Competidora de la palma de oro en Cannes 2012, la tercera
película del norteamericano Jeff Nichols resulta más ambiciosa que sus
antecesoras, quiere más atención y no solo por las estrellas de Hollywood, desde su ópera prima, Shotgun stories (2007), pasando por Take shelter (2011),
su mejor película, hasta la de hoy. Tiene un estilo marcado en todas
ellas, coloca al sur de su país como contexto, la parte más natural y autóctona
de Estados Unidos, para explayar sus historias de gente rural, de pequeños
pueblos del interior, con los tipos supuestamente más salvajes, pero
humanizados y universalizados sin quitarles propiedad. Ahí está su magma.
Siempre bajo la lucha de conflictos internos, muy humanos. En
Shotgun stories el sentido de pertenencia familiar, el desazón y unidad a esa
orilla y el resentimiento que hará que una franca y ajusticiadora pero inoportuna
declaración de pensamiento se convierta en una lucha entre dos bandos familiares
que tienen en común el mismo padre aunque a través de distinta perspectiva y
recuerdo, la polarización odio/afecto hacia éste, que se mueve mediante meandros
intensos y audaces, y canales/formaciones auxiliares y complementarias muy bien
fabricadas, donde brillan pequeñas biografías, anhelos y preocupaciones,
que anidan una visión más profunda del
conjunto, sin perder su sencillez formal, porque éste cine es bastante
accesible, entretenido, sin perder la voluntad de ponerle su cuota de realismo
y sus ratos inesperados. Mientras, en Take shelter el conflicto deviene en un
estado latente de ambigüedad entre ser un profeta o estar loco, con la
inestabilidad y ansiedad que provee el protagonista a su familia y a sí mismo ante esto y por querer
cuidar de ellos, una dualidad en donde
escoger siempre trae consecuencias en cuanto al concepto del otro extremo
siendo complejo detectar lo correcto. Esto es por culpa de unas visiones inexplicables apocalípticas, en donde la lucha ya no es contra otros sino con nosotros mismos y en donde ésta
vez nos rige o trata de dominarnos el miedo, tomando en cuenta que la anterior propuesta también
abocaba algo que curar íntimamente aunque siendo más cotidiano, solo que a la
antigua, como en un discreto western moderno. Hay parecido entre las dos primeras películas de Nichols, aunque como un prisma con la refracción de la luz.
Take shelter está dosificada con buen pulso y atractivo, generando la continua disyuntiva, desnudándose a último minuto, un descubrimiento final corrompido, pero que de ningún modo empaña la gran historia entre manos que nos ha brindado, porque la duda es implacable, y es el eje que alimenta nuestra atención aunque llegue a formar una posición, gratificándonos más que satisfactoriamente con mucha inteligencia. Magnífica película, aun mejor que la anterior y no es poca cosa aunque ambas ejercen cierto minimalismo o centralización explotando su argumento pequeño pero poderoso, muy bien derivado en distintas acciones sobre un origen muy bien fijo. Shotgun stories es una pequeña historia donde el miedo no asoma sino fluye la revancha y el contraataque que pone en tensión la siempre presente historia de escopetas, como rige el título, idóneo. Es la proclividad a alguna matanza, que como buen séptimo arte de autor se rige a manejar la sorpresa sin perder su hegemonía total, aun siendo algo muy norteamericano, incluso en el tipo de cine, que aúna lo independiente con su vocación de como decía Hitchcock llenar la sala de exhibición. Claramente, es un director que merece más público y mayores reconocimientos, que denota querer lograr el éxito masivo con buenas narrativas cinematográficas.
Take shelter está dosificada con buen pulso y atractivo, generando la continua disyuntiva, desnudándose a último minuto, un descubrimiento final corrompido, pero que de ningún modo empaña la gran historia entre manos que nos ha brindado, porque la duda es implacable, y es el eje que alimenta nuestra atención aunque llegue a formar una posición, gratificándonos más que satisfactoriamente con mucha inteligencia. Magnífica película, aun mejor que la anterior y no es poca cosa aunque ambas ejercen cierto minimalismo o centralización explotando su argumento pequeño pero poderoso, muy bien derivado en distintas acciones sobre un origen muy bien fijo. Shotgun stories es una pequeña historia donde el miedo no asoma sino fluye la revancha y el contraataque que pone en tensión la siempre presente historia de escopetas, como rige el título, idóneo. Es la proclividad a alguna matanza, que como buen séptimo arte de autor se rige a manejar la sorpresa sin perder su hegemonía total, aun siendo algo muy norteamericano, incluso en el tipo de cine, que aúna lo independiente con su vocación de como decía Hitchcock llenar la sala de exhibición. Claramente, es un director que merece más público y mayores reconocimientos, que denota querer lograr el éxito masivo con buenas narrativas cinematográficas.
En Mud la aventura se coloca en el homónimo protagonista, interpretado
por Matthew McConaughey, que se esconde en una isla no lejos de una comunidad pesquera
del sur americano tras el asesinato de una abusiva pareja del amor de su vida,
y que es ayudado por dos niños para tratar de escapar en una lancha de motor que abandonada yace en un árbol, junto a su amada, Juniper. Ella es una avispada mujer florero,
que sea dicho me ha sorprendido lo bien que le va a Reese Witherspoon, siendo
no una elaboración del ecran más artificial como en la comedia que la
sobredimensionaba a propósito, Legalmente rubia (2001), sino que es realmente
sensual y guapa (y se dice mucho aquí también, pero esta vez es contundente),
asunto que no me lo parecía hasta la presente, y quizá se deba a que no suelo
ser muy entusiasta de sus actuaciones, y ahora con pocos diálogos y a flor de ser
una chica superficial, muy pedestre –un estereotipo realista, bien
manejado- se me hace muy apetecible y admirable, aun siendo un papel muy
pequeño, pero bastante expresivo en su sencillez.
Mud hace gala de otro rasgo de nuestra humanidad en el
estudio de éste director americano, el amor y las relaciones de pareja. Jeff
Nichols crea una historia trepidante y sumamente entretenida
(que es lo predominante). Es la persecución de unos cazarecompensas producto de
la muerte del hijo de un millonario y gánster que tiene la curiosidad de rezar con
su séquito poco antes de buscar un homicidio, y al que se le atribuye ser el mismísimo demonio
(y mira que esperamos algo grave ante semejante atribución). Están detrás de
nuestro héroe que tiene de criminal, de chico malo, como de justiciero, de
idealista y de idílico, con muchos otros momentos audaces como el padre
adoptivo francotirador haciendo gala de sus atributos o el muchacho que no rehúye
una pelea con tan solo 14 años de edad (aunque se hace cliché que estire el
puño con tanta facilidad).
Nichols reviste al conjunto de una lectura de fondo
sobre varios contextos de amor, nuevamente con la sabia ayuda de sus personajes
y sus solidas pequeñas biografías, donde incluso el tío de uno de los niños
colaboradores aporta lo suyo, Galen (Michael Shannon, actor fetiche del director y que es un
maravilloso interprete a seguir). Vemos la dificultad de amar a una mujer, de ser amados, valorados, la separación
y la imagen romántica tanto como la cotidiana; se llega a tener la noción del
fracaso, entender, dar soluciones o resoluciones y esperar nuevos caminos, y
hasta hay una vena cómica, como la chica de una noche que no se sabe tal y
grita que las mujeres son princesas, y no carne, como la mirada perdida,
anunciadora, de Neckbone en el amplio y seductor busto, y su propia sonrisa.
En ese trayecto muchos lugares comunes se rompen aunque muy
ligeramente, pero lo suficiente como para destacar y presentar algunas novedades
e interés individual; los usa para luego adaptarlos al ingenio propio, recordando
que el filme juega con parámetros de mucha fácil recepción, pero sin obviar su
toque de estilo que pone autoría, como repetir de boca lo que ya vimos, en lo real que pretende esa acción, lo "innecesario". Es
encomiable ver cómo se puede sacar mucho partido a una historia que no es nada
del otro mundo, aunque hay que decir que tiene todos los ingredientes para
ganarse al público. Exhibe una trama que cautiva nuestra cinefilia e inocencia, puede cautivar hasta gente exigente.
Tiene una dirección muy milimétrica, muy al tanto de todo,
que ve el “error” (la palabra proviene de nuestro lado porque es adrede en el director) y lo arregla (un poco, en
parte o en última instancia) o hace uso de las fichas cotidianas sin rubor
alguno para beneficio de algo “independiente”, como con las sobredimensiones
heroicas de sus protagonistas, que pueden ser algo insípidas, pero se les quita
más tarde cierto peso y llegan a agradar de forma menos efectista. Sin embargo,
ya sabemos que la película es directa en lo que quiere y lo sostiene con
seguridad, tiene mucho de fantasía, de aventura y de comportamiento intrépido compartido principalmente
entre Mud y Ellis que se parecen mucho aunque se indica la inconsistencia y la
mentira del ídolo (con los fantasmas, en buena parte de aspecto forzado); a su vez su fan genera admiración. Lleva su ligero toque personal en una película muy bien hecha en su
tipo que nos hace entender como un filme como éste puede haber competido en el Festival de Cine de Cannes, que como todo evento que sea coherente pero libre con el
arte –que no oculta ninguna corrupción, ni el conformismo de una ideología, claro-
merece la calidad de lo ecléctico.
Nichols desmiente y vapulea a sus criaturas, como es la vida con todo el mundo, muestra nuestra imperfección, aunque se sienta momentánea en Mud, al que le cuesta no alcanzar la felicidad completa aun con el happy end del filme, tan propio de Hollywood. Si no tomemos una imagen de modelo; Nicole Kidman posaba muy glamorosa en un desfile de moda éste último viernes; con tantas fotos detrás vanagloriándola se ha de sentir especial (su logro, sea dicho además); luego sale y es atropellada por un fotógrafo amateur que con una bicicleta la derribo al suelo como un saco de papas; ella quedó descalza, más que adolorida avergonzada. De ahí la gran metáfora de la realidad de todo ser humano, y eso a un punto lo maneja con cierta habilidad Nichols en un par de ocasiones, aunque no lo hace con demasiada convicción como para tomarle en serio como algo neto de autor.
Mud peca a ratos mucho de cine comercial y eso le baja la
llanta de la trascendencia porque es más de lo mismo, si bien como placer sin prejuicios nos deja contentos. También
hay que ver que Matthew McConaughey sigue ganando puntos, últimamente se
proyecta bastante al Oscar y hasta toma mayor relevancia como actor en cuanto a
complejidad, lo paradójico que no es que se reinvente sino como en Magic Mike (2012) le saca (otro) valor a su figura. Con Dallas Buyers Club (2013) se espera
algo diferente a su filmografía, muy en la onda de Christian Bale y sus impresionantes aumentos y descensos de peso (y me gustaría rescatar más a Jared Leto que lo ha hecho otras veces sin obtener mucha prensa y que hay que
tenerlo visto en la misma de McConaughey). Esto es como explotar su físico, pero
a la inversa, dejando de lado su buena apariencia. Aun siendo aquí el de siempre lo
hace de forma rescatable, le infunde la bondad natural que requiere su papel de
antihéroe, y mejor que no lo hayan sobreesforzado porque no tiene el tipo
intimidador, y más le viene el encanto y la simpatía, aunque puesto aquí y allá
para que nos haga pensar más del tipo rural.
También hay que echarle unos buenos aplausos a Tye
Sheridan. No solo tiene una presencia imponente a temprana edad, sino que aporta su buena capacidad histriónica, como se ve es más que seguro que lo jalan al cine mainstream,
se lo merece, aunque ojalá aporte un poco más a los independientes y al cine
que supuestamente más arte busca, o a los que suelen hacer la excepción desde la óptica
individual, desde donde sea, como de todo aquel que tenga algo que decir y
aportar verdaderamente, que nos engendre arte en toda la palabra. Se le podrá ver en Joe (2013), de David Gordon Green, que compitió por el león
de oro en el Festival de Cine de Venecia 2013, y que parece seguir la estela de
Mud.
Mud tiene un gran grupo, Sam
Shepard, Sarah Paulson, Ray McKinnon y Jacob Lofland (en su primer papel, y
vaya solvencia en su debut); cada uno pone magia en sus roles y dejan una muy
eficaz participación, y no es obligatorio decirlo, están más que correctos. Ésta
Cuenta conmigo (1986) tiene todas para entretener y cautivar, generar ilusión
con la gran pantalla, conmover con los héroes de la infancia, o el primer amor
y el inicial corazón roto, el luchar por algo en que creemos, el no perder la
fe en nuestra humanidad, y que aunque nada es fácil ni perfecto ni llega todo a
cumplirse a nuestra alma hay que mantenerla siempre en pie, intacta aunque más sabia. Estamos
ante un buen cuento más del séptimo arte, de los que buscan ser clásicos sin
demasiados remilgos en lo que quiere.