en una prioridad, algo que no es fácil desechar a la hora de la
verdad, y no es solo superficialidad o hedonismo, porque pagar cuentas, cubrir
necesidades, dar dignidad y seguridad a una familia, como deja ver un discurso
sobre el pasado de un empleado exitoso que ha cambiado su porvenir, también está
en juego. El filme recalca y retrata plenamente esa idiosincrasia, poniendo
perdedores por antonomasia como gente viviendo una existencia de
lujo, privilegiada (aunque en tono ordinario), mucho sexo y alegrías de índole juvenil,
puras, despreocupadas, excesivas. El sentido está muy claro; el disfraz o
consecuencia de la matemática, en el trabajo de los corredores de bolsa, es
sumamente real y contundente en ésta historia de hechos verídicos que nos
cuenta Scorsese, que se basa en la obra homónima y autobiográfica de Jordan
Belfort.
A muchos les puede doler y molestar ver que en efecto el
dinero es más importante de lo que nos quieren hacer creer en cierto ideal alejado
del materialismo y que nada en lo romántico, viendo como los ingresos pueden llegar
a provocar mucha felicidad, transformar nuestro panorama, y es que si vemos sin distancia y en total libertad ésta forma de vida, un capitalismo directo y transparente,
en éste elogio al american dream, pero bajo una figura salvaje y a través de la deshonestidad, nos encontraremos con una sacudida hacia la realidad. No
obstante, el exceso hace que no le tomemos en serio, siendo un poco obvio que
tampoco se lo toma a sí misma, primando más en ella una especie de comedia, de
irreverencia, de hago lo que me da la gana y no hay mucho debajo, no me importa.
Su credibilidad entonces oscila entre su rabia e intensidad de contarnos un
estado constante de clímax vivencial, sin medias tintas, sin hipocresías, ni mojigaterías
ni parapetos morales, sin mediocridad o religiosidad, y el mandar todo al carajo,
tanto que se da que el protagonista y la película te dicen que para que
explicarte lo técnico de hacer las inversiones y negocios en Wall Street, que
no vas a entender nada, mejor va a la atracción, la juerga, los desnudos y la
riqueza. Esto genera adeptos como detractores, polariza y enfrenta
radicalismos, es la cantaleta de siempre si lo vemos bien, en sentido de darnos
un violento y poderoso golpe de honestidad en un tono rebelde, que es pues, no
podemos negarlo, una virtud, duele pero es verdad, no hay más, hay que
aceptarlo.
El lobo de Wall Street (201) entretiene y mucho, otro irrefutable don, y es lo que sin duda la hace y la hará eternamente recomendable, sobre todo si no somos exigentes con respecto a la profundidad y la mayoría no lo es. Entretienen sus formas y despreocupación, su solventarse con “poco” –el dinero y lo que provee no lo es- por voluntad propia, por ideología, convencimiento y refracción empática, aunque es idónea en su tipo y lo que cuenta, siendo muy coherente con su historia. Pero también llega a agredir mi paciencia, en la convivencia que esperamos afuera y que nos rige; no diré a agotar que sería lo más evidente de decir en contra y sería mentir, pero sus excesos no pueden evitar el vacío, un regodeo malsano, una enojosa estupidez, ¡eso!, que le va en contra en mi valoración, aun gozando y admirando en el séptimo arte cierta brutalidad, locura y la ruptura de reglas que nos suelen infantilizar, que nos dan todo bonito, formateado, convencional o pura fantasía (y en otro tipo ésta tiene de ilusión).
El lobo de Wall Street (201) entretiene y mucho, otro irrefutable don, y es lo que sin duda la hace y la hará eternamente recomendable, sobre todo si no somos exigentes con respecto a la profundidad y la mayoría no lo es. Entretienen sus formas y despreocupación, su solventarse con “poco” –el dinero y lo que provee no lo es- por voluntad propia, por ideología, convencimiento y refracción empática, aunque es idónea en su tipo y lo que cuenta, siendo muy coherente con su historia. Pero también llega a agredir mi paciencia, en la convivencia que esperamos afuera y que nos rige; no diré a agotar que sería lo más evidente de decir en contra y sería mentir, pero sus excesos no pueden evitar el vacío, un regodeo malsano, una enojosa estupidez, ¡eso!, que le va en contra en mi valoración, aun gozando y admirando en el séptimo arte cierta brutalidad, locura y la ruptura de reglas que nos suelen infantilizar, que nos dan todo bonito, formateado, convencional o pura fantasía (y en otro tipo ésta tiene de ilusión).
El exceso termina siendo el bastión que divide las aguas, y
en ello hallo elogio y crítica, pero me decanto por anhelar mejoría
en su retrato, en sus formas, aunque no sean del todo vulgares, porque les salva la
estética y mucho conocimiento cinematográfico, aun siendo un filme que no para
de golpearnos con fuerza. Éste me recuerda -seguramente a muchos- algo a Goodfellas
(1990) cuando se dice que un broker del tipo de Jordan Belfort (Leonardo
DiCaprio) es actualmente peor que un gánster, pero también hay que decir que
al sobrepasarlo en cuanto a la desconcertante personalidad sea a todas luces un
filme muy inferior a Goodfellas que es una obra maestra.
DiCaprio es un buen actor, tiene altibajos como cualquier otro, pero tiene indudable talento, empezó de muy pequeño, tiene harta experiencia, y se nota incluso cuando comparte las enseñanzas del breve papel -pero capital en el recuerdo de una formación- de Matthew McConaughey que tiene simpatía y no se amilana ante una carrera más sólida, como la de su compañero, y hace algo ejemplar y útil. Sin embargo, no creo por completo que DiCaprio se vea como un aprendiz de él, aunque McConaughey haya crecido mucho ante roles exigentes en el último tiempo, e igual me guardo el veredicto final de mejor actor principal hasta que vea a McConaughey en Dallas Buyers Club (2013).
DiCaprio se viste de lo mismo que el filme, del
extremo, por algo es su protagonista y esencia, y da una interpretación con
gritos, largos discursos encendidos, una expresión emocional a flor de piel, no
teme explotarse en la intensidad, en la lujuria, en la irreflexión, pero siendo
inteligente, locuaz, persuasivo, es un ir hacia adelante con una seguridad
abrumadora. El actor y el personaje lucen entregados a su profesión,
capaces de (casi) todo, y es notable. DiCaprio exhibe que merece mucho respeto como
actor. No obstante falla algunas veces porque a cada rato se le pide que sostenga ese
comportamiento, que presente una expresión desaforada, que la tiene y
es imponente, aunque funciona más o menos dependiendo el momento, y que no le
quita que mantiene en general lo que se quiere de su presencia. Pero ciertamente consigue ese gran peso que es ser un iluminado, yacer en la gloria, representarla, que sea el más terrible y el más audaz del clan, y basta verlo drogado
y articulando invalidez mientras se arrastra hacia su auto último modelo para que quedemos boca abierta con él.
Jonah Hill a ratos sorprende, intenta generarse un nuevo
registro cuando parece algo limitado en un estándar de sujeto gracioso y poco camaleónico, no tiene mucho gesto original o nutrido. Pero aunque logra algo, su conjunto es sólo
correcto, termina siendo anodino y bobo como acostumbra. Tiene destellos, en lo
inicial, pero no vuela alto, no es completo.
Hay que destacar el bien logrado mundo de las drogas y la prostitución, tanto que la fiesta luce más importante que Wall Street, que
parece un mero pretexto que deja paso a algo más atrayente para el público,
aunque tenga su clara necesidad como historia mayor,
se requiera de un fundamento serio y valioso, finalmente “corrompido” para
deleite del espectador. Es rico (literal), hay que reconocer, ver a
tanta mujer despampanante (aunque suene machista), en su tono más primario, en
uno solo, lo sexual. Se pueden observar desnudos completos de mujeres impresionantes, rubias curvilíneas
como Naomi Lapagliala, la duquesa, esposa de Belfort, encarnada por Margot
Robbie, una australiana de suma perfección física, muy bella, además de muy sensual, la
que aporta su grano de arena como actriz, da un plus y hace algo bastante
digno, teniendo sus momentos dramáticos y efusivos. No es Sharon Stone, pero es bueno ver que Scorsese
sigue apostando por sangre nueva.
El filme subyace en el circo, y es que somos muy básicos también,
no se puede negar, y nos atrae la vida del llamado lobo de Wall Street (la
humillación en la comparación de ingresos durante el yate, aunque manida, más
clara que el agua no puede ser), como él mismo lo dice, y puede que perdonemos la sequedad
de tantas escenas, o la tontería (que también tiene ironía, ¿no lo es el
sobrenombre de Mad Max?; y además sobra el sarcasmo), como imitar a
Popeye con la cocaína, mientras nos impacta la recreación de un prominente culo que
sirve de recipiente para drogarse, habiendo solo temporalmente rastros de dura reprobación como parte de un paquete, pero que no es la idea tachar sino ver al
ser humano hasta en lo deplorable.
Scorsese le da al pueblo norteamericano lo que quiere, lo
llena de coraje y orgullo, vitoreando salir de la pobreza y querer ser un ganador, y desde luego que
es bueno creerlo, más repitiéndolo como un lema que importa mucho, el resto es
disfrutarlo al gusto, es parte de un ideal y motor nacional aunque en un tono novedoso en cierta forma o el propio de la contemporaneidad, el actualizado dentro del
libertinaje. Lo hace bajo el motivo del entretenimiento que le excusa de
cualquier limitación, de alguna indignación que le exija cuentas, como hacerse cargo de los
valores del filme y de su lugar de director. Se ampara, como explica, en la “mala” publicidad,
la que enamora y cautiva a la mayoría hoy en día. Es un trabajo cinematográfico que yace libre del juicio tradicional.
Son otros tiempos, y se respeta el arte como tal. Si en otros territorios
existe La gran belleza (2013), aquí Estados Unidos muestra lo suyo, tienen a El lobo
de Wall Street, y aunque menor en alcance artístico (en el interior de un
filme potente y de más fácil seducción) son complementarios, son dos caras de la misma
moneda.