Uno de los grandes maestros del cine noir, Robert Siodmak, un nombre
importante del cine clásico americano, en una de sus mejores películas que recuerda mucho a The Killers (1946). En su argumento es todo lo que hace un
hombre por amor, hasta convertirse en criminal y arriesgar su vida frente a
unos temibles delincuentes.
Steve Thompson (Burt Lancaster) vuelve a su ciudad tras haberse
alejado por un mal de amor, pero no puede evitar reincidir en ese motivo de
locura pasional que lo embrutece y lo lleva a solo subsistir en dicha fijación,
ir a buscar a la mujer de su vida, Anna (Yvonne De Carlo), de donde empiezan sus
problemas. Mucho peor estando casada con Slim Dundee (Dan Duryea), un tipo
acomodado que ejerce una pequeña mafia. Sin embargo, nada detiene a alguien
cuando desea algo demasiado, y Anna es ese objeto cegador, con quien aún
mantiene un vínculo afectivo, fue su esposa, y como se suele decir donde hubo fuego, todo puede encenderse nuevamente.
Una historia bien tratada, con esa aura típica del cine
clásico, delicado, que guarda parte de sus mejores momentos en la potencia de
sus encuentros amorosos o en esa pugna, en la interrelación entre los que quieren
ser amantes y más, en un fluido despliegue de emociones, en el forcejeo entre evitar
ver lo que te separa del ser amado casi idolatrado, el carácter, la ambición, ser
de otro, y dejarse llevar por lo que dicta el corazón y la aventura, manteniéndose los defectos ocultos bajo la simpatía, la de sus protagonistas. Y del otro
lado, lo que anuncia el género, un atraco a un camión blindado lleno de dinero,
una obra de la que se dice que nunca nadie ha tenido éxito, siendo todos los que
lo intentan arrestados y condenados a la pena capital, para el que se cuece un
plan colectivo con la salvedad de un infiltrado, único medio de lograrlo, y que
alberga muchas falsedades y trampas, bajo un cruce de anhelos y enemistades.
Dos ideas expuestas ligeramente sobresalen del conjunto, la
perfección de los pequeños acontecimientos “curiosos” que llevan a que algo
llegue a suceder y lo complicado que es anticipar lo que piensa cada persona,
lo impredecible que cualquiera puede ser. Dos elementos que rigen el filme.
Steve es nuestro guía y héroe pero por supuesto no lo sabe
todo, no llega a ser tan plano, nos cuenta en un flashback y una parte con su
voz en off como llegó a inmiscuirse en un crimen, siendo un tipo naturalmente
correcto y anodino (quizá por eso sea tan proclive a dejarse llevar), no
obstante guapo y agradable, un sujeto de pocas aspiraciones, humilde, alguien
que parece ser una buena persona, un tipo común pero que genera empatía; propiciando
acciones dentro de la espontaneidad y el libre albedrio, pero que parece
moverse dentro de un destino incomprensible, aunque tiene un imán pasivo que lo
jala, el que va más allá elípticamente del atractivo y la sexualidad, sin esmerar
la figura de sus virtudes, es bella y sensual sin más como una modelo. Lo mejor
del filme son sus dos protagonistas, la pareja idílica (en un arquetipo de la
fantasía, y que en el registro del cine negro tantas quebraduras de cabeza
produce), su conformación y su relación.
Siodmak utiliza la sorpresa con habilidad, en lo posible porque
se apega a reglas cinematográficas conocidas. Hay varios ratos de proclamada tensión
pero es cuando se perpetra el robo y en adelante lo que más nos inquieta, aunque
predomina cierta sobriedad, propia de su clasicismo; suficiente para
mantenernos atentos, amoldarnos al pasado, propiciando el entretenimiento en
una historia romántica que se articula en un contexto de acción, para lo que
Lancaster con su porte atlético se presta muy bien al asunto, es el actor
idóneo, aunando su capacidad actoral para trasmitir sentimientos (básicos dada su
relevancia en el relato, pero sin romper su sencillez argumental), en estados
de expresión marcados, exuberantes, que son siempre tan vistosos -y que yacen en
sentido de cuerpo- en este tipo de séptimo arte, todos con un toque teatral, muy
dramáticos y tendiendo a ser un poco exagerados, para generar los momentos cómplices
o estelares que hacen suspirar al espectador, es su
fuerte ya que el resto suele ser de una inocencia menos convincente, moviéndonos
en sus vaivenes y reiteraciones, facilitados por figuras fáciles de identificar
en general pero en donde sus superficies brillan mucho y no me refiero a la
belleza; a lo que suma la interacción del principal con los secundarios con diálogos
audaces que fingen de casuales en medio de un toque de comedia sutil, con la
mujer que no falta independiente en la barra y el barman, una dupla que pone el toque pintoresco a la película, y que como suele ser se hacen querer con
poca participación, no solo entre ellos sino en nosotros, lo mismo con la banda variopinta
de atracadores, muy superiores en simpatía aun en su cotidianidad
a una película como Ocean's Eleven (2001). No te lo crees todo pero igual te metes en el juego de ingenuidad y relajo en cuanto a exigencias
de credibilidad, lo aceptas como parte de la época.
Tiene a una Yvonne De Carlo muy guapa, como una cierta réplica
de Ava Gardner, pero bastante menos glorificada; no obstante, se ve delicada sin ser débil,
sensual, seductora, elegante y a su vez muy normal, con toda esa gracia y magia
resumida en el baile antes de reencontrarse con Steve, a través de un plausible
esfuerzo artístico general, con la particularidad de yacer muy bella hasta en
pantalones anchos de tela, aunque tenga algún instante de sobreactuación (y caer
en la verborrea explicando mucho por medio de ella), lo menos a su mayoría ejemplar. Y unos ojos llamativos
e hipnotizadores, una mirada que se clava en el alma, como en el relato.
Nos creo por completo que sea motivo de volver a alguien
loco, leitmotiv y esencia del filme, a un tipo que puede tener a la mujer que
quiera, pero que como dice nuestro confesante narrador es como no dejar de
verla en cada rostro femenino, dentro de la melancólica poética del crimen; un
noir en toda regla y época, 1949; uno notable.