Biznaga de oro en el Festival de Cine Español de Málaga 2012
y nominada a 3 premios Goya el 2013, dirigida por Patricia Ferreira. Éste es un filme
de muy buena estructura que va como adelantando que va a suceder a través de
entrevistas que se confunden en su exactitud – ¿se trata de la psicóloga, de
las autoridades del colegio o de la policía?, pensamos- y luego empieza a
narrarlo y así sucesivamente, a descubrirnos que oculta y quiénes son todos los
implicados y de qué se trata, y aunque al saberlo nos queda la sensación de una
desmesura poco asociada con el personaje en cuestión y una inexpresividad
insensible poco creíble y tampoco no afín, por el carácter y la construcción
interpretativa en especial, no empaña el logro de haber contado con buen pulso
y atractivo la historia de tres adolescentes, su relación con sus
familias, el colegio y sus locuras. Se basa mucho en la amistad entre ellos.
Es una película que aborda un tema manido en el séptimo arte,
pero que logra presentar su natural cuota de intensidad, y como está bien
concebida no es para nada como para despreciarla, con actuaciones -las de los chiquillos- logradas, aun siendo algo carente de creatividad en cuanto a lo que es
en sí y lo que muestra, que se comprende en una cierta medida porque quiere que
lo visto se identifique con facilidad, otorgarle notoria veracidad, hacer un estudio claro de
la existencia. No obstante, es elogiable porque se
ve que hay mucho control de lo que se hace, que se conoce, o se ha investigado
con contundencia, aun siendo un tema muy popular. Se proyecta el tema de la
incomprensión, de la libertad, del estar perdidos, de los conflictos internos y
de la dificultad de no ser rebeldes en los adolescentes, que lo son sin que se pretendan, sino como una identidad que se está
desarrollando y que descubriendo el mundo quieren hacer lo que
no se debe hacer, ya que como se sabe atrae tanto lo prohibido, y más cuando se
es inmaduro y curioso, es la edad precisa para ello, se está uno recién encontrándose,
por eso beben, se drogan, les gusta el grafiti, hacen fechorías, aparte de
yacer en batallas intimas, presiones de los padres y de la sociedad misma.
El filme hace bien dándoles un background sólido a cada
chico, poniéndoles sus retos y sus contratiempos, sus deberes y sus anhelos. Tenemos el
niño que quiere ser un buen peleador de kickboxing para agradar al papá, y que
en sí es como una obsesión de éxito y de ser líder, de convertirse en el tipo
ejemplar, el más inteligente, el más fuerte, el más astuto; la niña que debe
sacar buenas notas en el colegio y ser una chica bien ya que tiene dinero,
cumplir con lo que se quiere de ella en sociedad, como con sus bailes de
flamenco, llevar una disciplina, comer sanamente o contener buenos modales con
amigos de sus padres; y el que es el peor del grupo, la oveja negra, el
muchacho descarriado, que simplemente es coger algún rumbo decente, aun
siguiendo su estela de outsider, en hacer del grafiti un arte que genere
ingresos y reconocimiento, se entre en los parámetros de aceptación general.
Como no pueden ser exitosos, ante sus preocupaciones, hacen
malacrianzas, se enervan y quieren ser más trasgresores, en consonancia a sus
frustraciones (que suma a sus propias rebeldías de edad), porque aún no
entienden lo que es el orden, el mundo de las consecuencias y es en ese lugar
donde hay un fuera de campo; se ve el discurrir, pero no llegan a ser juzgados
plenamente, la mayoría lo pasan por alto, y es una pregunta abierta de ¿qué
hacer con ellos?, y tiene respuesta visible. En Alex, proyectarlo en
alguna inquietud, corregirle a través de la auto-superación y la voluntad, que
entable un nexo con alguna pasión. Para los otros, simplemente bajar la carga
impositiva, ser más un consejero y apoyar su desenvolvimiento, como lo que
representa la psicóloga, Júlia (Aina Clotet).
Hay una notoria disonancia que se hace algo chocante, desestabilizadora,
y exagerada a raíz de lo que antecede, con lo que llega a hacer un
protagonista, pero sirve para ver que nuestro proceder implica decisiones catastróficas,
hay un camino que puede arruinarnos, ya no travesuras, sino algo mayor, y el
castigo –esta vez sí algo duro, posiblemente una correccional- no llega a verse,
pero se intuye tranquilamente, te lo puedes imaginar. Es un final que quiere
defender su rótulo, son niños salvajes, aunque antes no hayamos visto nada
demasiado extraordinario que lo avale con fuerza, si bien hay asuntos como el golpe al padre o al hermano pequeño
que se toman ligeramente y son algo grave, en cambio a la jovencita ante una cachetada se le cae el
mundo. Incongruencias, o falta de balance, pero bueno, la vida tiene distintas
reacciones, y cada uno enarbola su perspectiva, hay distintos comportamientos, adultos
indulgentes o abusivos, carentes de dimensión o sobredimensionados, chiquillos
exagerados o extremos como ampara y defiende el filme, y puede atribuírsele a
la visión y hacer de los personajes. Los tres jóvenes como ejes de la película se comen a muchos secundarios que podrían haber tenido mejor repercusión, si
bien no es que la trama se pretenda ardua. No obstante, queda el síntoma de la
simpatía, de la dulzura que atenúa y cierta pasividad para con el progenitor, como
el propio hecho menor y que la jovencita está acostumbrada en su collera al trato ordinario, y lo dejo ahí.
El filme tiene buen ritmo y es una
historia -aunque de cierto estado de deja vú- que se supera -y se olvida en
parte su minusvalía- por una recreación digna, que se hace muy
entretenida, y por supuesto, tiene su buena cuota de reflexión, ya que siempre
la adolescencia despierta cierta complicidad y comprensión, que visto desde el
profesor amargado o del padre agobiado harto de la infracciones de su hija, dos
tipos muy ordinarios en la creación de personajes y canal de comunicación, tienen
de lógica y preocupación; tampoco es cosa fácil manejarlos, tanto que la
temática merece una atención mayor y un reordenamiento más efectivo, ya que
pueden ser pequeños monstruos, en proceso de algo peligroso, como implica el desenlace.
Sobre el filme a uno
le viene por recordar Elefante (2003), de Gus Van Sant, un modelo general cinematográfico, tanto en cierta vocación estructural, de romper un poco con lo
lineal, como con esa personalidad “pasiva” que se convierte en violenta, aunque se ven sus fechorías,
menores, como el alcohol que se esconde en una mochila escolar, en no estudiar sino
tontear en la computadora, en llegar tarde de madrugada, en quienes son los
amigos, en faltar a las clases de baile o en comer pizza en lugar de lo
saludable. En la presente obra se razona contra
cierta impunidad o dejadez, que nos hace creer que estos chiquillos no tienen
la complicidad de la autora, y que parece ser un llamado de atención para el
espectador, en parte, porque lógicamente todos hemos sido adolescentes y uno no
puede obviar ese estado de yacer extrovertido, divertido, de enajenación y constante
aventura que nace de tirar de límites, ya que hay como una ambición de ser
rebelde a los 15 o 16, de que esa figura importa a esa edad; es propio de ese
tiempo, de una etapa de crecimiento.
Nadie evita la conmiseración e indulgencia, más de la forma
explayada, con un Álex (Álex Monner) que tampoco es de los malos como menciona
el profesor amargado, no existe eso con los chiquillos, no es común verlo así,
y él también aporta sentimientos, los contiene (el abrazo a la madre, la
felicidad de la beca o la afinidad con sus amigos). Todo eso deja ver el filme,
se posa en ambos lados, en la crítica y la comprensión, como suele buscar el
arte y el entendimiento complejo, aunque pueda haber sus excepciones en otros
temas.
El personaje -y la interpretación- de Oki (Marina Comas) se
hace querer muy rápidamente, exhibe aun en su indiferencia esa ternura propia
de las chicas bonitas, pero carentes de ostentación, la vemos pequeña al fin y
al cabo –mucho más que al resto- y exuda aun en su rebeldía un estado de
indefensión. Ciertamente es una más del clan, pero sin perder su femineidad tampoco, que verla
de otra forma puede no ser convincente, pero esa lucha de sus acciones recriminables
–en donde se deja llevar bastante, pero también tiene su cuota de furia; como cuando arroja un objeto en una pelea- y el de su carácter atractivo, dócil, llevadero, amable, deja pase a no
encasillar mentalidades gracias a la ambigüedad que aparece de lo atractivo y
lo incorrecto (que es una dualidad anti-maniquea esencial en el argumento),
solo que habría que haberlo desarrollado un poco más, conformarla como alguien
menos simpática, más activa, capaz de, para de ahí entender que puede albergar liderazgo
(negativo) en acciones mayores. En fin, faltó justificarla más. En cambio con Álex hubiera sido muy obvio, mientras Gabi (Albert Baró) es casi perfecto, pero este es un rasgo notorio de romper el
estereotipo (pero que en un desenlace como el presente no basta sino sería en gran parte arbitrario), sin embargo aun así está manejado con cierta inteligencia, aunque se extraña más audacia, en sentido imaginativo, con
respecto a todo el concepto y hechura del personaje. Es una obra que no será de las más originales, pero su buena
factura (impecable), y su cariz narrativo e interpretaciones hacen de
ella algo disfrutable, aparte de tenerla por una decente cavilación esencial.